La desmesura de Sheinbaum
Gilberto Guevara Niebla
El gobierno de la señora Claudia Sheinbaum está cruzando límites que pensábamos nunca cruzaría. Por un lado, tomó la decisión de reprimir la manifestación del sábado 10 de noviembre y –todavía más grave– de iniciar procesos judiciales contra algunos de los manifestantes bajo la acusación de agredir a la policía, esto pone de manifiesto que la postura de la presidenta se ha endurecido hasta extremos insospechados; por otro lado, sorprende su reacción de extrema intolerancia ante el anuncio de la realización de la marcha de la Generación Z que la llevó a afirmar la idea absurda de que tal marcha había sido planeada –y pagada—por la derecha y por agencias extranjeras.
Estos hechos, desde luego, nos hacen evocar la conducta que siguió el presidente Gustavo Díaz Ordaz ante el movimiento de 1968. La presencia de los provocadores del Bloque Negro (con o sin máscara), la respuesta violenta y excesiva de los granaderos, la teoría de una conspiración extranjera contra México, los encarcelamientos y juicios contra los propios manifestantes, todo configura un dejá-vú de hace 57 años.
Sorprende ese ánimo represivo en una persona que dice se formó en el espíritu del movimiento estudiantil de 1968. Esas posturas excesivas revelan que comienza a romperse el contacto de Sheinbaum con las masas populares. La repetición de sus ataques, sus posturas prepotentes, sus autoelogios, su presunción de representar a un partido casi omnipotente, etc., configuran una retórica cansina que, a veces, raya en el infantilismo. Pero el desgaste de su retórica se explica sobretodo porque no ofrece soluciones efectivas a los grandes problemas de México.
Un país devastado desea tener un Estado fuerte, con acciones vigorosas y eficaces, proporcionales a la dimensión enorme que tienen los problemas nacionales. Pero ese Estado no existe. Sheinbaum está al frente de un Estado clientelista, débil, inseguro, que cede su dominio en grandes territorios al crimen organizado. Un ejemplo de esto último es el mismo estado de Michoacán donde una organización criminal mandó a asesinar a Carlos Manzo, para impedir el avance notable que éste había logrado en su ruta hacia la gubernatura. Fue un homicidio político que sugiere que el puesto de gobernador es objeto de disputa entre las bandas criminales. Desde hace tiempo se ha denunciado que el actual gobernador de Michoacán tiene vínculos con el narcotráfico, pero el gobierno de Claudia Sheinbaum ha adoptado una actitud de oídos sordos ante estas denuncias.
Con el gobierno de la 4T, presume Sheinbaum, “México goza de todas las libertades”. ¿Será cierto? ¿Acaso el discurso reiterado de la presidenta anatemizando con dureza a sus adversarios no intimida, inhibe y coarta las libertades? ¿Acaso el discurso presidencial no estimula a los funcionarios de Morena a asumir conductas persecutorias, de censura y acoso contra los enemigos de su partido?
La libertad en México está coartada por la atmósfera de hostigamiento que han creado lo líderes de Morena en todo el país. No hay libertad, lo que hay es una atmósfera de polarización donde quienes gobiernan hostilizan a quienes los critican y buscan pretextos para proceder contra ellos judicialmente. No solo es el caso de la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, que persigue judicialmente a los periodistas que osan criticarla; no, es un fenómeno generalizado de autocensura y silencio inducidos por el autoritarismo que prevalece en todo México. Morena ha inhibido la libertad de expresión. No se trata de represión (persecución, tortura, cárcel), se trata de inhibición de la libertad de expresión por la atmósfera de intolerancia que se ha instalado en todas partes. Por otro lado, la libertad es coartada por la violencia que pulula en las calles, en los barrios, en el campo y en las ciudades, una violencia que se explica en gran parte por la pobreza, el atraso, el subdesarrollo y asimismo por el fracaso de las políticas de seguridad del Estado. En su raíz, la violencia nace de la incultura, el fracaso educativo, y el quebrantamiento de los fundamentos morales de la sociedad. Tanto el presidente López Obrador como la presidenta Sheinbaum han repetido el estribillo de que hay que combatir a la violencia no mediante la represión, sino “atacando las causas”. De acuerdo. Pero ¿cuáles son las causas? La violencia no se explica solamente por las causas materiales, como ellos piensan, se necesita sobre todo remover las condiciones educativas, morales y culturales que le dan sustento. No bastan los programas de bienestar para acabar con la violencia, tras siete años de experiencia no puede haber dudas al respecto. Se necesita edificar una economía sólida de desarrollo que asegure parámetros de igualdad en el ingreso y servicios sociales (educación y salud) de calidad, todo esto solo como principio para acabar realmente con la violencia (sin pasar por alto la necesidad de una acción diversificada que tome en cuenta los condicionamientos regionales).
