Rusia, EU, Cuba, protectorado y el nacionalismo defensivo
Carlos Ramírez
Cuando en 1962 México se negó a obedecer la orden de la Casa Blanca vías la OEA de romper relaciones diplomáticas con Cuba, la política exterior mexicana fue exaltada por la capacidad y riesgo de la autonomía. Hoy, la decisión de México de no sumarse de manera sumisa a las sanciones contra Rusia que ha ordenado el gobierno de Biden, la diplomacia mexicana es criticada hasta por sectores progresistas nacionales.
Aunque Vladimir Putin no es el Fidel Castro heroico de 1962, el gobierno estadounidense es el mismo hoy que entonces porque está definiendo sus intereses nacionales por encima de los intereses geopolíticos y nacionales de México. El nacionalismo defensivo exaltado por la dignidad ante la orden estadounidense contra Cuba hoy aparece en columnas periodísticas como antiamericanismo.
La lógica geopolítica de Estados Unidos en modo imperio está obligando a los países de Occidente a someterse a los dictados de la estrategia de seguridad nacional que ha definido Estados Unidos de 1947 a 2021 como la imposición de los intereses y enfoques estadounidenses contra otros países.
La crisis geopolítica provocada por los intereses estratégicos y de seguridad nacional de Rusia en la zona euroasiática está siendo llevada por Estados Unidos a una polarización similar a los años de la guerra fría 1950-1991, pero bajo los intereses del modelo económico capitalista estadounidense que surgió en Bretton Woods en 1944 con la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, pero, en el fondo, como un escenario de confrontación económico-militar entre el capitalismo estadounidense y el comunismo soviético-chino.
La decisión del presidente López Obrador de no sumarse a las sanciones contra Rusia debiera reconocerse como un acto de soberanía nacional y nacionalismo defensivo similar a los que le dieron brillantez y jerarquía a la política exterior en oposición a los designios imperiales de la Casa Blanca. Sin embargo, la dinámica de la polarización interna parece haber liquidado el pensamiento estratégico nacionalista que existía en los políticos y gobernantes mexicanos.
Los promotores del modelo de interpretación antiamericanista de la política exterior mexicana se ajustan con exactitud a lo establecido en 1991 por el Memorándum Negroponte (revista Proceso 11 de mayo de 1991) que revelaba el sentido geoestratégico de la subordinación de México a la economía estadounidense a través del tratado de Comercio libre:
“La propuesta de un TLC es de alguna manera la piedra que culmina y asegura estas políticas (reformistas neoliberales de Salinas). Desde una perspectiva de política exterior un TLC institucionalizaría la aceptación de una orientación estadounidense en las relaciones exteriores de México”.
Negroponte era en esos momentos una pieza clave de la estructura de seguridad nacional de Estados Unidos y funcionaba como tal en su cargo de embajador estadounidense en México. En el 2005, Negroponte fue el responsable de la construcción de la comunidad de los servicios de inteligencia de Estados Unidos y operó como primer director de Inteligencia Nacional para reconstruir la estructura de seguridad nacional estadounidense después de los ataques terroristas del 9/11.
En este contexto, la autonomía mexicana en el escenario geopolítico de la crisis en Ucrania forma parte de la construcción de un blindaje de decisión nacionalista de la política exterior mexicana en función de los intereses de México, aunque de modo muy claro más contra las presiones imperiales y expansionistas de dominación de la Casa Blanca que de alguna simpatía específica hacia el presidente Putin.
La política exterior de nacionalismo defensivo –concepto diseñado por el especialista Lorenzo Meyer– forma parte de la autonomía en la definición de políticas internas, a pesar de las malas intenciones estadounidenses de utilizar las quejas de empresarios de la industria eléctrica, de sectores legislativos de la ultraderecha trumpista y del propio Departamento de Estado como un ariete de debilitamiento de la política del presidente López Obrador. Las quejas contra la ley eléctrica se han magnificado para convertirlas en conflicto diplomático, perfilando al embajador Ken Salazar como un lobista de empresas y no como el representante de la Casa Blanca.
Si México se subordina a la lógica imperial estadounidense en función los compromisos del Tratado, estará convirtiéndose en un protectorado estadounidense.