El complejo 2026
Carlos Gastélum
El 2026 estará cargado de acontecimientos importantes que, según su evolución, marcarán el rumbo de los años siguientes en temas comerciales, políticos y electorales, entre otros.
La renegociación del TMEC está en el corazón del futuro económico del país. Haciendo a un lado filias y fobias, la integración de México con los otros dos países de Norteamérica es tal que la mera duda de que el tratado esté en riesgo hace crujir los cimientos nacionales.
Ya se han realizado pláticas y consultas en los tres países, y en seis meses se entrará a la fase de revisión. Será interesante ver si en este periodo algunas decisiones del gobierno mexicano se matizan o se recrudecen en temas como los sectores energético y minero, en los que compañías canadienses y estadounidenses han manifestado ya inconformidades. Eso sin contar lo que suceda con la reforma judicial o con la inseguridad que prevalece en carreteras, trenes y ciudades.
Hace unos días, la Secretaría de Economía anunció reformas a fracciones arancelarias para países con los que México no tiene tratado comercial, con claro enfoque en China. La ofrenda al gobierno norteamericano —que de paso sirvió para apaciguar a productores nacionales de calzado y textiles— coincidió con el día en que la Casa Blanca declaró al fentanilo como “arma de destrucción masiva”.
O bien, los presidentes de los tres países pueden felizmente posar para la foto del Mundial y decir que todo está a todo dar, y, días después, recibir amenazas de aranceles si no pagamos el agua que debemos en la franja fronteriza del norte.
La volatilidad y la incertidumbre son formas de ejercer el poder en la relación de Estados Unidos con México. Ahora que se avecinan las elecciones intermedias en noviembre del año siguiente en el país vecino, con un escenario complicado para el Partido Republicano, quién sabe qué otras cosas puedan sumarse tanto a la retórica interna como externa del presidente Trump.
Y en México empezaremos también nuestras propias dinámicas electorales. En la segunda mitad del año arrancará el proceso electoral federal para renovar la Cámara de Diputados, 17 gubernaturas y casi todos los congresos estatales. Aunque la elección será en 2027, la definición de candidaturas, aspirantes y el termómetro de quién puede ganar qué irán cobrando forma desde mucho antes.
Pero antes está la posible reforma electoral que viene cocinándose desde Palacio Nacional. Aun cuando se intentó “ciudadanizar” el proceso de discusión con foros aquí y acullá, la realidad es que ese proceso más bien pareció un trámite para dar forma a decisiones ya medianamente tomadas: reducir la Cámara de Diputados, redefinir las reglas para los diputados de representación proporcional, eliminar la reelección y desaparecer los órganos electorales locales.
Hasta que conozcamos la iniciativa sabremos de qué va realmente el cambio de reglas para el acceso al poder. Sin embargo, un viraje que cargue los dados a una opción política podría vulnerar un principio básico de la democracia: certidumbre en las reglas e incertidumbre en los resultados. Si el trazo de la reforma se hace conforme a las posibilidades de control político-electoral, tomando en cuenta quiénes deciden en el INE y en el Tribunal Electoral, correríamos el riesgo de un proyecto hecho a modo que quizá sería útil en el corto plazo para las aspiraciones inmediatas, pero sería una muy mala noticia para la consolidación institucional en las décadas por venir.
El año que viene trae también noticias poco fáciles de digerir: un crecimiento económico magro de 1.2–1.6%; un gasto social que solo irá multiplicándose a medida que se invierta la pirámide poblacional; una guerra entre cárteles en el noroeste que lleva más de un año y medio y sigue sin verse solución; empresarios nacionales que buscan regresar a las fórmulas de relación cercana con la Presidencia para defender sus contratos y concesiones; y otras cosas más que irán apareciendo.
Por lo menos tendremos el Mundial de la FIFA. O quizá ni eso: la locura de los precios de boletos, hoteles y rentas, y el vendaval de visitantes que se esperan para las fechas de los partidos sugieren que seremos más receptores del evento que partícipes de él.
