Madre del corazón atómico: los laberintos de la orfandad

Edgardo Bermejo Mora

1.

Quién iba a decir que un célebre disco de Pink Floyd tendría ecos literarios profundos medio siglo después de su lanzamiento. En 1970 la banda británica tituló Atom Heart Mother a un álbum que inauguró la era del rock progresivo. El título hacía referencia a la insólita historia reportada en la prensa británica de una mujer embarazada a la que le habían implantado un marcapasos nuclear. Su aparición marcó profundamente la historia del rock contemporáneo, y permanecería como un referente multigeneracional.

Aquella “madre de corazón atómico” presta hoy su nombre -y algo de su impronta cultural- a la novela más reciente del narrador español Agustín Fernández Mallo (Seix Barral, 2025). Una obra que desborda los límites de la autobiografía para adentrarse en un territorio híbrido, donde confluyen la crónica personal, la reflexión filosófica y el ensayo literario, a través de un relato sobrio y contenido que nos recuerda que, entre muchas otras cosas, la literatura es también una forma del duelo y, al mismo tiempo, de la resurrección. Muy a la manera de La invención de la soledad de Paul Auster (1982)

Fernández Mallo (La Coruña, 1967) articula la novela en tres partes: «Antes», «Después» y «Absolutamente después». Dejando claro desde el inicio que la muerte será el eje de la narración. Esta estructura temporal, que enmarca el antes y el después del fallecimiento de su padre, funciona como columna vertebral para un flujo narrativo libre y expansivo. En lugar de convertir esa división en un esquema rígido, el autor la utiliza como un marco flexible para desplegar una trama digresiva y diacrónica.

El lector avanza en un relato que funciona como un collage de episodios, hilados por la fuerza de la memoria y los entuertos de la inteligencia crítica. Estamos ante una crónica personal cargada de anécdotas, apuntes y divagaciones, articulada por medio de los hilos afectivos que unen a un hijo con su padre. No menos crónica de los exabruptos de paternidad, que de los alcances de la piedad filial.

La novela tiene algo de confesión de intimidades y algo de meditación universal. Su tono es íntimo, incluso coloquial por momentos, pero detrás de esa voz mesurada se adivina una arquitectura narrativa precisa, una mirada que sabe que el recuerdo no es un simple ejercicio de nostalgia, sino una manera de reconstruir el sentido de la existencia.

2.

De la habitación del hospital, donde el padre agoniza, saltamos a la historia de un joven veterinario leonés que en los años sesenta viaja a Estados Unidos a comprar vacas para llevarla en trasporte aéreo hasta Galicia. De ahí pasamos a escenas de la infancia del autor, a reflexiones sobre la física cuántica, a lecturas de Canetti o Kundera, a imágenes de la carrera espacial. El resultado es un tejido narrativo que se expande como una red de asociaciones, pero que nunca pierde el hilo conductor: la figura del padre como centro gravitacional. Esa capacidad para moverse con naturalidad entre lo íntimo y lo universal, entre lo local y lo global, entre lo científico y lo literario, constituye una de las virtudes más notables de la novela.

Aunque en apariencia fragmentaria, la narración mantiene una coherencia estructural. Cada divagación, encuentra su cauce de regreso al núcleo afectivo. El lector siente que avanza en espiral, rodeando siempre la misma pregunta: ¿Quiénes somos cuando aquellos que nos dieron la vida comienzan a ausentarse?

Si algo caracteriza a Madre del corazón atómico es su capacidad para transformar una experiencia personal en una reflexión de mayor aliento. Las preguntas sobre la identidad atraviesan cada página. ¿Qué permanece de nosotros cuando la muerte nos arrebata a quienes amamos? La respuesta en el libro no es desesperada, sino serena: lo que muere físicamente se transforma en memoria, y esa memoria adquiere una nueva forma de vida.

Los caprichos de la lectura y del destino: cuando murió mi madre en 2012 me acerqué al libro de Paul Auster arriba mencionado. Mi padre murió hace cuatro meses y entonces se me apareció, como una señal del universo, la novela de Fernández Mallo. La literatura como bálsamo para sobrellevar la orfandad.

Fernández Mallo plantea que una muerte es en realidad un renacimiento: el ser querido se multiplica en la mente de quienes lo recuerdan, se vuelve compañía invisible, voz persistente, sugerencia silenciosa que nos guía en la vida diaria. La memoria se convierte así en una forma de resurrección íntima. No se trata de una visión religiosa, sino de una convicción humanista, poética e intelectual: los muertos permanecen porque continúan transformándonos.

3.

A estas reflexiones se suma la mirada científica del autor, que encuentra en la física y en las matemáticas metáforas potentes para pensar la existencia. La memoria como energía que no desaparece, la identidad como sistema complejo en constante reorganización, la vida como un tejido de partículas que se reconfiguran tras cada pérdida.

Esta hibridación de ciencia y literatura otorga al libro una singularidad poco común: no se limita a narrar la experiencia del duelo, sino que la enmarca en un horizonte más amplio, casi cósmico, donde la muerte deja de ser un final y se convierte en parte de un ciclo vital.

La novela no puede entenderse al margen del resto de la trayectoria de Fernández Mallo. Escritor transmedial formado en la narrativa, la poesía, el ensayo y el pensamiento científico, su sello ha sido siempre la mezcla de registros, de disciplinas y de referencias culturales. La cultura pop y la alta cultura, la ciencia y la poesía, lo íntimo y lo global, han convivido en sus páginas en una suerte de collage posmoderno.

En Madre del corazón atómico esa diversidad de vocaciones y formaciones se encuentran al servicio de una narración profundamente humana. Nos demuestra que la experimentación formal puede convivir con la transparencia inteligible de una historia, a la vez íntima y universal, compleja y asequible.

4.

La aparición de Madre del corazón atómico se da en un contexto donde la literatura autobiográfica y las narraciones sobre la memoria familiar gozan de gran vitalidad. Tan soló en el caso de México Julián Herbert, Jorge Volpi, Juan Villoro, Jorge F. Hernández, Cristina Rivera Garza, Mónica Lavín, Emiliano Monge y Myriam Moscona, entre muchos otros, se han acercado en años recientes a ese territorio memorioso y confesional. La novela de Fernández Mallo dialoga con esta corriente, pero aporta algo distinto: una perspectiva que combina el testimonio personal con la especulación intelectual, la experiencia concreta con el pensamiento abstracto.

En un momento cultural donde lo superficial parece imponerse, la obra de Fernández Mallo se alza como un recordatorio de que todavía es posible una literatura profunda y accesible, capaz de conmover y de hacer pensar al mismo tiempo.

Hay libros que se escriben desde la urgencia del dolor y libros que se escriben desde la distancia de la reflexión. Este pertenece a una categoría rara: la que logra reunir ambas dimensiones, la herida y la sabiduría, lo personal y lo universal. Por eso emociona sin estridencias y convence sin dogmatismos.

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