Día Mundial del Agua: el ciclo de la vida en crisis
El Valle de México (VM) enfrenta en la actualidad la peor crisis hídrica de su historia, catalogada por muchos como una emergencia. Ante esta coyuntura, es fundamental que, en esta coyuntura electoral, todos los contendientes a cargos de elección popular para los distintos órdenes de gobierno comprendan la problemática y generen un compromiso claro para resolverla.
Según el Registro Público de Derechos de Aguas, el requerimiento total de agua de primer uso en el Valle de México asciende a 2,142 hectómetros cúbicos al año. Esta agua se destina al abastecimiento público (70%), actividades agrícolas (18%), industria autoabastecida (10%) y termoeléctricas (2%). La fuente de agua más importante para la región es el acuífero del Valle de México, que representa el 67% del total, seguido por los Sistemas Lerma y Cutzamala que proporcionan el 28% del suministro (CONAGUA).
La actual emergencia hídrica en el Valle de México está relacionada con diversos factores tanto naturales como humanos. Entre ellos se encuentran:
La sobreexplotación de los acuíferos subterráneos que ha prevalecido por dácadas, donde la extracción de agua subterránea supera su recarga natural. Cuatro de los 14 acuíferos en la zona se encuentran en alerta roja, siendo el Acuífero del Valle de México el más importante y sobreexplotado.
La contaminación de fuentes de agua superficiales y subterráneas, donde alrededor del 70% de los lagos y ríos del Valle de México presentan altos niveles de contaminación, principalmente debido a descargas industriales, aguas residuales no tratadas y descargas de aguas negras, según datos del Sistema de Aguas de la CDMX (SACMEX).
Los efectos crecientes del cambio climático, que provocan escasez de agua debido a la falta de lluvia, generando niveles alarmantes en presas y lagos.
El crecimiento poblacional desmedido y la expansión urbana sobre el suelo de conservación y las barrancas que son las zonas de recarga de los acuíferos, lo que resulta en la pérdida de ecosistemas y de la capacidad de infiltración.
La falta de infraestructura para la captación, almacenamiento y distribución del agua, así como de mantenimiento y supervisión de la red de distribución, estimándose que alrededor del 40% del agua se pierde por fugas. Las fugas se han ido tratando de resolver sustituyendo la red, pero ha sido muy lentamente.
La falta de cooperación entre los tres órdenes de gobierno (federal, estatal y municipal), la carencia de una planificación a mediano y largo plazos, y la constante reducción del presupuesto destinado al sector hídrico. Además, se observan malas prácticas en la agricultura y una falta de conciencia sobre el uso del agua por parte de la población en general debido a que la zona tiene una estructura tarifaria que no incentiva el reuso, el reciclaje ni el consumo doméstico responsable.
Estos son los factores que han contribuido a la escasez y mala calidad del agua en el Valle de México, afectando aproximadamente al 20% de la población, que no tiene acceso continuo a agua potable y de calidad (SACMEX). Lo que es inaceptable es que esta población es la más pobre de la zona metropolitana, y la que paga el agua más cara para subsistir.
¿Cómo resolverlo? Además de la coordinación, la planeación de mediano y largo plazo, y el financiamiento que se requiere, lo más importante es adoptar un enfoque diferente en la gestión del agua. Se necesita, como lo sugiere el experto Valente Souza, comprender el agua no como un recurso sino como un ciclo, y en ese sentido crear una nueva legislación y una nueva arquitectura administrativa que permitan una gestión integrada del agua y del territorio. Ese cambio de paradigma es fundamental. Dejar de apostar a las grandes obras de ingeniería civil que resolverán con inversiones multimillonarias cómo traer el agua desde lejos, a una ciudad en la cual la precipitación pluvial es seis veces mayor al agua que se consume. Y dejar de permitir la construcción de asentamientos y conjuntos habitacionales a costa de las áreas de valor ambiental para la recarga.
Por supuesto se necesitan obras, pero debemos pensar el sistema de manera holística: cómo funciona el ciclo. Revalorizar la maravillosa infraestructura ambiental que aporta el bosque de agua y las barrancas urbanas. Dejar de construir y ampliar la mancha urbana hacia esas zonas. Ahí se recargarán los pozos que pueden surtir el agua en temporada de estiaje, pero ya no en temporada de lluvias, cuando tendría que captarse varios meses al año con obras de almacenamiento e incentivos fiscales en prediales y en terrenos subutilizados.
Por supuesto requiere poner un alto a la deforestación ilegal, revisar la estructura tarifaria, suministrar aguas tratadas para la agricultura y evitar el uso de pozos para esta actividad, mejorar las prácticas agrícolas hacia modelos regenerativos y ahorradores, y realizar una gestión urbana eficiente. La salvación son los ecosistemas y el ordenamiento del territorio. Por lo demás, esto traería frescura y resiliencia ante el cambio climático que se avecina.
Los momentos de crisis presentan oportunidades para proponer cambios fundamentales que nos permitan avanzar hacia un futuro sustentable e incluyente para todos. Como señaló Jacques Cousteau, “No debemos olvidar que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno solo”.