Prensa y poder: de los Papeles del Pentágono y Watergate a Assange
Carlos Ramírez
La libertad de prensa en Estados Unidos se ha convertido en un mito. Sus grandes hazañas han confrontado y humillado al poder institucional, pero se han quedado en batallas aisladas que dependen de la capacidad individual de cada periodista y de cada medio de comunicación y de las circunstancias.
Se recuerdan los 50 años del caso Watergate que comenzó el 17 de junio de 1972 con un grupo de asaltantes de alto nivel de seguridad que fueron atrapados dentro de las oficinas del cuartel general demócrata de las elecciones presidenciales. El asunto se ha mitificado en la personalidad de sus reporteros, Bob Woodward y Carl Bernstein, que embarcaron al The Washington Post en una larga tarea de poco más de dos años hasta la renuncia del presidente Nixon en agosto de 1974.
El recordatorio tiene algunos datos que son importantes para contextualizar:
1.- El antecedente de Watergate fue la lucha judicial del Post para continuar publicando en 1971 el reporte secreto y crítico que realizó la Rand Corporation y que demostró que la guerra en Vietnam era un engaño de Estados Unidos. Días antes del asalto en Watergate, la Corte Suprema avaló la libertad de expresión.
2.- Otro antecedente se encuentra en el proceso de revisión crítica y autocrítica de la calificación de las noticias del Post a través de una oficina que se dedicaba todos los días a reportar los errores en las informaciones publicadas de algunos de estos incidentes y se publicó en una pequeña columna llamada For Your Information” dirigida a los lectores para recuperar credibilidad. Esta tarea permitió que Woodward y Bernstein pudieran publicar informaciones acreditadas a fuentes anónimas.
3.- Otro dato casi aclarado tenía que ver con Woodward: para pagar una beca educativa que le otorgó el cuerpo de marines, Woodward trabajo cinco años en el área de inteligencia del Ejército a bordo de un barco espía y su tarea era entregar reportes secretos escritos directamente en la mano del consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca, Alexander Haig. Hay libros que señalan que Woodward era un agente de inteligencia incrustado en el Post, pero ni en Watergate ni sus investigaciones posteriores han revelado que Woodward fuera un espía infiltrado o un agente de la CIA.
4.- La identidad de Garganta Profunda, la misteriosa fuente de alto nivel en la rama ejecutiva del Gobierno que fue conduciendo el rumbo de la investigación hacia la Casa Blanca, se conoció en el 2005 cuando la revista Vanity Fair publicó un texto del abogado de la familia de Mark Felt, que en el caso Watergate era el subdirector general del FBI y responsable de la investigación del suceso, diciendo: “yo soy el tipo al que le decían Garganta Profunda”. Lo que no se ha aclarado hasta la fecha es el motivo central de Felt: ¿frivolidad, manipulación política, enojo porque no lo nombraron director del FBI la muerte de Hoover, parte de la guerra FBI-CIA?
5.- La investigación del Post creó el ambiente para la apertura de expedientes judiciales y la creación de una Fiscalía especial y el tema estalló cuando se revelaron datos del sistema de grabación clandestina en la Oficina Oval y la negativa del presidente Nixon de entregar una copia de las cintas alegando el privilegio del Ejecutivo. El Post propició que se echara a andar la maquinaria política que ya tenía cuentas pendientes con Nixon.
A 50 años de distancia, el primer detalle que salta a la vista es que hoy en día no podría reproducirse un caso periodístico como el de Watergate por tres razones: la Casa Blanca logró la victoria política de crear espacios secretos bajo la cobertura de la seguridad nacional, textos como los de Woodward y Bernstein no serían aprobados hoy por las oficinas de abogados de los periódicos que son el verdadero centro de control de la libertad de prensa y todos los textos periodísticos pasan por oficinas de verificación que hoy en día hubieran rechazado prácticamente todas las notas de los dos periodistas.
La libertad de prensa en Estados Unidos hoy es menor a la que había en la primera mitad de los setenta. El periodista Julian Assange puede ser encarcelado en EU por filtrar información de millares de cables secretos. Y el periodista James Risen batalló un año en el The New York Times para publicar su nota que revelaba el espionaje masivo clandestinos de ciudadanos que le valió el Pulitzer y al mismo tiempo estuvo a punto de enviarlo a la cárcel porque se negó, durante los gobiernos de Bush Jr. y sobre todo de Obama, revelar su fuente de información.
El Post de la familia Graham entró en colapso financiero en 2013 y se vendió al empresario Jeff Bezos, dueño de Amazon; y aunque hubo compromisos concretos de respeto absoluto a la línea editorial autónoma de reporteros y editorialistas, el periódico llegó a perder el encanto que tuvo en los setenta para revelar informaciones que molestaban al poder. El The New York Times, como en el caso Risen, se sometió a las limitaciones derivadas de la seguridad nacional.
Y en la coyuntura de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 a Nueva York, el presidente Bush Jr. aprobó con el voto de los demócratas las famosas leyes patrióticas que crearon una dictadura basada en criterios de seguridad nacional definidos de manera unilateral por el gobierno. A Risen le censuraron en el Times, como cuenta en su libro State of War, exclusivas que revelaban operaciones clandestinas de espionaje y en una de ellas intervino en una reunión directa nada menos que la consejera de seguridad nacional, Condoleezza Rice.
Watergate queda, a 50 años, como un hito del periodismo estadounidense, pero ya en modo de mito irrepetible porque la libertad de prensa en Estados Unidos perdió la batalla con una doctrina autoritaria de seguridad nacional de la Casa Blanca.
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