La arquitectura para la paz

Cristopher Ballinas Valdés
En días recientes, han circulado noticias sobre posibles acuerdos de paz que podrían poner fin a conflictos que hoy sacuden al mundo. A lo largo de la historia, estos acuerdos han sido mucho más que simples documentos diplomáticos: representan intentos audaces de reconstruir el tejido social tras el dolor, la división y la devastación. Algunos han logrado cimentar nuevas eras de estabilidad; otros, lamentablemente, han sembrado las semillas de futuros conflictos.
Desde el primer tratado entre hititas y egipcios en 1259 a.C. hasta los acuerdos contemporáneos que incluyen cláusulas medioambientales, la paz ha sido una expresión de nuestra capacidad para imaginar un futuro distinto.
El Tratado de Westfalia (1648), que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, es considerado el nacimiento del sistema internacional moderno. Aunque se firmó en medio de tensiones religiosas, su legado fue secular: la soberanía estatal y la no intervención. En contraste, el Tratado de Versalles (1919), que cerró la Primera Guerra Mundial, dejó un sabor amargo. Su enfoque punitivo hacia Alemania generó resentimiento y condiciones que facilitaron el ascenso del nazismo. Las reparaciones impuestas fueron tan elevadas que su pago final se completó recién en 2010.
En América Latina, el Acuerdo de Paz entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (2016) marcó un hito. Incluyó justicia transicional, desarme, reintegración social y un enfoque de género inédito. Aunque su implementación ha sido desigual, logró reducir significativamente la violencia en muchas regiones. Este ejemplo revela que la paz no es solo ausencia de guerra, sino la construcción activa de justicia, equidad y cooperación.
Importante destacar aquí que la guerra y la paz han sido narradas desde una perspectiva masculina, invisibilizando las contribuciones femeninas. Sin embargo, su participación ha demostrado ser determinante: estudios de Naciones Unidas indican que los acuerdos que incluyen a mujeres tienen un 35% más de probabilidad de durar al menos 15 años. A pesar de ello, entre 1992 y 2019, solo el 13% de los negociadores fueron mujeres. Ejemplos como el movimiento liderado por Leymah Gbowee en Liberia, que movilizó a miles de mujeres para exigir el fin de la guerra civil, muestran el poder transformador del liderazgo femenino. Su activismo fue clave para la firma del acuerdo de paz en 2003 y la elección de Ellen Johnson Sirleaf, primera presidenta mujer en África. En Colombia, las mujeres lograron incluir disposiciones sobre violencia sexual, derechos reproductivos y reintegración con enfoque de género. En El Salvador y Guatemala, aunque la participación formal fue baja, las mujeres activistas jugaron un papel crucial en la denuncia de violaciones y en la reconstrucción del tejido social; haciéndolo no sólo en los acuerdos sino desde lo cotidiano, la familia la escuela y la comunidad; con una “paz de género” creciendo en el conflicto, aprender a resolverlo y caminar hacia la transformación social.
En los días por venir, se seguirán discutiendo acuerdos de paz necesarios para concluir conflictos históricos que han dividido sociedades y afectado injustamente a personas inocentes, que son daños colaterales de intereses económicos y geopolíticos. Será entonces crucial observar cómo se redactan estos acuerdos, pues definirán la arquitectura de la era, y donde no se puede ignorar el papel de las mujeres y las víctimas, pues es renunciar a una paz verdaderamente sostenible, y con ellas crear la arquitectas de las nuevas sociedades resilientes.