El absurdo de los aranceles y el verdadero culpable del déficit comercial de EU

Jorge González Gasque
En un intento por reducir el abultado déficit comercial de Estados Unidos, la administración Trump ha decidido imponer aranceles recíprocos, con uno base del 10%, incluso más altos para países con barreras comerciales. El razonamiento detrás de la medida, para muchos arriesgada y simplista, es que, si los productos extranjeros son más caros, los consumidores y empresas estadounidenses elegirán comprar productos locales, reduciendo así el desequilibrio comercial.
Pero esta lógica olvida que el problema no se debe a que los estadounidenses compren demasiados productos extranjeros, sino a que muchas de sus empresas han movido sus operaciones –y sus ingresos fiscales– a países con entornos más favorables. No hay mejor ejemplo de esto que el éxodo de las grandes tecnológicas hacia Irlanda.
Refugio fiscal irlandés, ¿la verdadera fuga de capitales?
Mientras Washington culpa a China y México por el déficit comercial, en Dublín se cuentan los billetes. Empresas como Apple, Google, Microsoft y Meta han consolidado operaciones en Irlanda y así aprovechan un régimen fiscal que les es extremadamente favorable. En 2023, las exportaciones de servicios digitales desde Irlanda alcanzaron los miles de millones de euros, y gran parte de este dinero provino de filiales de empresas estadounidenses. Esto, yo diría, demuestra cómo las políticas fiscales internacionales tienen un impacto mucho mayor que el comportamiento de consumo de los ciudadanos.
Tomemos el caso de Google: su subsidiaria en Irlanda reportó ingresos por cerca de 65,000 millones de euros en 2023. Meta, por su parte, generó cerca de 70,000 millones de euros. Resalta una realidad que, en mi opinión, pasa desapercibida: estas grandes corporaciones están eludiendo la tributación en Estados Unidos de manera estratégica.
Este fenómeno revela un problema más profundo que va más allá de un desequilibrio comercial: las políticas fiscales estadounidenses permiten que estas corporaciones se beneficien de sistemas más favorables a costa de los ingresos fiscales de Estados Unidos.
Mientras tanto, la administración Trump se esfuerza por encarecer los productos chinos con aranceles, en lugar de preguntarse por qué sus propias empresas prefieren tributar en otro lado. En lugar de reconocer que el problema es un sistema fiscal que incentiva la fuga de capitales, el gobierno decide castigar a los consumidores con precios más altos.
Tarifas más altas no solucionan el problema
Las tarifas impuestas no atacan la raíz del problema. Al contrario, lo han llevado a un encarecimiento de bienes y servicios; y esto afecta tanto a empresas como a consumidores. La manufactura estadounidense no ha experimentado el supuesto auge prometido y sectores como la tecnología siguen dependiendo de cadenas de suministro globales que no pueden ser sustituidas con un simple decreto presidencial.
Peor aún, las represalias de otros países pueden hacer más daño de lo que se imagina. Europa ya ha amenazado con responder a las tarifas con sus propias medidas, lo que podría afectar gravemente a industrias clave en Estados Unidos, como aviación y agrícola.
¿Solución? Competitividad fiscal, no proteccionismo
Si Estados Unidos realmente quiere reducir su déficit comercial y fortalecer su economía, debería empezar por analizar las razones por las que sus empresas prefieren facturar en Irlanda en lugar de en casa. Más que castigar a los consumidores con tarifas que encarecen los productos, el gobierno debería reformar su sistema fiscal para hacerlo más competitivo y atractivo, de manera que las empresas tecnológicas –y de muchas otras industrias– decidan quedarse.
Es hora de reconocer que el problema del déficit no se resuelve con proteccionismo, sino con incentivos inteligentes. En lugar de cerrar la economía, Estados Unidos debería abrirse a la competencia real, ofreciendo un entorno en el que sus empresas quieran permanecer. Porque, al final, el enemigo no es China ni México, sino un sistema que obliga a sus propias empresas a buscar refugio fiscal al otro lado del Atlántico.