Ucrania en Iberoamérica o los problemas de guerrerismo de Biden
Carlos Ramírez
La gestión de la crisis geopolítica de Estados Unidos en Ucrania está encontrando problemas no solo en los aliados europeos que no quieren la guerra ni la repetición del error histórico de Afganistán, sino que encuentra falta de consenso en su zona de Iberoamérica.
De los veinticuatro países más importantes del área de América Latina y el Caribe, cuando menos diez se encuentran en un espacio geopolítico de autonomía relativa respecto de los intereses estadounidenses. La Casa Blanca desdeñó el trabajo diplomático al convocar hace poco Cumbre por la Democracia en función de los intereses unidireccionales de Washington y ahora mismo prepara una Cumbre de las Américas para fortalecer el bloque Iberoamericano ante los desafíos militares con Rusia y China.
Iberoamérica fue abandonada por Estados Unidos desde 1989-1991 por la caída de la Unión Soviética y el agotamiento de la guerra fría que fue vendido en términos intelectuales en el espacio ideológico estadounidense como “el fin de la historia”. Los presidentes Clinton, Bush Jr., Obama, Trump y ahora Biden no entendieron la lógica del conflicto geopolítico y supusieron la victoria histórica del capitalismo. Inclusive, la crisis del 9/11 del 2001 fue encapsulada en el espacio del terrorismo.
En los últimos treinta años, los países de América Latina y el Caribe fueron encontrando sus espacios de autonomía relativa nacional sin caer en la trampa guerrillera de Cuba y se movieron en los límites pantanosos del populismo caudillista con su lenguaje de autonomía “antiimperialista”. La ausencia de un pensamiento estratégico de seguridad nacional en la Casa Blanca de esos años facilitó los experimentos nacionalistas, un poco porque el gobierno estadounidense ya no quería gastar dólares en subsidiar a países sin viabilidad de desarrollo. Sin el fantasma del socialismo por el aislamiento de Fidel Castro y la incapacidad presupuestal de la Unión Soviética para financiar gobiernos que no le interesaban a Washington, la situación política Iberoamericana perdió sus referentes regionales.
La presencia de Rusia y China en Iberoamérica no es tan real como la quieren apuntar los estrategas belicosos de Washington. La Rusia de Putin solo tiene relaciones de negocios y venta de armas con Venezuela, pero sin ningún efecto geopolítico regional; y Cuba y Nicaragua, los dos países con gobiernos socialistas clásicos, no les representan ninguna posición estratégica a los adversarios de Estados Unidos.
En las últimas semanas, no se han advertido movimientos geopolíticos de la Casa Blanca en Iberoamérica dentro de la crisis de Ucrania. En la realidad del poder, Iberoamérica quedó muy distante de cualquier participación en el contexto de la crisis en el Medio Oriente, quizá con algunas visitas de personalidades políticas regionales menores –sobre todo de México, Nicaragua y Venezuela– a la Irak de Sadam Hussein, pero más en busca de fondos para gasto militar local que por acuerdos de alianzas bélicas.
El pasado de la guerra fría recuerda la presencia activa de Cuba, la Unión Soviética y de manera significativa Corea del Norte en el entrenamiento guerrillero de grupos radicales iberoamericanos. Cuba fue foco de influencia política e ideológica en América Latina después de la revolución sandinista de Nicaragua, pero ya sin ninguna intención de construir gobiernos marxistas en la región. Los populismos de comienzos del siglo XXI no entusiasmaron a los hermanos Castro y solo se concentraron en apoyar la revolución bolivariana de Hugo Chávez por los apoyos en efectivo y con petróleo a La Habana.
En todo caso, algunas versiones geopolíticas pudieran llevar a apoyos políticos de gobiernos populistas latinoamericanos a Vladimir Putin y su estrategia de no perder la posición clave de Ucrania; las declaraciones de Unidas Podemos en España contra la posibilidad de que el gobierno español repita el modelo del Pacto de Azores –el apoyo del conservador Aznar a Bush para invadir Irak y Afganistán– están repercutiendo en Iberoamérica a través del recién formado Grupo Puebla que ha creado una alianza geopolítica antiestadounidense con los gobiernos populistas de la región.
El Proyecto por la Democracia y la Cumbre de las Américas son propuestas tibias del gobierno de Biden para Iberoamérica porque se están centrando en la aceptación de Estados Unidos como un faro de la democracia tradicional. Varios presidentes regionales desdeñaron a la Casa Blanca en la pasada Cumbre por la Democracia y el tema tampoco generó efectos mediáticos en los países de la región iberoamericana.
Las prioridades de los gobiernos y las sociedades iberoamericanas tienen que ver con la búsqueda de modelos económicos de desarrollo no capitalistas para atender las demandas de pobreza acumulada; aunque muchas de las caravanas de ciudadanos sus americanos y centroamericanos hacia Estados Unidos están alentadas por los cárteles de los traficantes de personas, no se debe desdeñar que buena parte de los migrantes han sido forzados por la pobreza, el bajo crecimiento económico y la violencia del crimen organizado en sus países.
La Cumbre de las Américas organizada por la Casa Blanca para mediados de este año pudiera llevar a una exigencia estadounidense de solidaridad, apoyo y lealtad a los intereses geopolíticos de Estados Unidos en Ucrania para colocar una cuña en una parte de la frontera estratégica de Rusia. Lo mismo ocurrió con Afganistán durante la fracasada invasión soviética y luego con la derrota militar de EU ante los talibanes.
La falta de una estrategia de seguridad y política exterior de Estados Unidos hacia Iberoamérica ha sido un fracaso geopolítico desde 1992, aunque con la certeza estadounidense de que la región sur del imperio carece de valor estratégico.
Con información de Indicador Político