México – Estados Unidos; un trago amargo
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Jorge Falco
Donald Trump tiene un estilo de negociación grosero, prepotente y caprichoso. No obstante, al tratar con él es necesario traspasar su fachada para adentrarnos en sus motivaciones de fondo. Trump llega a la presidencia de un país en agudo declive productivo, comercial, tecnológico y social. Es el intento de revertir estas tendencias lo que marca el segundo periodo presidencial de Trump y sus acciones desesperadas.
En 2022, China produjo el 31.2 por ciento de la manufactura global y Estados Unidos tan solo el 16.3 por ciento. En 2020 el comercio de China con el mundo fue de 3.36 billones de dólares (bd) y el de Estados Unidos fue de 1.75 bd. En los últimos 30 años China creció a una tasa media cercana al 9 por ciento anual mientras que Estados Unidos lo hizo al 2.5 por ciento.
China tuvo en 2024 un superávit comercial de 992 mil millones de dólares (mmd), con el resto del mundo; vende mucho más de lo que compra y el exceso de dólares que adquiere los destina a financiar las compras de productos chinos (incluyendo obras de infraestructura). Es la primera potencia industrial, comercial y prestamista. En contraste Estados Unidos tuvo en 2024 un déficit de 918 mil millones de dólares y su principal prestamista es… China.
China ha seguido una estrategia favorable a los productores, proteccionista y de substitución de importaciones mediante, sobre todo, una moneda barata; lo que le ha permitido generar empleo y elevar notablemente los niveles de vida de su población. Estados Unidos ha favorecido a sus consumidores dándoles acceso a importaciones baratas gracias a un dólar caro; en paralelo se ha desindustrializado, ha perdido los empleos bien pagados de la manufactura, y a su interior cunde el desaliento y la reducción del bienestar para amplios sectores de su población.
Trump intenta instrumentar un cambio a fondo de las tendencias del deterioro norteamericano. Lo hace de manera desesperada, autoritaria, agresiva y atropellada. Cambiar la estrategia favorable a los consumidores por otra favorable a la producción y al empleo internos conlleva enormes dificultades; exige cambios al interior del país y en sus relaciones con el exterior.
Dado que la economía norteamericana no es competitiva, lo que plantea Trump es el abandono de la libertad del mercado para pasar a instrumentar una estrategia de administración del comercio mediante medidas de fuerza. Exige al resto del mundo que le compren más, que inviertan en Estados Unidos y que acepten una reducción de compras norteamericanas. El jueves instruyó a su equipo de primera línea (comercio, tesoro, administración, presupuesto y seguridad nacional) revisar y determinar medidas para eliminar los déficits comerciales de Estados Unidos país por país. Estos son grandes y numerosos, así que afectará a prácticamente todo el mundo.
Su equipo revisará las estrategias comerciales e incluso las paridades cambiarias de cada país. El resultado serán propuestas de aranceles, restricciones comerciales y presiones para que los demás encarezcan sus monedas. En el pasado Estados Unidos ha conseguido que los demás encarezcan sus monedas para evitar aparentar que ellos devalúan.
México será el más afectado por el cambio de estrategia norteamericana. El 82.7 por ciento de las exportaciones de México van a los Estados Unidos y su déficit comercial con México fue de 171.8 mmd en 2024. Eso nos convierte en un blanco principal de la decisión de eliminar el déficit comercial norteamericano.
Datos de Banxico indican que en 2024 México tuvo un déficit comercial con China de 119.8 mmd y con el conjunto de Asia de 223.1 mmd. Es decir que los dólares que México adquiere por el superávit con Estados Unidos los emplea para financiar el exceso de importaciones procedentes de Asia.
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Es inútil recordarle a Trump que al imponer aranceles subirán los precios que pagan sus consumidores. Ya lo tienen calculado, incluyendo medidas de compensación. Es un precio a pagar por un cambio de estrategia difícil, pero que consideran, dará resultados positivos a mediano plazo en substitución de importaciones, generación de empleos internos y reversión del declive norteamericano.
Así que, de nuestro lado, no cabe jugar al apaciguamiento psicológico de Trump. El problema es de fondo y el cambio es inevitable. Lo que nos obligará a un cambio también muy radical de estrategia económica. Gruesamente tenemos solo dos grandes opciones.
La primera es intentar la continuidad de la estrategia de priorizar el beneficio de los consumidores, con moneda cara, libertad de comercio y programas sociales, todo ello orientado a la importación del consumo popular procedente de Asia, mercancía barata. En paralelo se defendería la actual estructura de exportación de manufacturas a Estados Unidos basada en el ensamble de componentes importados. Esta opción implica una guerra de aranceles con los Estados Unidos. Lo previsible es que al perder el superávit con Estados Unidos no se podrá financiar el déficit con Asia a un fuerte costo para los consumidores mexicanos. Además, la guerra de aranceles golpeará de manera muy ruda al sector exportador, exitoso, globalizado, de la economía mexicana.
La segunda opción es cambiar a una estrategia favorable a la producción interna, eliminar el déficit con Asía imponiendo aranceles y substituyendo importaciones. No pretendería generar empleos de alta tecnología sino, por el contrario, reactivar tecnologías convencionales altamente generadoras de empleo mediante la administración del comercio externo e interno. Las transferencias sociales jugarían un papel clave en la reorientación de la demanda al consumo de la producción local, regional y nacional.
Los decretos de aranceles al acero y al aluminio que ha firmado Trump dicen explícitamente que son bienvenidas las propuestas que los países afectados le presenten para substituir los aranceles con otras medidas convenientes a su seguridad nacional. México puede ofrecer dos cosas: reducción drástica (no total) de las importaciones asiáticas y, segundo, generación masiva de empleo que disminuya la presión de migrantes mediante la substitución de importaciones no procedentes de Estados Unidos. Se negociaría ganar tiempo para restructurar la exportación de manufacturas substituyendo los insumos asiáticos con producción interna y norteamericana.
La primera opción, proteger a los consumidores y la guerra de aranceles con Estados Unidos, terminaría en desastre. La segunda, eliminar el déficit con Asía y substituir esas importaciones, implica una transición muy difícil, con un importante sacrificio de los consumidores que será aliviado en el mediano plazo si se avanza rápidamente en levantar la producción interna de bienes de consumo popular. Un elemento clave será contar con un Estado rico y poderoso; lo que no tenemos hoy en día.