El puente y la van blanca

La escena era dantesca. En un puente de una de las carreteras del norte de Culiacán estaban cuatro cuerpos decapitados y colgados balanceándose inermes entre las sombras de la madrugada del domingo pasado sorprendiendo a los que todavía se atreven a transitar por esos rumbos en esas horas en las que manda el silencio.
Abajo, estaba un manto de sangre cuajada, que se perdía en el negro del asfalto como el rastro mimético de las lluvias de verano. Pero no era todo. A unos pasos de esta escena ya de por sí escalofriante se encontraba abandonada una camioneta blanca, tipo Van, único testigo mudo, silencioso, de lo sucedido esa noche entre los cerros y sombras nocturnas.
Algo palpitaba y no era, precisamente, el sonido del motor, que había dejado de funcionar seguramente desde algunas horas. En la cabina estaban dieciséis cuerpos masculinos apilados -uno de ellos, decapitado-, que ofrecía una imagen tortuosa digna de la obra plástica del hiperrealista Peter Brueghel, El Viejo, que se inmortalizó por sus estampas desconsoladoras sobre El Juicio Final.
Imagino por un instante los rostros, emociones y sentimientos encontrados del personal de la fiscalía cuando tuvieron que bajar los cuerpos suspendidos en el aire y sacar uno a uno de la cabina para ser llevados a los servicios forenses de la capital del estado donde al momento de escribir no se conocen los nombres de la mayoría de ellos por un comprensible exceso de trabajo.
A los días leo en la prensa nacional que en Sinaloa se reconocen oficialmente mil 552 homicidios dolosos acumulados desde el 9 de septiembre pasado cuando empezó esta guerra entre las principales facciones del Cártel de Sinaloa -209, solo en junio.
Aunque, para ser exacto, todo empezó el 25 de julio, con el secuestro y extradición a EU de Ismael El Mayo Zambada, más las muertes que ocurrieron en el coto culichi de Huertos del Pedregal.
Y es que poco sabemos de lo ocurrido entre ambas fechas. Sólo que desde entonces la movilización de fuerzas de seguridad federal ha sido constante y para ir no muy lejos esta semana se sumaron mil 500 nuevos elementos que transitan disuasoriamente por las carreteras, caminos y avenidas del estado, sin que, por ello, dejen de ocurrir balaceras y nuevas víctimas como las ocurridas el martes en el municipio de Navolato con muertos y heridos.
Estos sucesos trágicos, y otros en distintos estados, se dan en medio de la batería de reformas en materia judicial que dan al sistema de seguridad más herramientas para perseguir a los delincuentes lo que para analistas críticos significa la puerta de entrada al “Gobierno espía” que conculca derechos hasta ahora consagrados en la Constitución generando incertidumbre política y social.
Esto lleva hacer preguntas razonables ¿hasta donde la violencia criminal llega a ser funcional a un régimen que paulatinamente avanza hacia una autocracia? ¿hasta donde anima a endurecer el régimen y restringir libertades públicas?
Exploremos. La espiral de violencia criminal que se vive prácticamente en todos los estados de la federación tiene distintas manifestaciones entre ellas una disputa del espacio político que se expresa en gobernantes con presuntos vínculos con el crimen organizado que ha derivado en compromisos y protección; así mismo, una disputa por el espacio público que se manifiesta en una constante confrontación entre las fuerzas del sistema de seguridad nacional y la de cárteles, que lo mismo operan, en el mercado de las drogas, como en esa larga lista de delitos que se renueva periódicamente, y ha identificado y documentado con precisión Edgardo Buscaglia para organismos internacionales.
Y esto, ha disparado los niveles de zozobra en una ciudadanía que ha pasado del asombro al miedo, terminando por normalizarlo como parte de su vida cotidiana que se traduce en un cambio de rutinas y el recogimiento en el ámbito de lo privado que nos recuerda en mayúscula la expresión de Jacobo Zabludovsky cuando preguntaba: Son las 10, ¿sabe dónde están sus hijos?
Esta circunstancia anómala que podrá tener explicaciones en el pasado político, en el ejercicio de poder de los gobiernos de la hoy oposición, reclama, en democracia, de acuerdo el manual del buen demócrata es más democracia, más participación, más información, más debate.
Y esto no ocurre, por el contrario, tenemos menos democracia más centralismo en la esfera de los poderes públicos y la entrada en lo que alerta Anne Applebaum, periodista estadounidense ganadora del Premio Pulitzer: “Unas sofisticadas redes compuestas por estructuras financieras cleptocráticas, cuestionables servicios de seguridad y propagandistas profesionales” (léase Autocracia S.A. Debate).
Vamos, autocracias que se mueven con distintos ropajes ideológicos y religiosos, donde no hay diferencias entre las de izquierda o derecha. O bueno, si las hay, en unas hay contrapesos y en las otras no.
Entonces, el horror de esas escenas dantescas del puente y la Van termina siendo la coartada perfecta para el endurecimiento del régimen, paradójicamente, incubado en la ausencia de Gobierno el mismo que ahora “nos salva”.
En los llamados territorios de silencio, no hay duda, terminará imponiéndose esa mezcla de intereses en ascenso y que se manifiestan a través de los “nuevos poderosos” de los que nos enteramos a través de escándalos financieros, adquisiciones millonarias, tráfico de influencias, ricos de nueva generación y cómo eso causa bochorno, prurito moral o molestia simple y llana, viene la idea de la censura
Ya en marcha actos en algunos estados con mayor o menor arrogancia y tarde que temprano terminará siendo parte de la arquitectura jurídica nacional a través de “leyes” ad hoc.
En definitiva, las imágenes inquietantes de Culiacán quedan para la historia trágica de Sinaloa con su aura de temor, miedo, incertidumbre, que han ensombrecido la vida cotidiana de todos los habitantes y por eso, muchos sinaloenses, están huyendo, mientras otros la piensan para no llegar por el miedo que provocan los puentes y las Van.