Redes bajo lupa, IA sin freno

María Campos

El año que termina esta semana estuvo marcado por dos tendencias contradictorias: la introducción masiva de la IA a nuestra vida cotidiana, y el avance de las políticas de restricción al uso de las redes sociales.

En el primer caso, si bien el gran impulso comenzó hace tres años con la llegada del ChatGPT, este año tuvo avances muy significativos. Sin ir más lejos, al momento de escribir estas líneas descubro que en Pages, el programa de texto que empleo para hacer esta columna, ya me ofrece una función de redacción de la mano de la Inteligencia Artificial. Lo mismo que ocurre cada que redacto un correo en Gmail o que comienzo a escribir un mensaje en WhatsApp.

Durante este año la IA avanzó en su proceso de volverse omnipresente, de tal suerte que pronto ya no existirá una opción de vida sin la IA pues estará integrada cada que tomemos una foto, que participemos en una junta, que redactemos cualquier mensaje.

Este año también se consolidó el uso que le damos a la Inteligencia Artificial como acompañante, consejero o terapeuta, intérprete médico de nuestros estudios y achaques.

Curiosamente este año también avanzaron en el mundo las políticas de restricción para el uso de las redes sociales, especialmente entre menores de edad. En Australia se determinó la prohibición total de redes sociales para menores de 16 años; en Estados Unidos creció el número de estados que aplicaron políticas de exclusión para los teléfonos inteligentes en las escuelas; y notablemente aumentaron los estudios que documentan que la salida de las redes sociales y el combate a la adicción a las mismas repercute en un mejor aprendizaje, un incremento de la capacidad lectora, incluso un aumento de la disminuida capacidad de socialización. 

Los dos temas se conectan pues tuvieron que pasar 25 años para que entendiéramos que no podíamos dejar que las redes se regularan solas; casi un cuarto de siglo nos tomó asumir que si bien tienen ventajas, el uso indiscriminado de las redes también ha tenido costos muy serios en lo individual y en lo colectivo.

Lo paradójico es que a pesar de ese aprendizaje, hoy estamos entrando a la era de la IA sin ningún tipo de miramiento. Sin asumir antes los riesgos de entregarnos de lleno al uso de esta nueva tecnología.

No estoy llamando a un veto -personal o social – pues sería absurdo e inútil, pero sí a un consumo más prudente a partir de la experiencia que nos deja la adopción indiscriminada de las redes sociales.

El tema está en la agenda pública y veremos qué pasa, si las regulaciones tienen cabida, y si las empresas impulsoras de la IA son más responsables que las empresas de redes (lo dudo); por lo pronto, toca cada quién decidir cómo, cuándo y para qué incorpora la IA a su vida cotidiana. 

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