Ebrard y el cementerio de los políticos fallidos; no fue Cárdenas
Carlos Ramírez
Las reglas políticas que tienen que ver con encumbramientos presidenciales son muy estrictas: los ganadores ascienden al paraíso y los perdedores se hunden en el limbo o se ahogan en las cavernas de la derrota.
Marcelo Ebrard Casaubón, sin duda un político forjado en mil batallas, tuvo ante sí la oportunidad de replantear su propuesta y de reinventarse a sí mismo y decidió entre dos extremos: el modelo Cuauhtémoc Cárdenas que rompió con el PRI y quemó sus naves y el modelo Manuel Camacho Solís que se quedó en las estructuras del régimen hasta que fue echado del paraíso priista.
Ebrard tenía la suficiente fuerza política personal como para emprender un nuevo camino, pero sus vacilaciones lo dejaron en el peor de los mundos posibles: el escenario de perder-perder. La fuerte personalidad de Ebrard no le garantiza permanencia en ningún grupo, porque en todos entraría en conflicto: Morena, Frente Amplio, Movimiento Ciudadano, Partido Verde y hasta el PT.
Todos los datos colocan a Ebrard en el escenario de los grandes derrotados: Mario Moya Palencia optó por la diplomacia, Javier García Paniagua se reconstruyó a sí mismo, Manuel Bartlett cambió su derrota presidencial por una gubernatura y luego cayó conl López Obrador, Camacho aceptó la cancillería y luego la negociación de la paz en Chiapas y fue despedido de manera deshonrosa por Zedillo, Labastida aceptó el Senado para rumiar su derrota, Creel se diluyó en sí mismo, Ernesto Cordero se retiró de la política y Manlio Fabio Beltrones pasó a retiro forzado.
Ebrard jugó con las reglas y perdió, pero en su derrota sólo está legitimando la validez de las reglas que nunca le iban a beneficiar y que lo están llevando a hundirse en el desprestigio. En 1987, Cárdenas rompió con el PRI, pasó a liderar a la oposición de centro-izquierda y fundó el PRD. López Obrador tocó piso en el 2006 y pareció quedar noqueado con el plantón en reforma y la presidencia legítima, pero construyó una opción por sí mismo de una política de “voy derecho y no me quito” y convenció a los desencantados del PRI de Peña Nieto a votar Morena en 2018.
La personalidad de Ebrard es problemática en tanto que se mueva en la lógica del conflicto personal, una actitud que sin duda le ha dado réditos políticos y de liderazgo, pero le ha ido cerrando las puertas en organizaciones ya creadas: nunca se entenderá con Claudia Sheinbaum Pardo, Dante Delgado Rannauro no le entregaría MC, el Verde tiene ya la propiedad escriturada y no hay condiciones para una coalición de pequeños partidos antes la alianza opositora PRIANREDE-Coparmex.
En ese sentido se ubican aquellas interpretaciones que se hacen de Ebrard en el sentido de que se va de Morena pero se queda, aunque sin la confianza de López Obrador ni Sheinbaum como para aplicar el modelo echeverrista adelantado de darle el liderazgo del Senado al segundo lugar, porque el enojo de Ebrard adelantó que a donde llegue dentro de la estructura política de Morena seguirá siendo una piedra en el zapato y correrá sólo por su cuenta y en contra de la pequeña voluntad de López Obrador de tratar de mantenerlo dentro del espacio institucional.
Sin puertas abiertas –aunque algunas puedan allanarse por razones circunstanciales–, Ebrard ya quemó todas sus naves políticas y no tiene más camino que construir su Partido Movimiento Progresista y reorganizar su calendario político para el 2030, con la prueba de fuego de algunas posiciones pactadas con la oposición e inclusive en Morena para las legislativas de 2024, luego las intermedias de 2027 y como objetivo estratégico las presidenciales del 2030.
Ebrard abrió expectativas del día en que se conoció su derrota hasta el lunes 11 en el que, en el modelo Camacho Solís, dejó entrever de que habría algún anuncio espectacular, pero desinfló escenarios cuando dijo que esperaría la respuesta a su propuesta de reposición del proceso, mientras las ruedas institucionales de Morena avanzaron ya en la construcción formal de la candidatura de Sheinbaum.
En 1993, el presidente Salinas sabía del riesgo de una ruptura de Camacho en el modelo Cárdenas y por complicidades del poder lo obligó a permanecer en la cancillería; ahora dicen que López Obrador ha medio deslizado la posibilidad de que Ebrard permanezca en el bloque gobernante en alguna posición menor o como senador sin liderazgo.
Pero el caso es que Ebrard abrió enormes expectativas de ruptura que no se veían desde Cárdenas, pero su posición de el lunes 11 fue un parto de los montes.
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