Imelda Castro: la Virgen de la Caridad (del Cargo)

Carlos Avendaño

 ¡Aleluya! Imelda Castro, Senadora sin licencia y con memoria selectiva, descubrió repentinamente que Sinaloa existe. Después de más de 2,300 días en su curul celestial, ahora sí dice que representará al pueblo con “compromiso y cercanía”. Vaya milagro digno de estampita. Una aparición más esperada que la del niño perdido, solo que esta llega con fuero, dieta y discurso reciclado. ¿Qué pasó, Senadora? ¿El calendario electoral le activó el GPS de la conciencia? Porque después de seis años en la nube del Senado, ahora resulta que quiere caminar entre los mortales. ¡Qué ternurita! Ya hasta parece que va a tocar puertas y regalar escapularios de “transformación”. Dice que se compromete “ahora sí”… como si fuera una promesa matrimonial después de años de ausencia. “Ahora sí no te voy a fallar, Sinaloa”, susurra la Senadora, como si los votantes fueran una pareja abandonada.

Pero no, Imelda: el pueblo no es tu ex al que puedes volver cuando se acercan las elecciones. Esto no es compromiso, es cinismo institucionalizado. Porque si después de seis años se le ocurre hacer presencia y decir que va a representar con cercanía, eso no es gestión, es un descaro. Lo peor es que algunos hasta le aplauden. Como si bajarse del pedestal justo antes de que empiecen los destapes, fuera un acto heroico y no una jugada vieja y burda. Imelda Castro, patrona del cinismo bien remunerado, protectora de los tiempos políticos y devota del cargo eterno. Que alguien le recuerde que representar al pueblo no empieza cuando se huele la boleta, se hace desde el día uno. Aunque claro, en la liturgia de la simulación, la fe siempre llega tarde y con fuero…

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