Claudia: entre el imperio, la iglesia y su mentor
Felipe Guerrero Bojórquez
De Washington a la Basílica el gobierno mexicano recibió en 48 horas dos advertencias demoledoras: Donald Trump reventó, con sutileza disimulada, y dijo que “no está contento con México” y que estaría de acuerdo con ataques directos contra los cárteles en territorio nacional.
Y desde el otro extremo del espectro del poder moral, la Iglesia católica —la Conferencia del Episcopado Mexicano, diócesis enteras, sacerdotes y cardenales— sostuvo abiertamente que el régimen mexicano es incapaz de contener la violencia, que la estrategia de seguridad es un fracaso y que el país está “peor que nunca”.
Dos voces que rara vez coinciden en algo se encontraron, sin querer, en un mismo diagnóstico: México está fuera de control.
Trump amenaza desde afuera; la Iglesia reprocha desde adentro. Y en el centro, un gobierno que presume legitimidad histórica-electoral, pero que no puede garantizar ni la paz del vecino ni la paz de su propio pueblo.
El problema no es que Trump sea Trump , con su lógica de Mesías mundial, sino que sus palabras encontraron tierra fértil en un país donde la violencia se disparó, donde el crimen gobierna regiones enteras y donde la soberanía se volvió argumento de conferencia, no de realidad. Los argumento del pelo naranja no los inventó él, se los pone en charola de plata un gobierno que dice defender la libertad y la democracia, pero no a su pueblo, mientras muestra una evidente tolerancia con las grupos criminales.
El otro Mesías, el interno, el que prometió abrazos, inclusión, armonía y pacificación, terminó acumulando críticas no solo de opositores, sino del clero, que desde 2022 , tras el asesinato de los dos jesuitas en Chihuahua, le dijo al régimen lo que millones sienten: no hay estrategia, no hay resultados, no hay paz.
La Iglesia mexicana, que durante décadas fue prudente, silenciosa o diplomática, hoy señala:
que la violencia se agrava, que el país está peor que nunca, que hay polarización, que el discurso oficial ya no sirve y que la 4T concentra poder y niega la realidad.
Y el gobierno responde como siempre: descalificando, llamando “hipócritas” a los sacerdotes, investigando a obispos por supuestos delitos electorales y acusando a la Iglesia de inmiscuirse en política.
La pregunta es: ¿y quién no se inmiscuye cuando la gente está siendo asesinada, secuestrada, desplazada, extorsionada, silenciada?
De un lado, la amenaza intervencionista del vecino más poderoso del planeta.
Del otro, la Iglesia mexicana diciendo que el Estado falló. ¿Dónde queda la 4T? ¿Dónde queda la soberanía? ¿Dónde queda la seguridad ¿Dónde queda el discurso de la “transformación”?
Queda donde siempre ha estado: en el pantano movedizo del autoengaño.
Años de minimizar la violencia, negar cifras, culpar a la derecha, a Calderón, a Peña, a los conservadores, a los neoliberales, a los empresarios, a los medios… y ahora resulta que también a los sacerdotes..Y a los jóvenes.
La tragedia es que, cuando el Estado pierde legitimidad frente al clero, que para millones sigue siendo autoridad moral, y al mismo tiempo frente a una potencia externa, nos quedamos en el peor de los mundos: Un gobierno débil hacia adentro y narco-dictatorial hacia afuera. Un gobierno que ya no puede dialogar con Dios ni negociar con el Diablo. Un gobierno al que ya no le creen ni los de arriba ni los de abajo.
Cuando el cielo y el infierno, la iglesia y el imperio, coinciden en que un país está mal, lo prudente sería escuchar. Pero cuando el poder vive del púlpito, del autoelogio, y del relato de la manipulación, lo más probable es que se victimice y no haga nada. Aunque cada día pierda más credibilidad, incluso entre sus huestes. Y mientras tanto, la violencia avanza, las regiones caen, la soberanía se diluye, y la fe, la del pueblo, no la religiosa, se evapora.
Porque cuando el Mesías y la ahijada ya no traen salvación, sino sometimiento a las fuerzas oscuras, el país queda expuesto a algo peor que los cárteles: la negación del poder ante la realidad (FG Noticias)
