Culiacán vive sitiado: la violencia redefine la rutina y borra la vida nocturna

Héctor Gordoa
La vida en Culiacán, Sinaloa, transcurre bajo la sombra de la violencia. Desde hace más de un año, los habitantes de la capital sinaloense conviven con balaceras, ejecuciones, robos y asaltos.
El miedo se ha vuelto parte de la rutina, mientras los grupos criminales ejercen un control que los ciudadanos identifican como el reflejo de la ausencia del Estado.
Las escuelas se han visto obligadas a adaptar su cotidianidad a esta realidad. En la primaria estatal Sócrates, ubicada en pleno centro de la ciudad, alumnos y maestros realizan simulacros para sobrevivir a una balacera.
Los habitantes también perciben una distancia entre la narrativa oficial y la realidad en las calles. Mientras los gobiernos estatal y federal presumen una reducción en los índices delictivos, organizaciones civiles y abogados locales sostienen que los ataques recientes, incluso contra familiares de políticos, muestran el nivel de vulnerabilidad de la ciudadanía común.
El impacto de la violencia alcanza todos los ámbitos de la vida diaria. La vida nocturna prácticamente desapareció: bares y restaurantes cierran temprano, las plazas comerciales adelantan sus horarios y los comerciantes abandonan el centro antes de que anochezca.
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