Esteban Moctezuma en bajada
Jaime García Chávez
Son muchas las voces, entre ellas algunas muy autorizadas, que se ocupan en estos días de la política exterior mexicana. Es obvio que la causa es el arribo de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y su agresivo despliegue, que amenaza sin ton ni son a todo el mundo, particularmente a México, con el que comparte una larga frontera y es socio comercial de primer orden. Se sabe que esto es toda una conexión, como ya se interpreta por economistas y expertos en ciencia política.
He sostenido que observo un déficit en el diseño actual de nuestra política exterior, que corresponde a la institución presidencial de la nación, al secretario del ramo, con la correspondiente injerencia del Senado de la república.
Hoy quiero referirme a un aspecto central que es la representación diplomática en Washington. Hasta ahora continúa en el cargo el señor Esteban Moctezuma Barragán, que no es un profesional en la materia y fue designado en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Es pertinente, así sea de manera breve, que se conozca el perfil de este embajador, en razón de que no ha sido removido por la presidenta Claudia Sheinbaum y existe la posibilidad de que se le refrende en el cargo. Hay frivolidad en el Ejecutivo cuando declara que, “por lo pronto, se queda Esteban”, lo que significa que quizás sí, o no, continúe al frente de nuestra principal embajada en el mundo. Eso debería estar decidido ya.
Se advierte un tratamiento artesanal en todo esto. En primer lugar porque el diplomático no lo es de carrera, como aconsejaría la pertinencia. Pero más allá de esto, debemos tomar en cuenta otros elementos para conocer de este asunto.
Esteban Moctezuma Barragán, desde luego es un hombre con formación y experiencia en otras áreas, pero no son las principales notas que se deben tomar en cuenta para su evaluación.
Forma parte de una familia con linaje dentro del poder político en el país, de ahí que desde 1973, en plena época echeverrista, haya militado en el PRI, que le dio soporte para ocupar diversos cargos burocráticos, alcanzando pronto altos rangos, como la otrora poderosa Secretaría de Gobernación, o Desarrollo Social en la administración de Ernesto Zedillo.
En la misma línea fue senador y hasta ocupó un cargo en la alta jerarquía del PRI, del que fue su secretario general hasta el 2002.
Se sabe que fue poniendo distancia utilitaria a ese partido, y más aún, de alguna manera, dijo abandonar o renunciar a las actividades políticas, lo que desde luego fue falso, pues pasó a ser parte del grupo de Ricardo Salinas Pliego al ser nombrado alto ejecutivo de la Fundación Azteca. Se retiró del cetro para optar por la bolsa, y quedó a la sombra de uno de los prohombres de la ultraderecha mexicana, como el oligarca señalado, que tiene además un estilo prepotente para conducirse, amén de ser uno de los grandes beneficiarios del modelo neoliberal y de todas sus mañas para debilitar al Estado, y particularmente evadir su fisco.
Por su relación con el zedillismo, es que López Obrador lo nombró secretario de Educación, cargo para el que obviamente había otros perfiles mejores. Tres años estuvo en esa secretaría, que maltrecha llegó al final del sexenio anterior. Con esos antecedentes y sin ser un diplomático de carrera, López Obrador lo nombró embajador ante los Estados Unidos, cargo para el que fue ratificado por el Senado de la república, en acatamiento de una disposición constitucional. Forma parte de esa horneada de “diplomáticos” que deshonran al servicio exterior. De tal manera que podemos afirmar que Moctezuma es, nos guste o no, el rostro y la voz de nuestro país ante la principal potencia mundial.
Estos son los hechos, es el pasado que se prolonga hasta ahora, pero cabe preguntar si debe continuar nuestra representación en sus manos.
Tengo la información suficiente para pensar que hay perfiles mejores, con mayor conocimiento y preparación, sobre todo para la difícil etapa que viene. Atendiendo consejo de Nicolás Maquiavelo, no creo que el hoy embajador nos permita “conjeturar bien lo futuro”, y no está el país para improvisaciones o para declaraciones mañaneras del tipo de “por lo pronto, ahí se queda”.
Hoy se habla mucho, y con razón, de que los intereses de México están en riesgo, y más aún, que debe haber unidad nacional para respaldar al gobierno establecido. De ahí que mínimamente y de inicio debemos estar bien representados, y en este caso creo que hay un factor que inhabilita a Moctezuma Barragán para continuar en el cargo, incluso se puede afirmar que estamos en presencia de un conflicto de intereses. Me explico:
El antiguo jefe de Moctezuma, el señor Salinas Pliego, está adherido a Donald Trump como bien se sabe. Incluso pudiera darse el caso de que políticamente encabezara una alternativa trumpista para competir en el futuro por el poder en México. Su alineamiento en la ultraderecha, prohijado por el mismo lopezobradorismo que le abrió las puertas, lo hizo primero su asesor económico y después le otorgó concesiones, como nombrar senadora a Lily Téllez en 2018, haría pensar que lo tendremos encima, como pieza y factor del conservadurismo de ellos tan temido, tratando de conquistar el poder político.
Moctezuma tendría varios patrones a los que servir; y un embajador con esas características no debe continuar en el cargo. Lo prudente y correcto es que lo ocupe quien sin tacha pueda representar los intereses nacionales y dejar de estar improvisando la política exterior al grito de que –son simples ejemplos– Altagracia Gómez es un perfil fresco y juvenil para enviarla a los círculos económicos de Norteamérica, o que Marcelo Ebrard es amigo de tal o cual, y hasta lo más grotesco, que Salinas Pliego sí fue invitado a uno de los principales eventos de gala con que se inauguró la segunda administración de Trump.
Afirmo que Moctezuma no es, ni puede ni debe ser, el rostro de México en Washington. Habrá que ver qué dice la presidenta, y luego el grupo lumpenparlamentario de MORENA en el Senado.
El país, sin embargo, no está ya para esto.