Ebrard: lopezobradorismo, pero sin López Obrador

Carlos Ramírez

Marcelo Ebrard Casaubón reapareció ayer lunes para jugar el juego de las expectativas que le aprendió a Manuel Camacho Solís.

El juego de poder estaba muy claro en 1993 como ahora en 2023: En 1993, Camacho se había preparado para ser el candidato sucesor del presidente Carlos Salinas de Gortari, a partir de un modelo difícil de vender en la lógica de las relaciones de poder: mantener lejos a Salinas, desarticular el salinismo e iniciar una reforma total del proyecto modernizador del presidente saliente. Es decir, un camachismo sin Salinas.

Formado en el modelo de Camacho, Ebrard arribó al momento y circunstancia de decisión de la candidatura presidencial sucesoria de López Obrador casi con el mismo modelo y el mismo método: jubilar a López Obrador y reformular el proyecto lopezobradorista con Ebrard en el papel de nueva figura-líder de un movimiento social ya sin López Obrador.

Cuando Camacho tuvo la oportunidad de preguntarle –con cierto dejo de desgano y desdén– por qué él no había sido el candidato, Salinas le resumió en pocos puntos las razones y todas tienen que ver con una: Camacho nunca perteneció al proyecto económico y político de Salinas y pretendía imponer su propio modelo con la candidatura que debía de hacer sido cedida por Salinas a sabiendas de que el salinismo sería enterrado en aras del camachismo.

Ebrard inició la parte fundamental de su campaña pública por la presidencia con tres decisiones que significaron definiciones de largo plazo: la argumentación de que “Andrés y yo” hicieron muchas cosas que le daban valor sucesorio, el anuncio de la creación de la Secretaría de Estado para la 4-T y el nombramiento adelantado de Andy López Beltrán como titular de una oficina que se encargaría de regresar al modelo burdo del Estado-partido y la incorporación a su equipo nada menos que de Pío López Obrador, hermano del presidente de la República.

Ninguno de los otros precandidatos llegó a tanto para vender la idea de continuidad del proyecto lopezobradorista. Ebrard centró su campaña en que el verdadero y único continuador del proyecto lopezobradorista era Ebrard porque formaba parte del dúo dinámico “Andrés y yo”. El dato mayor asociado a este esquema sucesorio de Ebrard estuvo en la tendencia de las encuestas que no se movieron ni un milímetro de la que venían mostrando meses atrás, dejando claro, a quien quisiera analizar las cifras, que el electorado encuestado no había entendido o no la había preocupado la intención de Ebrard de ser el sucesor por dedazo.

Ebrard tampoco entendió el modelo público de sucesión que el presidente López Obrador estuvo insistiendo hasta la saciedad: no usaría el dedazo que aplicó Salinas a favor de Colosio y que Camacho quería para sí mismo y el método se basaría en encuestas, con todas las irregulares y confusiones del caso. Ebrard, en el primer mes de campaña en la que obligó a López Obrador a que los precandidatos renunciaran, en realidad jugó a intentar incidir sobre los ánimos de las complicidades presidenciales para que el método de las encuestas derivara en un burdo dedazo, sin que existieran las circunstancias públicas que pudieran exhibir al presidente elogiando las encuestas, pero por debajo del agua tratando de imponer por dedazo a Ebrard.

El documento de Ebrard a las autoridades internas de Morena para exigir la reposición del proceso representa una ruptura inevitable e irreconciliable con López Obrador y el camino de Ebrard para convertirse en un líder político por sí mismo y ya no, como ocurrió en el lapso 1981-1994, vivir al amparo del PRI y de Camacho.

Ebrard tiene la fuerza personal, el liderazgo, el carisma y la formación política para convertirse en una corriente política que construya una opción real de ahora al 2030, pero con indicios de que sus reacciones resentidas están dominadas por sus pasiones y tratando de convertir su derrota política en crisis presidencial.

El error político de Ebrard fue querer jugar al método del dedazo, pero con indicios de que López Obrador no iba a decidir la sucesión con ese burdo modelo inventado por el PRI y que tenía que crear un modelo que construyera una corriente política pública a favor de su preferida y que tuviera que cumplir con cualquier valoración de que Claudia Sheinbaum Pardo sacó su candidatura de las encuestas, aunque el apoyo presidencial haya construido una corriente pública a su favor.

Ebrard tiene la habilidad para reconstruirse en una crisis, pero todos los indicios revelan pasiones que están destruyendo sus expectativas políticas.

El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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