Sinaloa: opositores con rolex y los profetas de la hipocresía

Benjamín Bojórquez Olea

Por años, la política en Sinaloa se ha convertido en una danza grotesca de máscaras, simulaciones y espejos rotos. Hoy, la figura del gobernador Rubén Rocha Moya es el blanco favorito de una comentocracia opositora desgastada, casi oxidada, que repite con disciplina de autómata sus letanías de odio, sin lograr más que el eco de su propio resentimiento. Lo fusilan a diario, pero sus balas son de papel; sus críticas, si bien ruidosas, carecen de la fuerza moral para mover conciencias.

Esta crítica no es inocente, y mucho menos imparcial. Viene de quienes ayer se beneficiaron del silencio, del acomodo, del privilegio de la nómina. Los mismos que hoy se desgañitan contra el poder, ayer pastaban apacibles en el prado del presupuesto público. La moral les llega con retraso, como si hubieran despertado de una larga siesta ética sólo cuando se les quitó el plato de la mesa.

¿Dónde estaban cuando el estado era rehén del narco-gobierno? ¿Cuándo los crematorios clandestinos operaban como si fueran parte de una política pública? ¿Dónde estaba esa crítica feroz cuando se construían los santuarios de la impunidad en nombre de la democracia? Sinaloa no es una víctima de este sexenio: lo ha sido de décadas de simulación, complicidad y doble moral.

No se trata de exonerar a Rocha Moya. Su gobierno no está exento de errores ni de omisiones graves. La gobernabilidad en Sinaloa está fracturada y la inseguridad se vive a diario, se respira, se teme. Pero una crítica honesta no puede nacer del pantano sin limpiarse antes el rostro. Los críticos opositores partidistas de hoy están ensangrentados por los silencios de ayer. Se indignan con estridencia porque perdieron el poder, no porque el pueblo sufra.

Hay algo profundamente filosófico en esta tragicomedia sinaloense: la crítica se ha vaciado de contenido, como un ritual hueco que se repite porque se espera que funcione. Pero la sociedad ya no les cree. Porque el juicio sin integridad es puro espectáculo. Y lo que hoy se representa en medios, columnas y redes sociales no es otra cosa que una obra sin alma. Un teatro de sombras, donde el enemigo no es el mal gobierno, sino la pérdida de privilegios.

Sinaloa no necesita más bufones con micrófono ni profetas de la hipocresía. Necesita verdad. Una verdad incómoda, sí, pero genuina. Una verdad que no nazca de la víscera ni del rencor, sino de una autocrítica valiente y coherente. Porque criticar desde la cima de una vida lujosa y corrupta es insultar la inteligencia de quienes luchan por sobrevivir en las fauces del sistema que ellos mismos ayudaron a construir.

GOTITAS DE AGUA:

Al final, lo que está en juego no es solo la legitimidad del gobernador, sino la posibilidad misma de una conciencia política madura en Sinaloa. Y mientras sigamos rodeados de críticos sin moral, políticos sin convicciones y una sociedad anestesiada por el ruido, seguiremos atrapados en este eterno retorno de cinismo, donde los mismos de siempre nos venden su indignación como si fuera virtud.

Los espejos rotos no reflejan la verdad. Solo deforman el rostro de quien los mira. Y Sinaloa, hoy por hoy, necesita menos espejos y más ventanas. Más luz. Más coraje. Y, sobre todo, más memoria. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

Share

You may also like...