Una democracia sin defensores

Arturo Espinosa Silis

La democracia mexicana no vive sus mejores días, pero no está muerta, ni se ha extinguido, como algunos afirman. La democracia de nuestro país languidece, pierde fuerza, está enferma.

Lo que alguna vez pensamos que era una estructura sólida para soportar a una democracia en camino de su consolidación, hoy nos damos cuenta de que en realidad era una base imperfecta, que bajo la conducción equivocada se volvía frágil y sumamente vulnerable.

Desde hace décadas nos avocamos en construir instituciones que nos permitieran tener una democracia sólida, que estuviera al nivel de las mayores del mundo. Una de las principales tareas fue buscar la forma de poner límites al ejercicio del poder político, construir un sistema plural, incluyente y competitivo.

En la arquitectura democrática se proyectó un entramado institucional que equilibrara el ejercicio del poder, que garantizara los derechos de quienes viven en nuestro país, y que vigilara el cumplimiento del Estado de Derecho. Para ello se edificó una estructura institucional robusta, con órganos encargados de funciones específicas del Estado mexicano, que las desempeñaran de forma autónoma, imparcial y profesional. Así se crearon el Instituto Federal Electoral, el Banco de México, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el Instituto Federal de Acceso a la Información, otras se fortalecieron como ocurrió con la Suprema Corte de Justicia de la Nación a quien se le otorgaron facultades de control de constitucionalidad. Con el tiempo estas instituciones se modificaron, tanto en sus facultades como en sus nombres, aunque su esencia siguió siendo la misma.

En un principio, la nueva arquitectura institucional se puso en manos de los mejores y las mejores, se buscaba asegurar que su conducción fuera acorde al diseño que se elaboró. Con el tiempo, el gobierno y los partidos se dieron cuenta que funcionó, las instituciones cumplían su función, incluso al grado que muchas de ellas se volvieron incómodas, incluso se llegaron a convertir en una amenaza para los intereses políticos, pues desde ellas vinieron señalamientos de abusos del gobierno, grandes multas a los partidos políticos, ordenes de transparentar la información más comprometedora, entre otras decisiones.

El gobierno y los partidos se dieron cuenta no solo que funcionaban, sino que se les otorgó poder suficiente para trastocar los intereses del poder, por lo que optaron por incidir en ellas a través de los procesos de designación de sus integrantes, de impactar en la independencia de los tomadores de decisiones. El remedio funcionó, ya no se buscó que esta estructura de instituciones democráticas fuera conducida por las y los mejores, sino que fueran personas afines y leales quienes tomaran las decisiones en su interior, de forma que los intereses del gobierno y la clase política estuvieran seguros. Así nació una clase de servidores públicos que anteponían los intereses políticos y personales a los institucionales, aunque buscaban guardar las formas, poco a poco fueron restándole fuerza a estos órganos.

Pero esto no fue suficiente para el nuevo régimen, el partido y sus liderazgos que prometieron una nueva forma de gobernar con mayor justicia social y a partir de los intereses de la población encontraron serios obstáculos en esta arquitectura institucional que seguía limitando y señalando los abusos y excesos en el ejercicio del poder, por lo que se optó por acabar con este diseño, poco a poco han ido enfermando a las instituciones democráticas de nuestro país, a través de la asfixia presupuestal, de la descalificación pública a su trabajo, de las amenazas, así como de la cooptación total de sus integrantes, o incluso de su desaparición en la búsqueda de concebir unas más afines o garantizar el total control de sus funciones.

El problema no fue el diseño institucional, ni las atribuciones, el problema fue que se fueron enfermando poco a poco contagiadas por las personas que las conducen, que toman las decisiones, quienes se han dejado manipular por el gobierno y la clase política. Nuestra democracia pierde fuerza poco a poco en manos de personas que no son demócratas y el mayor problema es que quienes sí lo somos no estamos sabiendo defenderla.

Share

You may also like...