Trump arremete de nuevo y aumenta la oportunidad para México

Enrique Quintana

La guerra comercial, que algunos creyeron resuelta, volvió a escena con fuerza: la Casa Blanca anunció un arancel adicional de 100% a prácticamente todo lo que llegue de China a partir del 1 de noviembre.

No es un ajuste técnico, es una declaración estratégica. El mensaje es claro: reducir la dependencia de Beijing, forzar el reacomodo de cadenas de valor y mandar una señal política de fuerza.

¿Por qué ahora? Porque la rivalidad tecnológica y de seguridad se volvió el eje de la relación; porque el péndulo político en Washington premia la dureza y además porque la primera ronda de tarifas no logró el objetivo mayor: reubicar producción a gran escala.

Esta vez el nuevo golpe va por ello.

El efecto inmediato es psicológico y logístico. Psicológico, porque eleva la percepción de riesgo en cualquier plan que descanse en insumos chinos. Logístico, porque obliga a rehacer rutas, contratos y listas de proveedores.

Para las empresas globales, el dilema deja de ser “¿cuánto me cuesta moverme de China?” y pasa a ser “¿cuánto me cuesta quedarme en China?”.

En el tablero internacional veremos tres movimientos.

Primero, una nueva oleada de fragmentación: duplicación de capacidades, proveedores alternos, y regionalización acelerada.

Segundorepresalias selectivas de China: desde inspecciones regulatorias hasta controles en minerales críticos.

Tercerovolatilidad financiera: los proyectos intensivos en partes asiáticas enfrentan primas de riesgo más altas y plazos más cautelosos. Las fuertes caídas de las bolsas el viernes, de 3.56% en el Nasdaq y de 2.71 en el S&P 500, lo muestran.

No hay magia: más fricción comercial, al menos al inicio, significa más costos y, en algunos segmentos, presiones de precios.

¿Y México? Estamos en una bisagra histórica. Pocas veces una decisión tomada afuera nos coloca ante una oportunidad tan grande y un examen tan estricto.

Lo positivo es evidente: bajo el T-MEC, la fabricación en México tiene preferencia arancelaria, cercanía geográfica, tiempos de entrega competitivos y un ecosistema industrial que ya existe. Sectores como autopartes, equipo eléctrico, electrodomésticos, muebles, dispositivos médicos y ciertas ramas electrónicas pueden capturar órdenes que salgan de China en busca de refugio arancelario.

El nearshoring deja de ser presentación en PowerPoint y se convierte en decisión de supervivencia para muchas cadenas.

Pero también hay riesgos. El primero es una atención mucho más celosa de Estados Unidos con relación al cumplimiento de las reglas de origen.

Si intentamos maquillar componentes chinos en productos ensamblados aquí, la lupa aduanera no tardará en caer, con investigaciones y sanciones.

El segundo es de costos y abastecimiento: una parte relevante de nuestras plantas compra insumos asiáticos; sustituirlos no es inmediato y puede erosionar márgenes.

El tercero es macro: una guerra comercial amplia enfría el ciclo global; la oportunidad para México existe, pero navega en aguas más picadas.

Nuestras ventajas comparativas están ahí, pero hay que volverlas efectivas.

La primera es la geografía: proveer a la costa este o al Medio Oeste en días, no en semanas, es oro en la era del inventario magro.

La segunda es el T-MEC: certidumbre jurídica, solución de controversias y acumulación con Canadá; si demostramos cumplimiento impecable llegaremos fuertes a la revisión de 2026.

La tercera es la escala: clústeres en el Bajío y el norte con proveedores y talento operativo.

La cuarta es el costo total: quizá no somos la mano de obra más barata, pero los ahorros logísticos, de inventarios y de coordinación inclinan la balanza.

¿Qué falta? Tres prioridades urgentes.

Uno, energía suficiente, confiable y cada vez más limpia. Sin electricidad, el nearshoring se queda en discurso; con ella, se vuelve un flujo de inversiones.

Dos, trámites exprés: parques industriales, aduanas, permisos ambientales y sanitarios con carriles claros y una ventanilla única efectiva.

Tres, trazabilidad: una plataforma nacional de origen que permita documentar insumos, transformaciones y pruebas, para blindarnos de acusaciones de triangulación. A esto habría que agregar capital humano: técnicos, ingenieros y mandos medios con inglés funcional, y un esfuerzo serio de capacitación en cadenas proveedoras.

No se trata de apostar a todo. Hay que priorizar eslabones donde el “switch” desde Asia sea factible en 12 a 24 meses: subconjuntos específicos de electrónica y equipo eléctrico, componentes de tren motriz y sistemas térmicos en autos, dispositivos médicos desechables y mobiliario. También servicios vinculados a manufactura: diseño, pruebas, mantenimiento avanzado. El criterio es práctico: donde ya tengamos proveedores cercanos, normas compatibles y capacidad de certificación rápida, ahí debemos empujar primero.

Trump movió la pieza más pesada del tablero comercial. Puede haber ajustes en el calendario y excepciones de último minuto, pero la dirección está trazada: menos China en las cadenas de Norteamérica y más producción regional.

Para México es la hora de comportarse como país de manufactura avanzada: reglas claras, energía lista, cumplimiento serio y ejecución rápida. Si lo hacemos, la etiqueta “Hecho en México” no será un eslogan, sino la respuesta racional de miles de compradores que hoy redibujan sus mapas.

Si no, veremos pasar otra oleada desde la ventana del vecino. Y esas, en la historia económica, no regresan dos veces.

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