Universidad de Occidente: cambio de libros por cheques

Benjamín Bojórquez Olea

En la Universidad Autónoma de Occidente no se está discutiendo educación, derechos laborales ni futuro académico. Se está montando, una vez más, el ambigú del poder: una tertulia cuidadosamente planeada donde el discurso sindical sirve de mantel y los recursos de los trabajadores financian ambiciones personales largamente incubadas.

La próxima renovación del Comité Directivo Estatal del (SUTAAUAO) no es un ejercicio democrático; es una operación quirúrgica. Detrás del telón aparece, como siempre, el eterno aspirante a la rectoría: Ezequiel Avilés Ochoa, quien no por casualidad solicitó su año sabático. No es para investigar, escribir o formarse académicamente. Es para tener tiempo. Tiempo para operar, para tejer, para influir. Tiempo para hacer campaña sin el estorbo de la vida universitaria.

La fórmula es vieja, pero eficaz: controlar el sindicato para allanar el camino sucesorio. Y para ello, primero hay que cuidar la salida del actual secretario general del SUTAAUAO, Raúl Portillo Molina, un dirigente marcado por el desgaste, el rechazo interno y los señalamientos de un presunto quebranto financiero en el Fondo de Vivienda por 5.3 millones de pesos, denunciado ante la Fiscalía por los propios trabajadores de la UAdeO, Unidad Regional Mazatlán.

Nada de esto es casualidad. A Portillo Molina no le preocupa el legado sindical; le preocupa el blindaje. Necesita un sucesor que no investigue, que no pregunte y, sobre todo, que no destape la cloaca administrativa que hoy amenaza con alcanzarlo. Por eso el relevo no se improvisa: se construye.

Ahí entra en escena Carlos Leal Orozco, actual Director de la JAFU, promovido como carta de continuidad, apadrinado por el Comité Ejecutivo y presentado como solución para los agremiados. En realidad, es el eslabón perfecto: controla la caja, administra esperanzas y reparte préstamos que no son favores, sino el propio dinero de los trabajadores, utilizado como moneda de cambio político.

El mecanismo es perverso y conocido. Ya ocurrió en otros sindicatos. Se presta lo que ya es del trabajador, se genera gratitud artificial y luego se cobra con obediencia. No es solidaridad sindical; es clientelismo financiero.

Pero el tablero es más grande. Colocar a Carlos Leal Orozco no solo sirve para cuidar la espalda de Raúl Portillo Molina. Sirve también como trampolín sucesorio del eterno aspirante de la UAdeO, Ezequiel Avilés Ochoa. Sindicato controlado y aspirante eterno avanzando sin ruido hacia la comunidad estudiantil. Una coreografía política que poco tiene que ver con la educación pública y mucho con la captura institucional.

La pregunta incómoda —esa que la comunidad universitaria y el propio gobierno deberían hacerse— es simple: ¿hasta cuándo se permitirá que los recursos de los trabajadores financien proyectos personales?, ¿hasta cuándo el sindicalismo será usado como escudo para la impunidad?, ¿y hasta cuándo la universidad seguirá siendo un botín de grupos que confunde liderazgo con control?

GOTITAS DE AGUA

Y eso, más allá de nombres y cargos, es un problema que ya debería estar en el centro del debate público. No mañana. Hoy. Porque cuando el silencio institucional se vuelve cómplice, la corrupción deja de ser una sospecha y se transforma en método. Por lo pronto, Carlos Leal Orozco no aparece como una solución, sino como una pieza funcional de un engranaje diseñado para tapar, diluir y normalizar los abusos cometidos desde la cúpula sindical. Su figura es utilizada como escudo político para contener investigaciones, administrar olvidos y garantizar que los presuntos desfalcos no trasciendan más allá de los pasillos universitarios, mientras la base trabajadora sigue pagando el costo de una red de intereses que nunca votó.

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