De policías y alcaldes

Jorge G. Castañeda

Ante los temores y excesos que de manera inevitable genera la inseguridad, muchas capitales y grandes ciudades dpel mundo han recurrido en diversos momentos a alguna versión de la mano dura. En muchos casos, los habitantes de urbes inseguras ven con buenos ojos la opción de hacerse de autoridades con antecedentes policíacos, o de plano de policías en funciones.

Si además existen personajes carismáticos o con un historial de éxito, la tentación de entregarles la seguridad de sus familias, calles y barrios se vuelve casi irresistible.

En México hemos pasado por episodios parecidos —Miguel Ángel Mancera fue procurador; Marcelo Ebrard fue secretario de Seguridad— y en otros países se han producido fenómenos semejantes.

Para los que se entusiasman con la posible candidatura a la jefatura de gobierno de Ciudad de México de Omar García Harfuch, la experiencia reciente de Nueva York puede resultar interesante.

Después de doce años de la alcaldía del multimillonario Michael Bloomberg—quien trató muy bien a Manhattan y a los barrios ricos de Brooklyn, pero no tan bien al Bronx y a Queens—la ciudadanía neoyorquina eligió a un alcalde francamente de izquierda, Bill de Blasio.

Manhattan se fue para abajo, en parte por la pandemia, desde luego, aunque los votantes que reeligieron a de Blasio al parecer concluyeron que su trabajo en las delegaciones o condados menos ricos de la ciudad fue lo suficientemente bueno como para no reprobarlo tanto como los neoyorquinos acomodados de Manhattan.

La aventura del alcalde de Blasio terminó un poco en desgracia, incluso con una patética campaña presidencial. Como su sucesor la urbe, demócrata de tradición, eligió a Eric Adams, un expolicía que se ha convertido en el segundo alcalde afroamericano de la ciudad más grande de Estados Unidos.

Adams hizo campaña como un miembro del ala centrista del Partido Demócrata, en una ciudad cada vez más de izquierda (la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, por ejemplo, es de allí).  Su victoria se explica en parte, quizás, por el hecho de que los índices de criminalidad de Nueva York crecieron con de Blasio, al grado que muchas farmacias han comenzado a guardar bajo llave la pasta de dientes y el jabón, sin hablar de las miles de mercancías en venta en cualquier “drugstore” que se respeta.

Parte de esta alza en el crimen se debe, de nuevo, a la pandemia y a la recesión económica que provocó. Pero otros factores también jugaron un papel: la salida a la calle de muchos pacientes de hospitales psiquiátricos, el crecimiento del número de los “sin casa”, la ira de los barrios negros contra la policía, el desempleo —todo esto contribuyó a la escalada violenta en 2021 y 2022—.

Adams viajó a México la semana pasada para ver cómo hacerle para que lleguen menos poblanos a su ciudad.

El alcalde de Nueva York enfrenta una crisis migratoria inmensa: han desembarcado más de 100 mil inmigrantes sin papeles a una metrópoli que por ley está obligada a darles albergue y alimentación mientras no puedan trabajar, cosa que  no pueden hacer, precisamente porque no tienen papeles.

No todo es culpa de Adams, pero su desempeño, tanto en las encuestas como en las impresiones que uno se puede llevar al caminar por la ciudad o al subirse varias veces por semana al metro, deja mucho que desear.

De allí quizá que, a menos de un año de tomar posesión, la popularidad de Adams ha caído, especialmente entre la población negra: su aprobación se encuentra en 34%.

La criminalidad tal vez haya descendido un poco, pero la proliferación de homeless, roedores, basura y baches, junto con el disparo de los precios de todo, ha desembocado en una insatisfacción con el papel que Adams ha jugado en la Gracie Mansion, la residencia de funciones de los alcaldes (como Palacio Nacional o Los Pinos antes).

Todo parece indicar que los atributos que hicieron de Adams un policía adecuado (sin más) no lo conducen a ser un buen alcalde.

La izquierda de la 4T no está con Harfuch. Basta ver la lista de nombres en el desplegado de La Jornada esta semana para entenderlo. Parece que no es buena idea elegir a un policía como alcalde. O por lo menos eso se puede concluir de la experiencia inicial de Nueva York.

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