El fantasma de Porfirio Díaz vive en el STASE

Benjamín Bojórquez Olea

En el oscuro entramado de la política sindical sinaloense, el nombre de Gabriel Ballardo Valdez emerge como un símbolo de lo que ocurre cuando el liderazgo se tuerce hacia el autoritarismo, y el poder deja de ser un medio para servir y se convierte en un fin para someter. Compararlo con Porfirio Díaz no es exagerado: como el dictador de antaño, Ballardo Valdez no sólo busca eternizarse, sino que ahora intenta seguir gobernando desde las gradas, como un titiritero que mueve hilos sin exponerse, utilizando a sus “criaturas” como Michel Benítez, quienes reforman estatutos a conveniencia, pisoteando la soberanía de la asamblea general, la máxima autoridad del STASE.

Este modelo de perpetuidad sindical no se alimenta de ideales ni de convicciones colectivas, sino de intereses oscuros, arreglos soterrados y estrategias clientelares. Ballardo Valdez parece estar enfermo de poder, con una obsesión patológica por controlar, influir, negociar y ordeñar el sindicato —como si se tratara de su empresa personal— valiéndose incluso de mueblerías y prestanombres como conducto económico paralelo a sus intereses personales. No se trata sólo de liderazgo, sino de una maquinaria de control y extracción disfrazada de representación laboral.

Y es aquí donde aparece la filosofía de la traición a los principios: ¿cómo se digiere la noción de que alguien que se dice “representante” sea, en los hechos, el carcelero de la voluntad colectiva? ¿Qué clase de espíritu debe habitar en un líder que cambia democracia por sumisión, y representación por servilismo?

Este fenómeno no es exclusivo del STASE, pero sí profundamente simbólico. Ballardo Valdez encarna un tipo de figura política que usa el sindicalismo como catapulta de poder y no como herramienta de defensa laboral. Su rol actual como Secretario Técnico de la (CIVIVE) no es un accidente, es una extensión del trueque político que tan bien domina: posición a cambio de obediencia, lealtad a cambio de beneficios, y estructura a cambio de control.

Las nuevas caras que propone y se visualizan —como Margarita Arvizu e Hilda García Ibarra— no son propuestas independientes; son extensiones funcionales de su voluntad. Si no son ellas, será “el tapado” que cumpla con el único requisito indispensable: obediencia ciega al jefe. Así se reproduce la lógica del poder caciquil, donde la legitimidad nace de la venia del caudillo y no de la voluntad de las bases.

Y aquí surge una pregunta crucial: ¿qué mueve realmente a estos líderes a aferrarse al poder? ¿Es miedo a perder privilegios, incapacidad de hacer otra cosa fuera del engranaje sindical, o simplemente una adicción al control? Quizá todo a la vez. Lo que es claro es que no hay vocación sindical verdadera donde hay manipulación y trampa.

El STASE merece una profunda reflexión interna. No puede seguir siendo un feudo manejado por una élite mafiosa que se enriquece y reproduce a sí misma como parásito político, mientras la base trabajadora es seducida con ilusiones, “apoyitos”, discursos reciclados y promesas huecas.

GOTITAS DE AGUA:

La próxima elección sindical del (STASE) no será solamente entre planillas: será entre dignidad y manipulación, entre conciencia y comodidad, entre democracia y simulacro. Porque si los delegados ceden de nuevo al hechizo de Gabriel Ballardo Valdez, con su corona oxidada de imposiciones, la historia sindical volverá a repetir su peor pesadilla: la del eterno retorno de los mismos con diferentes máscaras.

El sindicalismo en Sinaloa no debe ser un espejo del porfiriato: debe romper con sus cadenas, no renovarlas. Ya no basta con indignarse; es hora de despertar.

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