Marcha de la generación Z: La Guerra de narrativas
José Gil Olmos
Una de las estrategias fundamentales cuando hay un conflicto social o armado es la manera en que se difunde la información, es decir, la narrativa que se utiliza y, a través de la cual, se impone una percepción. Esto es lo que vimos la semana pasada con la marcha convocada por la generación Zeta, una guerra de narrativas entre el gobierno y la oposición política que está en contra de la presidenta Claudia Sheinbaum.
Los opositores fincaron su narrativa de violencia gubernamental con fotos y videos difundidos en redes sociales y medios de comunicación nacionales e internacionales en los cuales se observa abuso de parte de los policías en contra de los manifestantes. Del otro lado, el gobierno usó sus propios medios, la conferencia mañanera y la voz oficial de legisladores y gobernadores para establecer su propia narrativa de que el origen de la violencia eran los promotores y personajes como el empresario Claudio X. González.
Previamente, durante y después de la protesta convocada por la generación Zeta se confrontaron ambas narrativas enfocadas en responsabilizarse mutuamente de lo que pudiera ocurrir. Y cuando se presentó la violencia vino la carga de datos, fotos y videos en redes sociales y medios de comunicación para narrar los hechos según sus propias narrativas.
En primera instancia la narrativa del gobierno fue superada por la de los convocantes y participantes, principalmente por la difusión de fotos y videos en medios internacionales que mostraban las acciones agresivas de los policías en contra de los manifestantes. Las imágenes eran importantes porque en una era donde observar, mirar o contemplar está por encima a lo que se dice o se lee, la narrativa se robustece y cobra poderío.
Pero a la par de las imágenes de la actuación policial llegaron también la de hombres armados con martillos, sierras, esmeriles y otras herramientas que los mismo eran usadas para abrir la vallas que utilizadas como armas para golpear a los policías.
El choque de imágenes reverberó en los medios tradicionales –radio, televisión y prensa– y en las redes sociales. Sobre todo en estas últimas.
Así la narrativa se transformó en la pieza clave del conflicto.
No es la primera vez que vemos que dependiendo de la narrativa se gana la batalla. En 1994 el EZLN realizó una estrategia mediática centrada en la figura del subcomandante Marcos que derrotó a la oficial del presidente Carlos Salinas de Gortari. Las fotos y videos de los indígenas zapatistas, más los comunicados redactados con una prosa literaria sirvió para que el grupo guerrillero formara un ejército de fieles simpatizantes dentro y fuera del país.
Nada de lo que dijera o hiciera el gobierno de Salinas y después el de Ernesto Zedillo sirvió para desplazar la narrativa zapatista basada en demandas justas e históricas de los pueblos indígenas olvidados, marginados y empobrecidos. Además, en su estrategia comunicacional el EZLN utilizó el internet para darse a conocer a todo el mundo. Fue el primer grupo subversivo en utilizar las herramientas digitales con éxito para difundir su existencia y demandas.
Otro caso más reciente es el que desplego Andrés Manuel López Obrador siendo candidato presidencial. Durante meses usó una narrativa muy efectiva tomando los casos de abusos, corrupción, injusticia, influyentismo, desvío de recursos, narcotráfico y otros problemas heredados de los gobiernos del PRI y el PAN para fortalecer y hacer plausible su promesa de una transformación.
Además usó ropa y zapatos desgastados como los de cualquier mexicano que sale temprano de casa para trabajar y habló con un lenguaje popular de constantes referencias de la Biblia para acercarse más a la gente a quien llamó Pueblo.
La narrativa de López fue tan poderosa que arrasó a la de la oposición que no encontró su propia narrativa de manera efectiva. De hecho, fue tan potente que los medios de comunicación la aceptaron y reprodujeron. Mientras que en la base social se arraigó utilizando palabras del candidato y luego del presidente.
Hoy la narrativa oficial no tiene el mismo peso y poderío. Le cuesta trabajo hacer creíble el mensaje que sale de Palacio Nacional de que hay mucho que celebrar debido a que se topa con una realidad completamente opuesta al discurso oficial. Es decir, no es verosímil, lo cual es una condición sine qua non para que sea efectiva una narrativa.
No obstante, del otro lado, la oposición tampoco logra imponer su propia narrativa de que la marcha fue una expresión genuina de la generación Zeta y de una gran mayoría de la población que ya no quiere el gobierno de la Cuarta Transformación.
Las declaraciones soeces del priista Alejandro Moreno o las denuncias de los dirigentes del PAN tuvieron muy poco eco en la población y las denuncias de que se pagaron los servicios de especialistas para difundir la convocatoria y lo sucedido en la marcha han hecho mella en los organizadores que fracasaron en una segunda marcha el 20 de noviembre a la cual asistieron unas cuantas decenas, con la ausencia de la llamada generación Zeta.
Por cierto, más allá de la guerra de narrativas, lo que es una realidad es que la generación Zeta enfrenta un panorama adverso y complejo. Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI, de los 30.4 millones de jóvenes en ese rango de edad, el 47.6 por ciento no desempeñaban ninguna actividad económica al primer trimestre de 2025. Además, sólo una quinta parte tiene estudios profesionales y 9.8 millones viven en viviendas con rezago habitacional.
