La sombra de la sucesión 1994 en 2024; y la disputa Ebrard-Claudia
Carlos Ramírez
Si está históricamente probado que los hechos no se calcan en tiempos y espacios diferentes, de todos modos, los sucesos pasados pueden ayudar a entender el presente. La sucesión presidencial de 2024 se parece más a la de 1994 que a la de 1924 y 1928.
Manuel Camacho Solís se movió por sí mismo a lo largo del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, al grado de construir una opción dentro del gabinete, en tanto que la vertiente neoliberal económica la lideraba Joseph-Marie Córdoba Montoya, el superasesor que no podía ser candidato presidencial pero que sí operaba en ese escenario: su candidato siempre Fue Ernesto Zedillo Ponce de León y controlaba el salinismo de Luis Donaldo Colosio.
Camacho supuso una sucesión a su favor, pero con mensajeas claros de que no representaría la continuidad al estilo Elías Calles. Se lo dijo Camacho en persona al propio presidente Salinas cuando le enlistó –obvio: con ingenuidad—los planes para los salinistas durante el potencial gobierno camachista.
El mensaje de Camacho era abierto: terminaba el ciclo salinista y comenzaría el de Camacho, pero sin entender que el salinismo como proyecto venía desde 1979 con Miguel de la Madrid y buscaba cuando menos dos sexenios más, como lo confesó el salinista José Angel Gurría Trevino.
Camacho tenía su propio proyecto de gobierno, sin saber que Salinas tenía sus propios datos: imponer a Colosio y él como expresidente de la República se iría a la presidencia de las Organización Mundial de Comercio, la oficina del Consenso de Washington y la globalización productiva; es decir, el eje ideológico del Tratado comercial con EU que, para más señas, comenzaba en el año sucesorio de 1994.
Camacho no fue candidato y Salinas, en una audiencia posterior, se lo dijo al propio Camacho: no pertenecía al grupo salinista y estaba peleado con todos los miembros del equipo presidencial. De haber sido presidente, Camacho enfriaría la reforma económica salinista y le daría prioridad a la reforma política, pero a sabiendas –era politólogo— de que la correlación de fuerzas productivas determina la correlación de fuerzas sociales y políticas.
Salinas destapó a Colosio, Camacho –con razones suficientes—no estuvo de acuerdo y retrasó el reconocimiento a Colosio hasta un pacto político entre ellos dos y sin Salinas y hacia marzo se perfilaba como secretario de Gobernación de Colosio para instrumentar la reforma política, con datos de que tendría edad para ser el sucesor de Colosio en el 2000.
Ebrard se nutrió en ese ambiente. Aceptó por dedazo ser el candidato del PRD a la jefatura de gobierno de DF en el 2006, desafío a López Obrador en la candidatura presidencial del 2012 y operó como fuerza política autónoma en el gabinete presidencial lopezobradorista, sin hacer equipo con nosotros colegas del proyecto presidencial.
Camacho, mal que bien, sí se había forjado una imagen de operador político con un proyecto de distensión, algo que contrastaba con el estilo autoritario y excluyente del presidente Salinas. Córdoba Montoya inventó aquella frase que le pesó mucho a Camacho en el ánimo del presidente: “Salinas es más camachista, que Camacho salinista”; es decir Camacho no estaba en la lógica del equipo salinista para una sucesión de continuidad que era más que obvia en el ánimo del presidente saliente. En espacios actuales ya corre la frase: López Obrador es más ebrardista que Ebrard lopezobradorista.
Todas las reglas lopezobradoristas para la designación del candidato de Morena a la presidencia 2024 fijan con inflexibilidad el criterio de la continuidad transexenal del modelo de la cuarta transformación, cualquiera que sea la interpretación que se le quiera dar a este concepto.
Los hechos históricos sí se repiten varias veces, aunque, como señala la teoría del caos, no se copian unos a otros.
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