La otra variable energética se llama Donald Trump

Enrique Quintana
Durante años, muchos consideraron que la estrategia más sensata para México era importar gasolinas. La lógica era simple: el sistema nacional de refinación, envejecido y poco eficiente, era el origen de pérdidas multimillonarias para Pemex.
En un esquema de evaluación estrictamente financiera, cerrar refinerías y comprar gran parte del combustible al extranjero parecía lo más racional.
Sin embargo, el panorama ha cambiado de forma radical.
La política económica de Estados Unidos, ahora bajo el liderazgo de Donald Trump, ha reconfigurado las reglas del juego. La dependencia de las importaciones de gasolina hoy significa algo muy distinto a lo que representaba antes del 20 de enero de este año. Ya no se trata solo de comparar precios, sino de medir riesgos estratégicos.
Los números ayudan a dimensionar la situación. Hasta junio de este año, Pemex vendió en promedio 658 mil barriles diarios de gasolinas automotrices y 242 mil barriles de diésel. De esa cifra, 324 mil barriles diarios de gasolina y 90 mil de diésel provinieron de importaciones.
En otras palabras, el 37% de la gasolina y el 28% del diésel que Pemex vende en México viene del extranjero, casi todo de Estados Unidos. Este porcentaje ha disminuido desde el 59% registrado en 2021, gracias a las inversiones en refinación.
Pero mientras la dependencia de gasolina importada se ha reducido, en el caso del gas natural la situación es mucho más delicada: alrededor del 70% del consumo nacional se cubre con compras externas, también mayoritariamente estadounidenses.
Esto convierte al gas en un punto neurálgico de vulnerabilidad energética, ya que más del 60% de la electricidad del país se genera con este insumo.
Las inversiones en refinación durante el sexenio anterior, como la construcción de la refinería de Dos Bocas con un costo cercano a los 21 mil millones de dólares, redujeron la necesidad de importaciones de gasolina, pero incrementaron las pérdidas operativas de Pemex.
El reto ahora es monumental: reducir esos números rojos sin retroceder en la meta de aumentar la autonomía energética.
La infraestructura de almacenamiento también condiciona la estrategia. Si se suman terminales terrestres, marinas, camiones y buques, México cuenta con reservas de gasolina para apenas 14 días de consumo. En el gas natural la cifra es crítica: solo 2.5 días. Estos márgenes son insuficientes para enfrentar interrupciones prolongadas en el suministro y dejan al país expuesto a choques externos.
En el pasado, se asumía que Estados Unidos jamás cerraría el flujo de gasolinas y gas hacia México. Sin embargo, Trump ha demostrado que está dispuesto a usar las exportaciones energéticas como herramienta de presión política. Incluso sin llegar a cortar el suministro, la simple amenaza podría bastar para imponer condiciones desfavorables.
Hoy, la política energética enfrenta una tensión evidente entre la eficiencia económica y la seguridad estratégica.
Apostar únicamente por las importaciones puede ser financieramente atractivo en el corto plazo, pero arriesgado en un contexto geopolítico inestable.
Por el contrario, buscar la autosuficiencia sin mejorar la eficiencia de las refinerías sería un golpe financiero insostenible para Pemex y, por extensión, para las finanzas públicas.
México necesita un enfoque de equilibrio: mejorar el rendimiento de las plantas existentes, optimizar procesos y reducir pérdidas, mientras se diversifican las fuentes de gas natural y se amplía la capacidad de almacenamiento.
Esto debe incluir alianzas tecnológicas, inversión en infraestructura de importación de gas natural licuado desde otros mercados y el impulso decidido a energías renovables que reduzcan la dependencia del gas para generar electricidad.
Incluso hay que volver a discutir el tema del fracking.
En un mundo donde la política y la economía se entrelazan de manera impredecible, depender de un país gobernado por Donald Trump es una vulnerabilidad estratégica.
La seguridad energética debe dejar de ser un concepto abstracto y convertirse en un objetivo central de la política pública.
No se trata solo de tener combustible para mover la economía hoy, sino de garantizar que México pueda hacerlo mañana.