Culiacán en crisis: 1,827 homicidios y casi 1,900 desapariciones en un año

Ramón Aispuro
Cuando se le pregunta cómo ha cambiado la vida en Culiacán desde que comenzó la narcoguerra, la activista Heidy Mares responde con una frase desconcertante: “hubo una reconfiguración de los sentidos”. No habla solo de las calles ni de las rutinas, sino de cómo el miedo modificó la manera en que las personas perciben sonidos y olores.
“Una cortina de acero bajando ya no me dice negocio cerrando; me dispara el recuerdo del metal de un fusil. Y el olor de una carne asada… alguien me dijo: así olía cuando balearon a un vecino. ¿Cómo vuelves a oler lo mismo?”, explica. Esa sensación se instaló en los barrios de la ciudad como un ruido de fondo permanente.
La vida cotidiana se reorganizó alrededor de la violencia. Muchas mañanas, dice, se despierta con los estruendos antes que con la alarma. “Lo primero que hago al abrir los ojos es revisar los grupos de WhatsApp. Necesito saber si hubo bloqueos, balaceras o convoyes cerca de mi ruta. No es vicio de noticias, es logística de supervivencia”.
Durante once años vivió en el sector del Mercadito, rodeada de casas de cambio, picaderos y sitios de apuestas. Era cuestión de tiempo, admite, para que ella o su familia fueran víctimas colaterales. Decidió mudarse a una colonia más tranquila, pero pronto comprendió que la seguridad no depende de la casa; el riesgo se encuentra en el trayecto.
A la presencia masiva de soldados, policías y guardias nacionales la percibe como un espejismo: “Cuando pasa algo, nunca están. En cambio, abundan las revisiones arbitrarias a peatones, a automovilistas, incluso dentro del transporte público. ¿Quién se esconde en un camión urbano? Los que están siendo vulnerados somos los ciudadanos comunes”.
Las cifras de un año violento
El testimonio de Heidy dialoga con los números. De septiembre de 2024 a agosto de 2025, Sinaloa acumuló 1,827 homicidios dolosos, el promedio más alto en más de una década. Solo en junio de 2025 se documentaron 207 asesinatos, la cifra mensual más elevada desde 2011. El crecimiento es exponencial: de enero a junio de 2024 hubo 224 homicidios; en el mismo lapso de 2025, la cifra se disparó a 883, cuadruplicando el registro. Y al corte de julio, el acumulado ya era de 1,053 víctimas, superando todo el año anterior.
La violencia homicida fue acompañada de la otra cara del drama: las desapariciones. Entre el 9 de septiembre de 2024 y el 5 de junio de 2025 se registraron 1,531 personas desaparecidas, de las cuales casi mil seguían sin localizarse. Para agosto, las fichas de búsqueda rozaban las 1,868. La comparación con el año previo es contundente: en todo 2024 se habían contabilizado 747 desapariciones, la cifra más alta hasta entonces desde 2010.
El robo de vehículos se convirtió en otro indicador del deterioro. De junio de 2024 a junio de 2025 se denunciaron 3,757 autos asegurados como robados, un aumento del 170 por ciento respecto al periodo anterior. A esa cifra se suman las más de 5,000 denuncias presentadas en la Fiscalía entre septiembre de 2024 y mayo de 2025. El dato es más que una estadística: son camionetas arrebatadas a productores agrícolas, autos sustraídos a repartidores y familias que piensan dos veces antes de salir de noche.
Aunque no existen registros exactos sobre negocios cerrados, el impacto es visible en ciudades como Culiacán y Mazatlán. Restaurantes, hoteles, moteles y comercios bajaron cortinas ante la extorsión o el simple miedo de operar en medio de la narcoguerra. Junio de 2025 fue ilustrativo: además de los 295 asesinatos y 80 desapariciones de ese mes, se suspendieron clases en comunidades enteras y familias se desplazaron a otras colonias o municipios.

“La noche ya no es de nosotros”
En la otra cara de la ciudad está Andrei Landeros, músico que también es profesor universitario. Su vida cambió desde los escenarios. “Antes en un evento particular podías ganar entre cuatro y siete mil pesos. Hoy con suerte son mil quinientos, dos mil. Y eso con menos horas: máximo tres, desde las seis de la tarde. A las nueve, todos en su casa”.
La música nocturna de Culiacán perdió fuerza. Los bares y restaurantes adelantan presentaciones para atraer público sin exponerlo al riesgo de la noche. Pero esa estrategia choca con los horarios laborales: cuando la gente termina de trabajar, el evento ya acabó.

Para resistir, Landeros y sus colegas formaron pequeñas sociedades. Se reparten los trabajos, arman bandas temporales, se cubren mutuamente en restaurantes o antros. La meta no es prosperar, sino no quedarse todos sin ingresos al mismo tiempo. Aun así, en mayo enfrentó un colapso financiero: las deudas lo obligaron a pedir un préstamo de 30 a 40 mil pesos. “Si eso crece a cien mil, ya no sales”, reconoce.
El dinero es solo una parte del problema. En más de una ocasión fue detenido por grupos armados que le exigieron identificarse y lo liberaron con insultos.
En Semana Santa se encontró con camionetas llenas de hombres con rifles rumbo a la playa. Otra tarde, mientras daba clases particulares en un patio, una balacera estalló a dos cuadras. “Las detonaciones se escuchaban muy cerca. Nos metimos a la casa. Desde la ventana vimos cómo rafagueaban y prendían fuego a una vivienda”.
La violencia, dice, penetró incluso los espacios de enseñanza y de arte.
“Uno anda con miedo aunque no lo note. Sales apretado, esperando que no te pase nada en el camino. Antes hablábamos de medicinas para dolores físicos, ahora lo común es escuchar de paroxetina, de ansiolíticos. La gente busca cómo soportar lo que estamos viviendo”.
El otro frente: detenciones y procesos
El último año también estuvo marcado por capturas y extradiciones que sacudieron al crimen organizado. El 25 de julio de 2024, Ismael “El Mayo” Zambada fue detenido en El Paso, Texas, en un operativo conjunto con agencias estadounidenses. La captura, junto con la de Joaquín Guzmán López, fracturó al cártel y encendió la guerra interna en Sinaloa.

En los meses siguientes, el gobierno mexicano extraditó a siete operadores de seguridad de las facciones en pugna, mientras que en Estados Unidos se capturó a Jaime René Huereca Casavantes, alias Carlos Miramontes, uno de los más buscados. A la par, el Departamento de Justicia presentó cargos de narco-terrorismo contra Pedro Inzunza Noriega y su hijo, tras un decomiso de más de tonelada y media de fentanilo en México.
En agosto de 2025, el propio Mayo Zambada se declaró culpable de conspiración y sobornos en una corte de Nueva York, admitiendo haber dirigido durante medio siglo una red capaz de mover hasta 15 mil millones de dólares mediante narcotráfico y lavado de dinero.
Balance
El año dejó una herida doble: cifras históricas de homicidios, desapariciones y robos, y una vida cotidiana trastocada en los detalles más íntimos.
Heidy habla de los olores y los ruidos que ya no se perciben igual; Andrei, de una música que perdió su noche y su valor.
Ambos coinciden en lo mismo: Culiacán aprendió a sobrevivir en medio de la narcoguerra, entre la rutina del miedo y la incertidumbre de cada día.
Contexto: Esta información es importante porque refleja cómo la narcoguerra en Culiacán no solo se mide en cifras históricas de homicidios, desapariciones y robos, sino en la forma en que ha transformado la vida cotidiana de miles de personas. El miedo se volvió parte de la rutina, la economía se debilitó, la cultura nocturna se apagó y hasta los sentidos cambiaron: los sonidos y olores cotidianos se asociaron con la violencia. Entender este impacto humano y social permite dimensionar la magnitud de la crisis y la urgencia de respuestas efectivas frente a la disputa entre la Mayiza y la Chapiza, que mantienen a la ciudad atrapada en una espiral de incertidumbre.