La Fed y lo que viene para el peso en los próximos días

Enrique Quintana

El próximo miércoles, la Reserva Federal seguramente moverá una pieza que redefine el clima financiero global: un recorte de 0.25 puntos porcentuales en la tasa de referencia.

Esa previsión no es un acto de fe del mercado; es prácticamente una instrucción dictada por los datos. Bank of America, JP Morgan y Morgan Stanley coinciden, y los futuros de la Fed asignan más del 80 por ciento de probabilidad a esa decisión. Cuando tantos pronósticos convergen, lo inusual sería que la Fed no recortara.

Las condiciones lo justifican. La mayor economía del mundo muestra un enfriamiento que ya no puede maquillarse: empleo que pierde ritmo, consumo más frío y una inflación que cede lo suficiente como para dejar sin argumentos a quienes defendían una postura más restrictiva. De ahí que la reunión del 9 y 10 de diciembre sea vista como el momento inevitable para avanzar en el ciclo de relajación. Pero la Fed llega dividida, presionada por la política y con la legitimidad en juego: cada movimiento será leído con lupa.

Los mercados, más pragmáticos, ya emitieron su veredicto. El índice del dólar (DXY) ronda mínimos de cinco semanas. El mensaje es transparente: Estados Unidos se encamina a una fase de tasas más bajas, y el dólar paga el precio.

Y en ese terreno fértil, el peso mexicano vuelve a brillar con una intensidad incómoda. No se trata solo del “superpeso”; es un fenómeno estructural. El tipo de cambio estaba ayer por la tarde en 18.17 por dólar y refleja un diferencial de tasas que ningún operador de carry trade quiere desaprovechar. Con la Fed en torno a 4 por ciento y Banxico en 7.25 por ciento, el incentivo es casi mecánico: pedir dólares baratos y ganar rendimientos altos en pesos.

Ese atractivo, sin embargo, tiene un costo: una economía mexicana débil respaldando una moneda demasiado fuerte.

La verdadera tensión llegará el 18 de diciembre, cuando Banxico deba decidir su propio movimiento. La institución enfrenta un dilema que ya no admite evasivas. Por un lado, la inflación general parece razonablemente domada, pero la subyacente resiste arriba de 4%. Por otro, la actividad productiva está exhausta: el crecimiento previsto para 2025 cayó a 0.3%, un número que retrata más que un estancamiento a secas, un estancamiento ‘resignado’.

El consenso es unánime: otro recorte de 25 puntos base para cerrar el año en 7.0%. La encuesta de Citi México es concluyente: de 32 analistas consultados, todos esperan esa decisión. Y si la Fed baja antes, Banxico difícilmente nadará contracorriente.

El resultado sería un diferencial de tasas prácticamente intacto, lo que mantendría al peso firme, quizá demasiado firme. Porque un tipo de cambio tan apreciado puede empezar a lastimar a exportadores, seguirá reduciendo ingresos en pesos por remesas y turismo, además de generar la incómoda percepción de que la fortaleza cambiaria no tiene sustento en la economía real.

Ambos bancos centrales enfrentan un riesgo mayor de lo que admiten: equivocarse en el timing.

Si la Fed envía un mensaje excesivamente blando con la inflación (dovish), validará un dólar más débil y podría inflar burbujas en activos globales. Si sorprende y mantiene la tasa sin cambios, veremos un ajuste inmediato: dólar al alza y peso corregido.

Banxico también camina sobre una cuerda tensa. Acompañar el ciclo global parece lo más lógico para no asfixiar el ya precario crecimiento. Pero una baja adicional, en un entorno de inflación subyacente persistente puede pegar en su credibilidad.

Las próximas dos semanas serán un examen simultáneo de comunicación, coordinación y prudencia. Lo que diga Jerome Powell, el tono del diagrama de puntos (dot plot) que anticipa los movimientos futuros y la lectura sobre el dólar, marcarán el compás internacional.

En México, el enfoque estará en las nuevas trayectorias de inflación y crecimiento que publique Banxico y en cuán lejos esté dispuesto a llegar en 2026, así como en el fraseo del comunicado respecto a las próximas reuniones.

Porque, aunque se trate de recortes de apenas un cuarto de punto, lo que realmente está en juego es el rumbo económico del próximo año: un dólar debilitado, un peso fuerte en exceso, y dos bancos centrales intentando ajustar las tasas sin perder el control de la narrativa… ni de la realidad.

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