El mito de quién nos da de comer

Julio A. Berdegué
Hay un mito al que con frecuencia hacen referencia algunos analistas y comentaristas especializados en el sector agroalimentario y que ha echado raíces en México. Es el mito de que la alimentación de las y los mexicanos depende principalmente de la agricultura comercial empresarial (lo que en otros países se conoce como el agronegocio), que es capaz de aprovechar las economías de escala en la producción y su acceso a capital y a las más recientes tecnologías. Un elemento del mito es que la inmensa mayoría de las y los agricultores y ganaderos mexicanos, que son de pequeña o muy pequeña escala y que están concentrados en el centro y el sur-sureste del país, producen primordialmente para el autoconsumo. Sin embargo, el Censo Agropecuario hecho por el INEGI en 2022 permite contestar la pregunta de quién alimenta a México con evidencia científica.
La realidad mexicana es que 4.22 millones de productores —cuyas unidades de producción son de 20 hectáreas o menos y que en la política pública consideramos de pequeña y mediana escala— aportan el 71% de la producción nacional de maíz blanco, que, por mucho, es el principal alimento nacional; el 64% del frijol; 75% de la caña de azúcar; el 53% del jitomate y 51% de cebolla y de chile verde (las tres principales verduras en nuestra dieta); el 54% del plátano, 69% de la naranja y 64% del limón. Aun en productos importantes en nuestra dieta y en los que sí predomina la producción de gran escala, como la manzana, el arroz, el trigo o la papa, los productores de hasta 20 hectáreas hacen un aporte considerable (45%, 41%, 39% y 28%, respectivamente), mientras que 43% de la leche viene de unidades de producción de 100 vacas o menos.
Incluso productos principales de nuestras agroexportaciones utilizan de manera muy importante la oferta de pequeños y medianos productores: 58% de la cebada (insumo de la cerveza que exportamos), 51% de los aguacates, 53% del jitomate, 90% del café, 72% de las fresas y 51% del agave para el tequila y el mezcal.
La realidad es que la gran agricultura hace un aporte indispensable, pero cuantitativamente menor, a la oferta nacional de muchos alimentos principales de nuestra población. Las 43 mil 118 unidades de 50 hectáreas o más producen 44% del trigo, 45% del arroz y, respectivamente, 32%, 31%, 27%, 23% y 20% de la cebolla, del jitomate, del chile verde, del limón y de la naranja. En maíz blanco y en frijol, apenas 17% y 12%, respectivamente.
Aun en el caso icónico del maíz blanco de Sinaloa, donde el argumento de la ventaja de la escala de producción tendría más fuerza, el mito se derrumba a la luz de los datos: los pequeños productores de hasta 10 hectáreas en ese estado aportan el 37% del cereal, y aquellos que cuentan con más de 10 y hasta 20 hectáreas, otro 20%. La gran agricultura de 50 hectáreas o más aporta solo el 28% del maíz sinaloense.
¿Y qué podemos decir de la parte del mito que afirma que los campesinos y pequeños productores solo producen para el autoconsumo? Veamos el caso en que dicho argumento podría tener cierto sustento, que es el del maíz blanco. Según el INEGI, las y los campesinos de hasta 5 hectáreas comercializan el 65% de su producción, y aquellos de más de 5 y hasta 20 hectáreas, entre 84% y 86%.
El mito no es casual. Fue una construcción ideológica a partir de la década de 1980, para justificar que las políticas agrícolas y el presupuesto público agropecuario se destinaran a la gran agricultura empresarial.
La realidad es que la agricultura mexicana sigue siendo una agricultura donde predomina la producción de pequeña y mediana escala. Y es por eso por lo que la prioridad de la presidenta Claudia Sheinbaum es apoyar en primer lugar a quienes son los principales responsables de alimentar a las y los mexicanos y que, además, producen buena parte de nuestras agroexportaciones: las y los pequeños y medianos productores.
Dejamos para otra ocasión el examen de otra afirmación, aquella que señala que, en contraste con las actuales políticas, las que existieron entre 1994 y el 2018 sí promovieron el crecimiento de la productividad agrícola. Alerta de spoiler: también es un mito a la luz de la evidencia científica.