Los efectos de las “terapias de shock” en la economía, ¿qué pasará en Argentina?

Gonzalo Soto

En su discurso inaugural como presidente de Argentina, Javier Milei advirtió que la situación económica del país habría de empeorar antes de retomar el rumbo y enfrente quedaban tiempos duros. El 12 de diciembre, Luis Caputo, ministro de Economía, presentó un paquete de reformas drásticas que pretende sacar al país del estancamiento de crecimiento y una hiperinflación por encima de 160%.

La moneda fue devaluada 50%, se eliminaron subsidios, se redujeron ministerios, hubo despido de funcionarios y casi se detuvo la inversión pública. Los argentinos salieron a las calles a protestas medidas que consideran ‘draconianas’ y los mercados aplauden lo que consideran un retorno a la responsabilidad fiscal. En medio del jaloneo, coinciden que lo de Milei es una terapia de shock, un término que ha definido el rumbo de algunas economías con serios problemas, aunque con resultados mixtos.

Una terapia de shock se refiere a una serie de medidas drásticas, tomadas en un periodo muy corto de tiempo, cuyo propósito es liberalizar una economía que anteriormente mantenía un grado importante estatización. Reducir la hiperinflación usualmente es el objetivo primordial.

Aunque no existe una ‘receta’, las terapias de shock incluyen regularmente el fin de los controles de precios, la libre flotación de la moneda, privatización de empresas estatales y una reducción significativa del gasto público.

Jeffrey Sachs, un economista estadounidense al cual se le atribuye el nombre, siempre ha sido detractor del término, pues asegura que refleja ‘más dolor del que realmente ocurre’, aunque en la práctica los resultados son mixtos.

Lo visto en Bolivia

Uno de los primeros casos de terapia de shock ocurrió a mediados de la década de 1980, en Bolivia, que llegó a padecer una hiperinflación de 60,000%. El ministro de Economía y futuro presidente del país, Gonzalo Sánchez de Losada, decretó la libre flotación del peso boliviano, el fin de los subsidios estatales, una moratoria de pagos a organismos extranjeros y el despido de más de la mitad de los empleados públicos.

La hiperinflación en el país se redujo paulatinamente y para 1993 el incremento de los precios se había limitado a menos de 10%. Con el retorno del equilibrio fiscal, Sachs asesoró al gobierno boliviano para que usará recursos del banco central y, con ello, se fortaleciera el peso frente al dólar, que era usada como moneda de uso corriente en muchas actividades de la economía.

Pese a los resultados macroeconómicos, la economía boliviana se mantuvo como una de las más rezagadas en América del Sur, que vio en los noventa y principios de los años 2000, un boom acelerado.

Asimismo, la desigualdad económica se acentuó, pues de acuerdo con datos del Banco Mundial, para 2002 el 82% de la población rural en el país vivía por debajo del umbral de pobreza, lo mismo que el 54% de los habitantes de zonas urbanas. El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en los países, creció casi 10 puntos porcentuales a lo largo de la década de los noventa y solo se recuperó hasta la llegada del nuevo milenio.

La experiencia de Polonia

El éxito macro de Sachs en Bolivia le valió una invitación del gobierno polaco para asesorar la transición del país del comunismo a una economía de libre mercado. La inflación rondaba 600%, con un mercado negro creciente para atender la escasez de productos básicos para la población y empresas estatales con amplios recursos naturales, pero sin tecnología ni capacidad humana para enfrentar los retos de la apertura a nuevos mercados más competitivos.

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El presidente Leszek Balcerowicz lanzó un plan permitió a las empresas públicas declararse en quiebra, prohibió la emisión de nueva moneda y el financiamiento del déficit público con recursos de banco central, abolió los apoyos estatales a las compañías, abrió el país a la inversión extranjera y retiró el control de precios clave en la economía.

La subida de precios se detuvo y en menos de dos años se evitó la caída en una hiperinflación. La escasez de productos se revirtió y el consumo tuvo una explosión que duró hasta la crisis financiera de 2008, de acuerdo con datos del FMI. Polonia se transformó en una de las economías más resilientes de Europa, con crecimiento sostenido incluso en periodos en los que la Unión Europea ha tenido reveses importantes.

No obstante, la terapia tuvo su costo, pues a corto plazo Polonia pasó del pleno empleo a una tasa de desocupación de casi 17%. El país batalla constantemente en tiempos de crisis con el desempleo, que llegó a tasas por encima de 20% a mediados de la década del 2000 y, tan reciente como 2013-2014, rozaba el 15%.

Crisis y devaluación en Rusia

Un caso extremo de la terapia de shock ocurrió en Rusia, en donde la veloz liberalización de la economía dio paso al modelo oligárquico que ha permeado y controla varios aspectos de ese país.

Con la caída del comunismo, Moscú se dio a la tarea de privatizar a gran velocidad las empresas estatales que explotaban los vastos recursos naturales estratégicos, incluídos el petróleo, el gas y otros energéticos. A través de un esquema de vouchers, que pretendía erradicar la posibilidad de acaparamiento de ofertas públicas, el país entregó en menos de un lustro 15,000 compañías heredadas del esquema soviética, para convertirlas en empresas con fines de lucro. Salió mal, pues por medio de corrupción y clientelismo, las empresas recayeron en unas cuantas manos que dieron origen a una nueva clase empresarial dominante que se hizo de activos severamente subvaluados.

La poca intervención del gobierno provocó crisis económicas a lo largo de los siguientes 10 años, incluyendo una devaluación del rublo de casi dos terceras partes de su valor frente al dólar, de acuerdo con datos de Bloomberg. Además, la inestabilidad provocó crisis políticas, que solo se redujeron con la llegada de Vladimir Putin al poder.

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