Construir futuro en medio de un entorno adverso

Raúl Asís Monforte González
En México, la industria de la construcción atraviesa uno de sus periodos más complicados en décadas. El valor de la producción de las empresas constructoras ha mostrado una caída constante y pronunciada, reflejo de un entorno poco propicio tanto para la inversión pública como privada. El gobierno, que debería ser el principal detonador de infraestructura para estimular el crecimiento económico y social, ha disminuido su gasto en este rubro. En paralelo, los particulares también han frenado proyectos debido a la incertidumbre jurídica que rodea al país: desde la percepción de un Poder Judicial subordinado al Ejecutivo, hasta la reciente aprobación de leyes como la que en Campeche otorga facultades de expropiación bajo criterios ambiguos de utilidad pública. A ello se suman cambios legislativos que erosionan la competitividad y un deterioro general en las condiciones legales, financieras y operativas para invertir.
Frente a este panorama sombrío, la pregunta obligada es: ¿qué hacer? ¿Cómo pueden las empresas constructoras sortear estas dificultades y, más aún, salir fortalecidas?
La primera respuesta está en la diversificación. Las compañías deben mirar más allá de la obra pública federal y estatal, explorando nichos donde la demanda se mantiene o incluso crece. Uno de ellos es el sector energético renovable, que requiere infraestructura para parques solares, eólicos y sistemas de almacenamiento. Otro campo es el de la vivienda sustentable, donde existe un mercado privado que busca calidad, eficiencia energética y menores costos de operación. De igual manera, los proyectos de mantenimiento, rehabilitación y modernización de edificios y plantas industriales ofrecen oportunidades más estables y menos expuestas a los vaivenes políticos.
En segundo lugar, la innovación y la adopción de tecnología ya no son opcionales. El uso de metodologías como BIM (Building Information Modeling), la incorporación de prefabricados y técnicas de construcción modular, así como la digitalización de procesos de gestión y control, pueden marcar la diferencia entre sobrevivir y desaparecer. La eficiencia operativa no solo reduce costos, también aumenta la competitividad y genera confianza en los clientes.
Otro frente crucial es el del capital humano. Capacitar al personal en nuevas tecnologías, en prácticas sostenibles y en gestión de riesgos resulta indispensable. Una empresa que invierte en la preparación de su gente construye resiliencia desde adentro y está mejor equipada para enfrentar la incertidumbre externa.
Además, es urgente que las constructoras refuercen sus capacidades en gestión financiera y legal. Entender los riesgos regulatorios, anticiparse a cambios legislativos y blindar contratos con cláusulas sólidas de certeza jurídica puede mitigar pérdidas y proteger inversiones. Las alianzas estratégicas entre empresas, tanto locales como internacionales, también pueden abrir puertas a financiamiento y proyectos de mayor escala.
Finalmente, la industria debe volverse más activa en la defensa de su propio entorno. Es momento de que cámaras, asociaciones y colegios de ingenieros y arquitectos eleven la voz de manera coordinada para exigir certidumbre, respeto al estado de derecho y políticas públicas que reconozcan el valor multiplicador de la construcción en el desarrollo nacional.
El camino no será sencillo. Sin embargo, las empresas constructoras mexicanas han demostrado históricamente capacidad de adaptación. Hoy, la clave está en diversificar, innovar, formar talento y defender un marco legal justo. En tiempos adversos, la construcción sigue siendo más que una industria, es la base material sobre la cual se levanta el futuro.