El despido de periodistas
Ernesto Hernández Norzagaray
Para Laura y Carlos.
Algo huele mal en los medios de comunicación cuando sus directivos motu proprio o, quizá, por una llamada sugerente, provoca la salida de uno de sus colaboradores por “haber” cruzado la línea invisible de la libertad de expresión.
Esta semana vimos la salida del Grupo Fórmula de la periodista Laura Brugés luego de que en la conferencia mañanera del Presidente López Obrador y, específicamente, en la sección de “Quién es quién en las mentiras”, se le acusó airadamente de “formar parte de una campaña mediática para atacar al Gobierno de AMLO”, lo que debería acreditarse debidamente. Sin embargo, fue suficiente para que los directivos tomaran la decisión ipso facto de echarla sin derecho a defenderse.
Así lo dijo en su carta de despedida cuando señaló claramente: «Este proceder, caracterizado por un acto de autoritarismo, me privó de la posibilidad de defenderme, vulnerando tanto mis derechos laborales como humanos, sin brindarme la oportunidad de presentar una réplica. Me sorprendió enormemente esta conducta, ya que no refleja los valores de Grupo Fórmula».
Peor todavía si consideramos que la libertad de expresión está garantizada por la Constitución y la ley reglamentaria, pero eso, al parecer, no cuenta cuando se trata de preservar intereses privados.
Algo paradójico cuando hace unas semanas la periodista Azucena Uresti fue despedida del Grupo Milenio y este medio, que hoy despide a la periodista Brugés, atrajo a su staff a la propia Uresti. O sea, a primera vista, la lógica es clara, uno pega y el otro, recoge.
Esta suerte de pelotazo es lo que en este momento está pautando la relación del Gobierno, o los gobiernos estatales, con los medios de comunicación más influyentes en la opinión pública, generando de esa manera una suerte de uniformidad en las voces y narrativas oficiales yendo en contra de un principio básico en democracia.
El jueves pasado, se dio otro caso, en el diario Reforma que, de entrada, sorprende, porque este medio se ha caracterizado por su carácter opositor y por haber reclutado en la academia a voces críticas potentes. Bien, tomó la decisión de prescindir de la pluma de Carlos Bravo Regidor y, hasta ahora, no se conocen las razones de su despido, lo que a dado pie a todo tipo de especulaciones.
Sin embargo, se le permitió una columna de despedida que lleva por título “El valor de la crítica” con una clara dedicatoria al obradorismo y en ella, deja entrever las razones de fondo, que habría esgrimido Roberto Zamarripa, director editorial de Reforma para solicitarle que abandonara su leída columna.
Hay quienes ya hablan de que Zamarripa está entregado a la 4T y eso explicaría no sólo la salida de Bravo Regidor, sino de Lorena Becerra, quien durante años fue la responsable de la sección de encuestas a propósito de la polémica que ha suscitado la presentada esta semana, que ha sido vista como propaganda, pues en ella el Presidente se “disparó” de un promedio de 60 a un 72 por ciento de aprobación y la candidata Claudia Sheinbaum también, pasó de 54 a 58 por ciento con una diferencia de 24 puntos respecto de Xóchitl Gálvez que pasó de 33 a 34 por ciento en de intención de voto. Ya veremos que ocurre con las próximas encuestas de El Financiero o Massive Caller, que arrojan otros porcentajes.
La carta de Bravo Regidor –puntillosa– apunta al valor de la crítica en los gobiernos democráticos bien lo dice cuando señala “…la crítica tiene una utilidad pública: le sirve a la ciudadanía como una práctica a través de la cual ejerce su libertad de pensamiento y su derecho a disentir; cómo un insumo para enterarse de otros puntos de vista, para conocer ideas distintas a las suyas y formarse una opinión más completa, mejor informada; cómo un recurso de escrutinio y exigencia frente al poder”.
Para agregar en forma terminante: “Pero, el obradorismo, no lo ve así. Por un lado, asegura que respeta las libertades y tolera la crítica, pero, por el otro, nunca pierde ocasión, para deslegitimar a sus críticos…[porque] desprecia la crítica, que al final de cuentas no es otra cosa que una expresión de libertad, de disidencia y pluralidad, porque lo suyo son la obediencia, el respeto y la unidad -valores más propios de la milicia que de la política, por cierto.”
Y, si de eso prescinden los medios de comunicación, podrán ser buenos negocios y ser excelentes vitrinas para el halago o la desinformación, pero nunca para contribuir a una sociedad mejor informada que tome, sobre todo en el momento electoral, las mejores decisiones.
No me engaño, la relación del poder con los medios de comunicación de avanzada siempre ha sido difícil, hay muchas historias de éxito y truculentas para recordar, una de ellas –que me parecen de quiebre– es la que sostuvo el Gobierno de José López Portillo contra Julio Scherer cuando dirigió el diario Excelsior.
Recordemos, la máxima lopezportillista de “no pagó para que me peguen” que hizo y sigue haciendo escuela cuanto trazaba la línea que no debía, ni podía pasarse. No obstante, contra viento y marea, y por la voluntad de una generación de medios y periodistas, que hicieron una gran contribución al proceso de cambio, terminaría imponiéndose en beneficio de todos y, lamentablemente, hoy algunos herederos de ellos están en la lógica de López Portillo, sacrificando historia y contribución al sistema democrático.
Pero, al igual que en los ya lejanos años setenta, hay medios y periodistas que se resisten aceptar la narrativa dominante y, aun, con la presión que se ejerce sobre ellos, están haciendo la tarea que antes hicieron otros en la equidistancia de falta de solidaridad del gremio. Vamos, con aquellos a los que ha alcanzado los despidos, sobre todo en los estados donde se llega a ir más allá de unas gracias por los servicios prestados.
Al tiempo.