La inseguridad es un grito que clama justicia

Elio Villaseñor Gómez
La inseguridad en México ya no es una noticia aislada: es una constante. Ha dejado de ser una excepción para convertirse en parte del paisaje cotidiano. Asaltos, secuestros, extorsiones, enfrentamientos armados y muertes de personas inocentes forman parte de un ciclo de violencia que se repite día con día, sin tregua.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 61.7 % de los ciudadanos percibe que vive en un entorno inseguro. Es decir, seis de cada diez mexicanos caminan con miedo. Pero detrás de cada porcentaje hay una historia, una pérdida, una herida que no se puede reducir a una cifra.
La violencia no solo se sufre en la piel. También se instala en la mente y en la rutina. Cambia hábitos, modifica trayectos y condiciona decisiones. Muchas personas ya no transitan por ciertas calles, evitan salir de noche o se organizan para no estar solas. En los casos más extremos, familias enteras abandonan sus hogares buscando un refugio donde la paz no sea un lujo, sino un derecho.
En este contexto, la inseguridad se ha vuelto un espejo roto de nuestra sociedad.
Aunque muchas veces optamos por no hablar de ella, sus consecuencias nos alcanzan a todos: un amigo víctima de un robo, una vecina desaparecida, un familiar que ya no regresó.
El miedo se ha vuelto parte del lenguaje cotidiano.
Para miles de familias, la violencia no termina con el crimen. Ahí empieza otra batalla: la búsqueda de justicia. Muchas han transformado su dolor en fuerza, organizándose para encontrar a sus desaparecidos o exigir castigo para los culpables. Pero se enfrentan, una y otra vez, a un sistema que responde con burocracia, omisiones o silencio.
La inseguridad no se combate solo con más ejército ni con discursos de ocasión. El verdadero combate comienza cuando se enfrenta la impunidad. Mientras los responsables —y sus cómplices institucionales— no sean llevados ante la justicia, la violencia seguirá creciendo. Como advirtió Montesquieu: “una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad”.
Urge construir un sistema de justicia que funcione. Que escuche, que actúe, que responda con resultados, no con promesas. Un sistema donde la ley no se doblegue ante el poder ni se paralice ante el miedo.
La justicia no puede seguir siendo un privilegio reservado para unos pocos. No puede ser una esperanza rota.
Porque el sufrimiento no se mide en estadísticas. Se mide en ausencias, en angustia, en el silencio forzado de quienes lo han perdido todo. La inseguridad que vivimos no es solo un problema de seguridad pública: es el síntoma de un sistema que ha dejado de proteger a sus ciudadanos.
Ahora más que nunca, la inseguridad es un grito colectivo. No como un eco lejano, sino como una urgencia que nos compromete a todos.
Porque ese grito, en realidad, es un clamor por justicia.
* Elio Villaseñor Gómez es director de Iniciativa Ciudadana para la Promoción del Diálogo A. C.