El despliegue contra Venezuela, es contra el BRICS 

Alberto Vizcarra Ozuna

Apenas habían transcurrido setenta y dos horas de concluida la cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska, motivada por el restablecimiento de la paz en la Europa del Este, cuando el gobierno norteamericano ordena el despliegue de una desproporcionada fuerza militar sobre el mar Caribe, dirigida a las costas de Venezuela, izando la bandera de la lucha contra los cárteles de la droga, después de que la Fiscal General de Estados Unidos, lanzó acusaciones mediáticas -sin formalización jurídica- en contra del presidente venezolano, Nicolás Maduro, de tener vínculos con dichos cárteles.

No obstante que el encuentro del presidente norteamericano y el mandatario Ruso, en Alaska, rompió con la larga incomunicación entre las dos principales potencias nucleares y revivió la cercanía histórica de ambas naciones en propósitos comunes para beneficio de la humanidad, como la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, la composición del gobierno norteamericano y la propia personalidad del presidente Trump hacen muy riesgoso el propósito de lograr la paz.

Así lo indica el sorpresivo despliegue militar sobre el Caribe, después del encuentro en Alaska, el cual fue titulado “buscando la paz”. Con todo, el mejor activo en el dilema de la personalidad de Trump, es que no quiere una guerra nuclear. Las motivaciones que expresa en contra de tal desenlace, son por pragmáticas muy primarias y por lo mismo inconsistentes. No es el caso de los planteamientos del presidente de Rusia, quien destacó en la reunión de Alaska, como lo ha hecho en otros momentos, que lo más importante en ese encuentro no era la discusión del conflicto militar entre Rusia y Ucrania, sino alejar al mundo de la guerra nuclear y fortalecer la posibilidad de que la intimidad histórica de las dos naciones se tradujera en proyectos conjuntos para el desarrollo económico de la región del ártico; lugar que el presidente Putin identificó como el sitio en donde el mundo puede pasar del ayer al mañana.

Si el presidente Trump es empujado a montar una intervención punitiva en Venezuela, para capturar al presidente de ese país, por quien la fiscal norteamericana ofrece recompensa de 50 millones de dólares, lo harían caer en un pantano, como al que trató de empujarlo John Bolton, cuando lo animó a que apoyara la presidencia alterna de Guaidó, siendo asesor de Seguridad Nacional en la primera administración de Trump. Esa misma influencia parece mantenerse con el Secretario de Estado, Marcos Rubio.

Los esfuerzos de paz de Trump y el empeño por evitar una guerra nuclear, pierden consistencia cuando los inscribe en la noción geopolítica de áreas de influencia y reparto del mundo; y más al permanecer adherido a la idea torcida de que la fuente de la riqueza radica en el dinero, lo cual lo hace prisionero de las políticas monetaristas y especulativas de Wall Street y Londres.

Eso lo mantiene reactivo en contra de las iniciativas de las naciones que se agrupan en el BRICS, esto es en torno a los esfuerzos de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que junto con Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Indonesia y Etiopía, se empeñan en la búsqueda de una nueva arquitectura financiera y de seguridad, que funja como plataforma de inversión en grandes proyectos de infraestructura de gestión de agua, energía, alimentos y bienes de capital capaces de incorporar al desarrollo a las olvidadas naciones del sur global.

Quienes le explotan las fobias a Trump en contra del BRICS, son los que lo están empujando a que caiga en los pantanos del Caribe, para provocar una polarización global que lo distancie de los importantes acercamientos con Rusia y de los posibles acuerdos con China.

Si se admite que la paz es fruto del desarrollo y de la justicia económica, el mundo no podrá llegar a ella por otra ruta. En eso insiste la Coalición Internacional por la Paz, que preside la pensadora alemana Helga Zepp LaRouche, quien recientemente ha hecho circular un llamado a los presidentes Trump, Putin y Xi para que realicen una cumbre en Pekin, aprovechando las celebraciones del 80 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, programadas para el 3 de septiembre.

En tal festejo está confirmada la presencia de Putín y de otros veinte jefes de Estado. Es sin duda la oportunidad para que las tres potencias mundiales, restablezcan el principio de la diplomacia, no solo en la tarea de alejar al mundo de la guerra, sino de acercarlo a los factibles propósitos de desarrollo compartido de las naciones.

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