Las crisis de la sociedad y la juventud (I)
Joaquín Narro Lobo
Llevo tiempo observando y rumiando sobre lo que desde hace tiempo sucede en México con la sociedad, en general, y la juventud, en particular. Si lugar a dudas, el más reciente parteaguas de esto se encuentra en la elección del pasado 2 de junio, pero ese momento no es el primero ni mucho menos el inicial a partir del cual se manifiesta que algo está sucediendo alrededor de lo que somos, fuimos y queremos ser como colectivo humano. En este momento, quizá lo político-electoral sea lo menos importante en mi reflexión, pues un resultado como el que tuvimos no es sino una consecuencia más producto de aquello en lo que nos hemos convertido. Lo verdaderamente relevante y que aspiro a plantear en esta y las próximas entregas de esta Cratología trata sobre un diagnóstico respecto de lo que como sociedad y juventud somos, las posibles causas, razones y decisiones que nos han llevado al lugar en el que estamos y las alternativas que podemos trazar hacia el futuro a partir de posibles escenarios a los cuales aspiremos a arribar.
Antes de comenzar con el diagnóstico de lo que desde un muy particular, subjetivo y pequeño espacio de análisis observo, es necesario hacer algunas precisiones y declaraciones. En primer término, anticipo que mi reflexión está situada desde un lugar privilegiado por mi circunstancia como profesor y funcionario universitario, articulista en un medio de comunicación e integrante de la clase media, condiciones que me conceden enormes ventajas respecto de la mayoría de la población y que por lo tanto entrañan una responsabilidad superior frente al país y de cara a mi Universidad. En segundo lugar, manifiesto que mis observaciones y análisis no son originales o exclusivos, pues somos muchos quienes hemos cavilado, con preocupación, sobre lo que ha venido sucediendo con la sociedad. Finalmente, si bien mi reflexión abordará el caso mexicano, advierto que lo que sucede en nuestro país no nos resulta exclusivo, sino que se trata de un cambio que se ha venido dando, en mayor o menor medida, en un número importante de naciones respecto de sus sociedades y juventudes, por lo que, con lo relevante que resultan las particularidades locales, se trata de un fenómeno que trasciende fronteras.
En los últimos años, acaso a lo largo de poco más de dos décadas, la sociedad mexicana y su juventud han modificado su comportamiento de forma relevante, dejando olvidados en el camino valores, principios y actitudes que las caracterizaban. “Lo mejor de México es su gente”, rezaba un dicho que pretendía enaltecer el orgullo nacional, sobre todo frente al entorno internacional de la segunda mitad del siglo XX, y buscaba empatar el marcador con otras naciones que tenían mejores condiciones en aspectos como ingreso, empleo, servicios de salud, desarrollo científico y otros más. Casi como mantra, con esa imagen de nosotros mismos crecimos muchos de quienes nacimos en los 1900’s, lo cual en gran parte era real. Los mexicanos, la sociedad, éramos alegres frente a la tragedia, unidos en la desgracia, positivos ante la incertidumbre y luchones en la adversidad. En buena medida, gracias a lo anterior y por largo tiempo, fuimos capaces de sortear crisis económicas, desastres naturales, gobiernos corruptos y desigualdades históricas.
Hoy observo con preocupación, como tantos más, que la sociedad mexicana ha perdido mucho de lo que apenas hace dos décadas nos caracterizaba. No se trata de ver el pasado con nostalgia o romantizar aquello que fuimos, sino de señalar y asimilar con objetividad lo que hoy somos. Por distintas razones que ya expondremos en la siguiente entrega, hemos permitido que actitudes como el pesimismo, el desgano, el individualismo, la desunión o el egoísmo se instalen entre nosotros como condiciones que comienzan a caracterizarnos como sociedad. Para desgracia de todos, ante la carencia de haber experimentado otro tipo de actitudes colectivas, los más jóvenes miran esto como algo natural, como una forma “normal” de ser. Con las excepciones que siempre existen y que en este caso nos sirven no solo para confirmar la regla, sino sobre todo para mantener la esperanza, dejamos la empatía con quien sufre y padece para salvarnos del mismo destino y olvidamos la conveniencia de la construcción colectiva que comparte logros para sustituirla por la aprovechada ventaja que me beneficia a mí.
La próxima semana, las causas, razones y decisiones que nos colocaron donde hoy estamos y nos hicieron lo que hoy somos.