El Maviri, un paisaje que ruega por ayuda

Eduardo Sánchez Encinas
El cielo aún no se ensucia del todo. El agua asombra a lo lejos. La arena tiene otra piel. Es el Maviri todavía. Un paisaje que ruega por ayuda.
La playa antes conocida como las Ánimas por su nombre en mayo Baviri, ahora es terapia también para muchos unineuronales, trogloditas, tragonas, glotones, golosas, desesperados, santurrones y pervertidos que olvidan sus desechos y los de sus animales.

El nuevo paisaje de la playa se sincretiza con los trastes perdidos de pescadores, los esqueletos de especies marinas varados en la arena, de peces bellamente inflados por el sol y aquietados en el acuario de la muerte.

Copa tras copa, botella tras botella
La playa es un aluvión de tapas mágicas multicolores, torrente de frascos pep de la Coca Cola y otras empresas domésticas. Arenisca de corcholatas cribadas por mecates, alambres y bolsas de plástico que prometen permanecer al menos un milenio al cuidado del litoral.

Por el Maviri no es raro caminar entre pañales, toallas sanitarias, copas casi c y cristal herido por la embriaguez en un mar que disuelve las culpas de las cerveceras Heineken y Modelo.
Son las nuevas Ánimas que habitan la playa.

Las Ánimas siempre vivas
Es un remanso de tranquilidad que se mete en los ojos. El Maviri con todo y las huellas negativas del paso de los humanos y uno que otro animal sin raciocinio, mantiene una ternura inusual.
Paraje vaporoso lleno de historia y de recuerdos. Sitiado por manglares, cerros y humedales. Zona protegida Ramsar. Santuario de aves listo para la mirada.

Sus tibias olas están llenas de remembranzas juveniles, la gran duna de sorpresas y agitación, de pinteadas escolares y aventuras programadas. La playa de corretizas tras cangrejos gruñones, de colectas interminables de conchas y de zambullidas inesperadas en un mar en el que sí se nada.
El Maviri sigue vivo, pero es un paisaje que ruega a gritos por ayuda.