Por su nombre: Guerra comercial
Ricardo Becerra
Ante la televisión canadiense, el primer ministro Justin Trudeau declaró: “No voy a andar con paños calientes. Nuestro país va a afrontar momentos difíciles en los próximos días y semanas… Tenemos preparada una respuesta. Una respuesta firme, contundente pero razonable e inmediata. No es lo que queremos, pero si él sigue adelante, nosotros también actuaremos”.
A mí me parece que ese es el contenido y sobre todo el tono político que debería imperar en esta coyuntura, sin cursilerías patrioteras, sin falsas palabras tranquilizadoras, hablándole a su pueblo como adulto. Porque la situación es grave.
Estamos ante una declaración de guerra comercial que no tiene precedente y que ha sido instrumentada con el objetivo abierto de causar daño a nuestro país, como a Canadá y a China.
He dicho guerra, sí, propiamente, porque lo que estamos viviendo en estos días no es la implementación de ciertas “medidas proteccionistas” seleccionadas, unas tarifas a algunos productos concretos que México o Canadá exportan a Estados Unidos, barreras acotadas a ciertos flujos económicos. No. Estamos ante una medida amplia, indiscriminada y sin distinciones: la imposición de un 25 por ciento de impuesto (tarifa) a todo producto que cruce la frontera desde México a Estados Unidos. Y esta guerra comenzará, según la orden ejecutiva firmada por Trump, en el primer minuto de mañana, martes 4 de febrero.
Una caja de aguacates, de berries, igual que un barril de petróleo; un tubo de acero, un automóvil, una pantalla de televisión o un refrigerador completo: todo será gravado. Por su amplitud se llama guerra, porque en la imposición de aranceles no hay otro criterio que el solo país de origen: les imponemos una sanción tarifaria simplemente porque provienen de México. Lo que lleva el asunto a una escala y una intensidad completamente diferentes de proteccionismo. Una coraza arancelaria total.
Para entendernos: las medidas similares que Trump implementó en 2018 se admitían que ciertas empresas solicitaran excepciones del arancel. En esta ocasión, no: cualquier organización, empresario o establecimiento tendrán que pagar sin distinción ni negociación.
El decreto de Trump es total, no admite excepciones y en un arranque de locura, está dirigido contra sus socios económicos principales y aliados geoestratégicos.
No se ha explicado por qué se decreta un arancel de 25 por ciento a los países del norte de América y 10 por ciento a China, nación que, con el encarecimiento de los productos mexicanos en el mercado estadounidense, lleva las de ganar en el conflicto.
Varias plumas calificadas han descrito ya los efectos previsibles de esta guerra: disminución de las exportaciones, devaluación del peso, mayor inflación, disminución de la demanda, menor inversión, contracción de la actividad económica y del producto, lo que a su vez colocará a la economía mexicana en zona recesiva.
Enrique Quintana apunta que la consultora Bloomberg (https://bit.ly/4hIlcGe) calcula que la caída de las exportaciones podría llegar hasta el 30 por ciento, en un escenario de subida arancelaria a mediados de este año y quizás más, si permanece.
El impacto no será homogéneo al interior de nuestro país. Es evidente que sufrirán más los estados cuya actividad económica está más ligada al sector exportador: Chihuahua en primerísimo lugar, Coahuila, Baja California, Tamaulipas (más del 80 por ciento de su producción pende de lo que exportan), seguidos por Campeche, Aguascalientes, San Luis Potosí, Sonora, Guanajuato, Querétaro y Nuevo León con el 50 por ciento, o más.
Por sectores: el automotriz será el más afectado, representa el 3.5 por ciento del PIB mexicano y emplea directa e indirectamente a casi un millón de personas. La agricultura, por su parte, sufrirá, pues el 60 por ciento del jitomate, el 80 por ciento de los aguacates y el 90 por ciento de los chiles, se venden en Estados Unidos.
Pero tal vez lo más grave sea la inhibición de la llegada de inversión extranjera directa a México, la que ha crecido 827 por ciento desde la entrada en vigor del TLC (1993) y hasta el 2023 (Banco Base, https://bit.ly/4gnGvvl), inversiones de diversas nacionalidades que han visto atractivo a México precisamente por su situación geográfica y su amplia avenida, edificada en torno al libre comercio. Eso es lo que ha venido a dinamitar el señor Trump.
Los números son apabullantes para México y Canadá, pues como se ha repetido, en nuestro caso Estados Unidos constituye el 84 por ciento de las exportaciones, mientras que el número representa el 77 por ciento para Canadá. Es cierto que Estados Unidos perderá, pero la asimetría económica hace el daño incomparable.
Las reacciones no se han hecho esperar y mientras China demandará este mismo lunes a los Estados Unidos ante la Organización Mundial de Comercio (OMC), Canadá en reciprocidad, anunció aranceles sobre 155 mil millones de dólares dirigidos a los productos estadounidenses. En ese escenario, hasta el momento de escribir esto, México pedía instalar una mesa de negociación para atender los agravios (reales o inventados) que esgrime el Presidente de los Estados Unidos. No olvidemos que esta guerra constituye una violación completa a las reglas del Te-Mec a cuyos paneles, México debería acudir inmediatamente.
Ian Bremmer de Eurasia ha señalado que Norteamérica era una de las reservas políticas de seguridad y paz con la que contaba el planeta… está dejándolo de ser, al calor de una guerra comercial estúpida y abusiva.
Los riesgos son muchos y no deben ser disimulados. Vamos a necesitar mucha suerte para enfrentar un desafío imperial mayúsculo con un Estado debilitado durante estos años mexicanos de populismo rampante, en los que López Obrador hizo todo para minar la confianza entre vecinos. Y eso también debe reconocerse en una negociación racional y para buscar una salida.