El estado enfermo de Hybris

Rafael Cardona

¿En qué momento el Estado pasa de ser protector a propietario de los ciudadanos bajo su organización formal?

La respuesta es simple cuando el Estado enferma de “Hybris”, el verdadero mal divino (cuando se pretende sustituir a la divinidad) y no la epilepsia, como se decía de Julio César). Mal divino.

Para comprender la expresión vayamos a una definición del mal:

“(Psicología y mente). – En la filosofía griega los seres humanos forman parte de un orden que se llama “cosmos”. En dicho orden no hay lugar para la distinción tajante entre lo humano y lo divino, la naturaleza y el alma, la biología o la cultura. No obstante, se trata de un orden en el que los seres humanos se reconocen distintos a la divinidad: los humanos están limitados, no son inmortales ni omnipresentes como los dioses, son al revés: finitos y perecederos.

“Al haber consciencia de la inmortalidad, hay también conciencia de los propios límites, y hay entonces posibilidad de transgresión. El problema es que la transgresión es señal del desconocimiento de los límites y de la propia condición de humano, lo que significa equipararse a la condición de dioses mediante un ego narcisista.

“La hybris es la palabra con la que esto último queda representado: es el estado de ausencia de mesura, que es asimismo el estado de la transgresión mayor, en el que ninguno de los seres humanos debería caer. El deber de los humanos, contrario a esto, es el de “conocerse a sí mismos”, qué significa conocer los propios límites, evitar los excesos y conservar la moderación. La hybris es el estado que rompe con la homogeneidad, trastoca el orden de cosmos y el orden social”.

Obviamente por tratarse de un síndrome humano, resulta complejo (excepto por una licencia) atribuirle al Estado esta condición El Estado no existe, es un concepto (a Staatsnation, dice Meineke).

Pero como esa noción de unidad soberana existe por, para y con los humanos, los dirigentes pueden enfermar, a través de una filosofía política ponzoñosa (populismo, nazismo, fascismo, demagogia), de una hybris generalizada convertida en un furor de autoprotección con la única finalidad de perpetuarse y dominar. La desmesura ambiciosa se apodera de lo que debería ser neutro por definición: las instituciones, al mismo tiempo que se construyen otras con el mismo sentido.

Es el caso actual de la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones. NO se pretende transformar lo digital, como su enunciado sugiere; se busca modificarlo todo CON lo digital. Transformar todo lo demás, en consonancia con el verbo favorito de la hybris contemporánea: transformar, regenerar.

No por casualidad el gran periodista Ryszard Kapuściński le llamó a su libro sobre Reza Pahlevi, “la desmesura del poder”. Todo poder total excede la desmesura. Como dicen en Yucatán: todo exceso es demasiado.

En esa confusión patológica y demagógica, el Estado deja de sentirse (o ser) protector de la sociedad para convertirse en propietario del rebaño, al cual somete mediante herramientas políticas oscilantes entre la benevolencia (programas sociales excesivos y a la larga impagables) o la imposición (terrorismo fiscal, espionaje o prisión preventiva oficiosa).

A eso le llamaba Octavio Paz, “el ogro filantrópico”. Pero la hybris aleja la filantropía. La convierte en una cadena con más o menos eslabones. Pero una cadena al fin.

El mayor provecho obtenido por los recientes gobiernos de México, independientemente de su asociación protectora, ha sido su existencia misma. Por ella y su combate, se han logrado todas las transgresiones libertarias. Con el incumplido lema de prohibido prohibir, se prohíben demasiadas cosas, como por ejemplo, tener un teléfono celular sin haber demostrado identidad registrada y controlada por geolocalización.

Hasta para comprar una medicina se debe presentar además de la prescripción, una credencial de elector. Como si alguien pudiera generar violencia (así le dicen ahora), por adquirir una caja con doce pastillas de penicilina u otro antibiótico.

La urgencia de control poblacional impulsa los programas de vigilancia e inteligencia. Si líneas arriba se hablaba de la fallida denominación del órgano de control digital, llamado agencia, no de otra manera, es porque inconscientemente se le equipara con otras célebres organizaciones de ese tipo en el mundo, cuya finalidad ha sido el acopio de información con el espionaje como una de sus herramientas.

La Agencia Central de Inteligencia, creada en Estados Unidos para proteger al Estadio de amenazas foráneas o la Stasi, agencia de seguridad del estado en la desaparecida Alemania Democrática, inspirada en el KGB soviético, reclutador de involuntarios huéspedes para los Gulag.

La avalancha de murmuraciones digitales en México a través de las granjas patrocinadas por el gobierno, la satanización, acusación o condena desde la tribuna presidencial; la destrucción de las instituciones de equilibrio en la gestión pública (incluyendo la los poderes federales y el sometimiento de los estados y municipios) pretende causarles temor a los opositores. Insultos, calumnias o amenazas, desprecios o francos calificativos de riesgo, como traidores a la patria, tienen un lejano eco de la fórmula de Erick Mielke quien dirigió la Stasi de 1957 hasta su final.

Este perverso caballero aplicó “la zersetzung (‘descomposición’) para reprimir la disidencia de forma sutil. Esta técnica de acoso psicológico consistía en intimidar, manipular, deteriorar la salud mental y aislar socialmente a los opositores. Asimismo, la Stasi realizaba una vigilancia continua gracias a una extensa red de agentes profesionales, además de informadores no oficiales entre la población, incluidos menores de edad”.

Hoy el Estado abarca y aprieta. Tiene armas fiscales, judiciales y de comunicación. Todo está a su servicio, y él no está al servicio de nadie.

¿Por cuánto tiempo? Nadie lo sabe con certeza, pero no será mi generación la que los vea irse.

Vendrán otros.

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