¿Piedritas para el Plan México?

Enrique Quintana

El Plan México tiene un objetivo central: sustituir importaciones asiáticas, en particular las que provienen de China, y fortalecer la proveeduría de empresas nacionales. No se trata solo de un ajuste comercial. Es un cambio de rumbo con implicaciones estratégicas para la economía mexicana y para la relación con Estados Unidos.

El impacto de esa estrategia, si se consigue, sería doble. Por un lado, permitiría reducir el enorme déficit comercial con China, que en el primer semestre de este año ascendió a 57 mil 536 millones de dólares, la cifra más alta con cualquier país. Por otro, disiparía las sospechas de Washington respecto a que México pudiera convertirse en una puerta trasera para triangular productos chinos hacia el mercado estadounidense, un punto particularmente delicado en la revisión del T-MEC que se avecina.

Las cifras son elocuentes. Entre enero y junio, las importaciones mexicanas desde China sumaron 62 mil 124 millones de dólares, mientras que las exportaciones en la dirección opuesta apenas alcanzaron 4 mil 488 millones. No solo hay un desbalance gigantesco, sino que además las ventas mexicanas a China cayeron 5.5% respecto al año pasado. La brecha se agranda y eso explica la urgencia del plan.

El terreno de la electromovilidad se ha convertido en un laboratorio donde se prueba la viabilidad de esta estrategia. El lanzamiento del autobús eléctrico Taruk, desarrollado por la empresa mexicana Megaflux y terminado en Grupo Dina, es una muestra de lo que se puede lograr. El motor y el chasís se producen en el país; el tren motriz se ensambla en Iztapalapa y la unidad se completa en Ciudad Sahagún. Más importante aún: el 86% de los recursos invertidos en cada autobús se quedan en México, generando empleo, cadenas de proveeduría y conocimiento.

Este proyecto ha despertado interés incluso en Los Ángeles, donde autoridades han explorado la posibilidad de adquirir unidades. Sería un escaparate internacional para la manufactura mexicana de alta tecnología. Sin embargo, mientras el Taruk comienza a ganar terreno, en estados como Nuevo León y Veracruz se han planteado adquisiciones de miles de autobuses eléctricos… chinos.

En el caso de Nuevo León, se habla de hasta 5 mil unidades antes del Mundial de 2026. Y eso ocurre pese a que ya existen problemas con flotillas importadas, debido a la falta de refacciones y a altos costos de mantenimiento.

¿Por qué, entonces, se sigue optando por proveedores chinos? Una parte de la respuesta está en las condiciones financieras que ofrecen: créditos blandos, pagos diferidos y facilidades que difícilmente compiten con las de los fabricantes nacionales. Para muchos gobiernos estatales, con presupuestos limitados y presiones inmediatas, esa oferta resulta irresistible.

Pero aquí se encuentra la primera gran piedrita en el camino del Plan México: sin reglas claras y sin financiamiento competitivo, la sustitución de importaciones será poco más que un deseo.

El gobierno federal no puede dejar la implementación de este plan al libre juego de intereses locales o a la competencia desigual del mercado. Se requiere una política mucho más activa que dé incentivos reales a los estados y municipios para elegir proveedores nacionales. No basta con proclamar el objetivo: hay que respaldarlo con instrumentos efectivos.

La banca de desarrollo podría ser la palanca que marque la diferencia. Con un esquema de financiamiento más agresivo, dirigido a apoyar proyectos de sustitución de importaciones y de fortalecimiento de cadenas productivas locales, sería posible equilibrar el terreno de juego. Si las condiciones de crédito que ofrece China son el atractivo principal, México tiene que responder con alternativas que permitan a las empresas nacionales competir en igualdad de circunstancias.

El Plan México no tiene un problema de diseño: la lógica es impecable. Sustituir importaciones, reducir el déficit con China, blindar la relación con Estados Unidos y fortalecer la producción nacional es una ruta clara. El gran reto está en la ejecución. Si no se instrumenta con decisión, corre el riesgo de convertirse en un documento bien intencionado, pero con resultados limitados.

Hoy México tiene una oportunidad histórica.

El reacomodo global de las cadenas de suministro y el auge del nearshoring abren un espacio único para reposicionar al país como un actor central en la manufactura norteamericana.

Pero si las “piedritas” de la instrumentación no se eliminan a tiempo, el Plan México puede tropezar antes de empezar a caminar. Y en ese caso, los beneficios quedarán en manos de otros.

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