Angostura: la casa está en ruinas, pero el Capy aún tiene los planos

Benjamín Bojórquez Olea
En Angostura, como en tantos municipios de México, las calles no solo están llenas de baches, sino también de preguntas. ¿A dónde van los recursos públicos? ¿Por qué sigue siendo un reto acceder a servicios básicos dignos en pleno 2025? ¿Cuánto tiempo más podrá sostenerse una narrativa de avances, cuando lo que se necesita con urgencia es una transformación estructural y sostenida?
Hoy, las y los angosturenses no exigen milagros, sino resultados palpables. Reclaman desde lo más elemental —calles transitables, control de encharcamientos, un sistema eficiente de saneamiento— hasta lo más ambicioso, como lo es el impulso al turismo mediante infraestructura adecuada, espacios recreativos y un hotel que verdaderamente detone la economía local. No se trata de caprichos, sino de necesidades que, de tan evidentes, ya son imposibles de ignorar.
Alberto “el Capy” Rivera ha sabido mantener cercanía con la gente, atender peticiones y ganarse reconocimiento en ciertos sectores. Eso es valioso, pero insuficiente. La política no es un acto de buena voluntad ni de presencia itinerante: es planeación, es visión técnica, es capacidad de gestión y ejecución de largo alcance. Gobernar no es solo caminar entre la gente, sino también construir con ellos un futuro que supere el rezago histórico.
El Capy tiene una oportunidad irrepetible: convertirse no solo en un alcalde más, sino en el mejor que haya tenido Angostura. Pero para ello, debe comprender que el prestigio no se hereda ni se construye a base de imagen, sino de resultados que resistan el paso del tiempo. Tiene que rodearse de gente capaz, crítica, que no le diga lo que quiere oír, sino lo que necesita saber. La adulación ha sido, durante décadas, el arma con la que los mediocres han hundido a líderes prometedores.
Angostura no puede seguir siendo víctima de gobernantes improvisados, de funcionarios oportunistas, ni de administraciones cortoplacistas. El pasado reciente ha sido brutal en ese sentido. Y aunque hay esperanza, también hay memoria. La ciudadanía ya no está dispuesta a conformarse con “mejor que el anterior”; ahora exige gobiernos con vocación, con planificación, y sobre todo, con compromiso real.
No basta con reparar baches si no se atienden las raíces de la descomposición institucional. No basta con discursos si no se acompaña con técnica. No basta con querer ser recordado: hay que dejar huella.
Alberto Rivera debe asumir esa responsabilidad con madurez y valentía. Si verdaderamente quiere transformar Angostura, debe dejar de lado la lógica del clientelismo político, del corto plazo, y del maquillaje gubernamental. Este municipio necesita más que eso: necesita una revolución silenciosa que comience desde la administración pública.
GOTITAS DE AGUA:
Porque al final, los pueblos no se redimen con palabras bonitas ni con promesas cumplidas a medias. Se redimen con dignidad, con obra pública que dure, con servicios que funcionen, y con líderes que estén a la altura de su tiempo.
Y el tiempo, Capy… ya está corriendo.