De China a Sinaloa: la ruta del fentanilo que inunda las calles de Estados Unidos
A. Velarde Sanz
La droga que arrasa las calles estadounidenses se cocina en Sinaloa. Los fogones del fentanilo, un opioide 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más potente que la morfina, brotan como setas en el Estado mexicano. Los narcotraficantes mexicanos, principalmente el Cartel de Sinaloa y el Cartel Jalisco Nueva Generación, compran en China e India los precursores químicos de los que se deriva el fentanilo y los cocinan ellos mismos. Y cada poco tiempo sale a la luz un nuevo caso que vuelve a poner de manifiesto el problema latente.
Apenas el 14 de febrero, el Ejército incautó un laboratorio en Culiacán con la “mayor capacidad de producción de droga sintética que se tenga registrado históricamente”, de acuerdo con un comunicado de la Secretaría de Defensa Nacional (Sedena). Los militares decomisaron 28 reactores, más de 128 kilógramos de fentanilo granulado, 629.138 pastillas y otros 100 kilos de metanfetamina.
“Megalaboratorios como este debe haber 10 en los alrededores de Culiacán, pero hay más de 200 laboratorios pequeños en la zona. El Cartel de Sinaloa debe ser uno de los principales productores de drogas sintéticas, pero están repartidos por todas partes, es muy difícil dar con ellos”, explica Miguel Ángel Vega, experto en narcotráfico. Un mes después, en otra operación, se aseguraron otros 280 kilogramos del estupefaciente en la región.
Las drogas derivadas del fentanilo son fáciles de producir y aún más fáciles de transportar. Sus consecuencias, sin embargo, son letales: más de 150 personas mueren a diario en Estados Unidos por sobredosis relacionadas con el narcótico, según el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades.
En 2021, 100.306 personas fallecieron por esta causa en el país, un aumento significativo respecto al año anterior. En el laboratorio incautado en Sinaloa se producían principalmente pastillas M30, cuya base activa es el opioide, apunta Vega.
Estados Unidos ha declarado la guerra al fentanilo. La DEA (Administración de Control de Drogas, por sus siglas en inglés) urgió en febrero a México a “hacer más” en la lucha contra el opioide. En la Cumbre de Líderes de América del Norte, celebrada en enero en la Ciudad de México con la presencia del presidente estadounidense, Joe Biden, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, y su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, la necesidad de poner barreras al tráfico del opioide fue uno de los temas que dominó las conversaciones.
En las últimas semanas, el fentanilo ha contribuido a abrir un nuevo frente político entre los dos países. El ala más radical del partido republicano estadounidense propuso el 12 de enero una iniciativa en el Congreso para capacitar a su Ejército a combatir el tráfico en territorio mexicano. La propuesta levantó ampollas en López Obrador, que calificó a los republicanos de intervencionistas y cargó contra “la mala costumbre de EE UU de considerarse el Gobierno del mundo”.
La semana pasada, el presidente planteó también prohibir el consumo del opioide para fines de médicos en ambos países y, en su lugar, reemplazarlo por analgésicos alternativos.
Mientras tanto, al otro lado de la frontera la crisis continúa e incluso en México, el Observatorio Mexicano de Salud Mental y Consumo de Drogas ya ha empezado a registrar un preocupante aumento en el consumo.
En su versión legal, el fentanilo se conoce como Actiq, Duragesic y Sublimaze y se receta, como la morfina, para pacientes que sufren dolores intensos o crónicos. La sustancia actúa sobre los receptores opioides del cerebro.
“Después de consumir opioides muchas veces, el cerebro se adapta y su sensibilidad disminuye, lo que hace que resulte difícil sentir placer con otra cosa que no sea la droga. Cuando una persona se vuelve adicta, la búsqueda y el consumo de la droga se apoderan de su vida”, dice el National Institute on Drug Abuse (NIDA).
Cuando es recetado por un médico, el fentanilo puede inyectarse, administrarse con un parche sobre la piel o en forma de pastillas. Por vía intravenosa puede hacer efecto en el organismo en menos de 30 segundos, mientras que por los otros métodos puede alargarse hasta los 10 minutos, de acuerdo con el portal Química. Sus efectos incluyen “felicidad extrema, aletargamiento, náuseas, confusión, estreñimiento, sedación, problemas para respirar y pérdida del conocimiento”, según NIDA.
En su consumo ilegal en las calles, a menudo se vende en forma de polvo, en envases de gotas para los ojos o, como el caso de lo producido mayoritariamente en Sinaloa, en pastillas conocidas como M30.
Producir una dosis de M30 cuesta en torno a 70 centavos de dólar. En las calles, la ganancia se multiplica y cada pastilla se vende por entre 10 y 15 dólares. Las máquinas de las que disponía el laboratorio son como robots de cocina para drogas duras: se introducen los ingredientes, entre ellos dosis mínimas de fentanilo, que al ser un opioide tan potente solo necesita de unos pocos miligramos, y se mezcla con otras sustancias.
“Es altamente rentable, con poco ingrediente activo puedes hacer mucho producto final. También se puede mezclar con cocaína, cristal, heroína… No está claro cuanta dosis lleva por pastilla, no está controlada y por eso hay tantas sobredosis”, ilustra José Andrés Sumano, investigador en El Colegio de la Frontera Norte que ha seguido el rastro de las nuevas rutas del narcótico.
Una cocina química como la incautada en Culiacán puede llegar a facturar 30.000 o 40.000 pastillas diarias. La inversión es mínima y el beneficio, máximo. “40.000 pastillas no es un bulto muy grande, es más fácil de traficar que 20 kilos de cocaína o marihuana. Y casi cualquier laboratorio tiene esas máquinas. Están escupiendo 1.000 pastillas cada hora, son aparatos pequeños, pero sofisticados”, reitera Vega.
“Hay miles de maneras de traficar: a través de correo, paquetería, incluso recientemente hubo un decomiso de palomas mensajeras cargando bolsitas de fentanilo a USA. Detectar mínimas cantidades es difícil para la policía”, coincide Juan Carlos Ayala, investigador de la Universidad de Sinaloa experto en temas de violencia criminal, cultura y narcotráfico.
El resultado: calles inundadas de pequeñas pastillas cortadas con otras sustancias que se convierten en veneno de diseño para los consumidores.
México es la maquila de drogas duras de Estados Unidos. Es pura lógica capitalista: mientras la demanda siga en aumento al norte de la frontera, la oferta continuará llegando desde el sur. El fentanilo antes provenía de China, pero el endurecimiento de los controles en esa ruta y del comercio en general entre ambos países tras las tensiones geopolíticas y la pandemia de coronavirus abrió otra vía.
El miembro de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, César Arce, explica a WIRED en Español las tendencias en el mercado de las drogas y la salud
Ahora los narcotraficantes mexicanos, principalmente el Cartel de Sinaloa y el Cartel Jalisco Nueva Generación, compran en China e India los precursores químicos de los que se deriva el fentanilo y los cocinan ellos mismos. En el laboratorio de Culiacán, por ejemplo, la policía incautó también 750 kilos de ácido tartárico, 275 kilos de manitol y 225 kilos de sosa cáustica, utilizados para cortar el narcótico.
“Los precursores llegan a los puertos del pacífico mexicano: Lázaro Cárdenas, Manzanillo, Mazatlán. Los llevan a este tipo de laboratorios donde terminan de cocinar el producto. Una vez cocinado en cualquiera de sus formatos, sube hacia los Estados Unidos. Gran parte del fentanilo cruza por la frontera entre Tijuana y San Diego”, narra Sumano.
“Estos laboratorios no tienen los procesos que tienen los laboratorios farmacéuticos. La industria cumple con determinadas medidas de seguridad que estas cocinas no tienen. Miligramos inhalados de fentanilo ya pueden causar la muerte: ataca el sistema nervioso, sobre todo la parte que regula la respiración. Con una sobredosis de fentanilo dejas de respirar”, continúa el experto.
“La adquisición de los precursores químicos para el fentanilo en China son extremadamente baratos, de [un coste] de 3.000 a 5.000 dólares por kilo pueden sacar hasta un millón de dólares. El fentanilo en China trae entre un 80% y un 90% de pureza y aquí en México con los agregados que le ponen se va a un 10%, hacen dosis enormes. Por eso el mercado internacional ahorita está optando por el fentanilo, es sumamente más cómodo traficar con él”, apuntala Ayala.
El laboratorio incautado el 14 de febrero se encontraba muy cerca de un poblado conocido como El Salado, territorio narco controlado por la facción del Cartel de Sinaloa que lidera Ismael El Mayo Zambada, el único capo histórico del narcotráfico mexicano que nunca ha sido apresado. Pero la producción de fentanilo no es exclusiva de esta rama del grupo criminal: “La realidad es que estos laboratorios los están manejando todas las facciones del cartel, es un negocio muy lucrativo. Es difícil saber a qué facción pertenece el dueño de esta cocina. [El decomiso] les dolió, pero no les afecta, porque ese laboratorio lo van a reconstruir en otro lugar”, señala Vega.
López Obrador dice que el fentanilo que se produce en México y mata a 70.000 personas al año al otro lado de la frontera no es problema suyo. Los republicanos han decidido mover leyes para permitirle a las Fuerzas Armadas de EE UU intervenir en México
“Gran parte de los decomisos del país suceden en Sinaloa. Los grupos criminales han desarrollado sus técnicas. A pesar de que el Cartel de Sinaloa quizá no sea el más poderoso en México ahorita, sí es el más capacitado para realizar este tipo de tráfico”, mantiene Ayala. Un vistazo a los archivos de la Sedena ratifica esta tesis. El 23 de febrero, el Ejército detuvo un vehículo cargado con metanfetamina, fentanilo y cocaína en el Estado. Tres días después del descubrimiento del laboratorio masivo, el 17 de febrero, los agentes incautaron en Culiacán más 500.000 pastillas de fentanilo y otros 30 kilos del narcótico en polvo.
Esta semana, el presidente de México planteó también prohibir el consumo del opioide para fines de médicos en ambos países y, en su lugar, reemplazarlo por analgésicos alternativos. Casos documentados con miles de pastillas escondidas en pan artesanal o píldoras de colores chillones que parecen caramelos. La lista es interminable.