El fracaso de los ayuntamientos
Antonio Navalón
En la campaña del llamado “espurio”, la campaña del robo y la humillación nacional por impedir la llegada a Palacio Nacional, uno de los ejes centrales fue la propuesta de seguridad. En ese momento, precisamente en el año 2006, en la campaña que hubiese llevado a López Obrador al poder, el objetivo era reeditar la política de fortalecer los ayuntamientos y aplicar pruebas de confianza a los cuerpos locales. Han pasado casi 20 años y seguimos igual. Fracasaron. Fracasamos.
En dos décadas, pese a múltiples pruebas y programas, no logramos consolidar policías municipales de confianza capaces de enfrentar la expansión del crimen organizado, sustentado en gran medida por el control de los gobiernos locales.
La presidenta Sheinbaum, tras meses en el cargo, rectificó y presentó un plan. En lo esencial, tiene razón: la clave está en los ayuntamientos. El crimen lo sabe y actúa en consecuencia: controlar la primera instancia del poder cívico significa, con frecuencia, amenazar y matar a quienes se oponen.
Hemos desperdiciado recursos –cientos de millones en evaluaciones, equipos y capacitación– y, aun así, el resultado es insuficiente. Concentramos fuerzas hacia estructuras federales: primero la Agencia Federal de Investigación, luego la Policía Federal, y hoy la Guardia Nacional, que en la práctica muchas veces parece una extensión de las propias Fuerzas Armadas del país.
Lo intentaron. Y vaya que se esforzaron. Sin embargo, ese intento de “subir” y escalar la seguridad no resolvió el problema de fondo. El fracaso es completo porque olvidamos la prioridad: fortalecer desde abajo.
Gobernar se hace de abajo hacia arriba. Si no garantizamos la integridad institucional de los municipios –recursos, formación, supervisión y control del presupuesto local– el crimen organizado seguirá encontrando espacios para operar.
En estos tiempos de total incertidumbre e indefensión, cada vez que surge una figura municipal incómoda, la señal es clara: atácala. Cada vez que aparece un Carlos Manzo en el escenario, pareciera que la misma estructura actúa de manera automática para simplemente desaparecerlo del mapa.
No debemos seguir así. No podemos seguir así. Sin embargo, no tenemos medios suficientes ni una estrategia sostenida para profesionalizar y controlar a las policías municipales y locales. Hemos dejado el quehacer fundamental –la gestión del orden público local– en el desván de las prioridades.
No es un destino exclusivo nuestro: otros países han padecido procesos similares. En Italia, por ejemplo, el crimen organizado penetró actividades municipales –extorsión, drogas y control del territorio– y, con el tiempo, algunos delincuentes reconvirtieron su capital criminal en poder político o empresarial. La “solución” italiana no es total; La Camorra, La ‘Ndrangheta y otras mafias siguen presentes, pero hay décadas de investigaciones y políticas públicas tendientes a recuperar espacios.
No sé quién aconsejó a la presidenta que priorizara la fiscalización y satanización de las redes sociales y los que el régimen cataloga como “comentócratas” antes que la recalibración integral de la seguridad municipal. Conviene recordarle –y recordar– que los grandes cambios no siempre se planifican en despachos.
El derrumbe del Muro de Berlín fue el 9 de noviembre de 1989 y sorprendió a muchos. Hubo, además, momentos en los que las fuerzas del orden no supieron si disparar o no y el poder establecido terminó colapsando por la presión popular. Las revoluciones y las transformaciones socialmente relevantes suelen nacer de la confluencia de la frustración, la organización ciudadana y las circunstancias imprevisibles.
Si queremos reducir la violencia, hay que reconstruir la primera trinchera del Estado. Hay que profesionalizar y controlar las policías municipales, transparentar y auditar el uso del presupuesto local, fortalecer la procuración y la administración de justicia a nivel municipal, y desincentivar la captura del poder por parte de los criminales. Mientras no lo hagamos, seguiremos replicando la misma fórmula que nos ha llevado al fracaso por casi 20 años.
La historia nos enseña que su evolución es sistémica: los acontecimientos se van acumulando, como ladrillos, hasta formar el muro que termina por quebrar la paciencia, el miedo o la capacidad de aguante de los pueblos. Pero la explosión siempre es impredecible. Nunca se sabe detrás de qué ventana, con qué niño, qué alcalde, edificio o qué muerto será el que termine por hacer que todo estalle.
