Oposición quiere ocultar que su fracaso encumbró a Morena
Carlos Ramírez
Una de las declaraciones de Jesús Reyes Heroles que definió rumbos y contenidos de la reforma política de 1977-1978 ayudaría a explicar la dimensión del fracaso político de la oposición en 2024 y su responsabilidad en el encumbramiento de López Obrador y Morena por otro sexenio más.
Al recibir la solicitud de registro del Partido Comunista Mexicano y escuchar la acusación de la izquierda de que el régimen priista se estaba derechizando, Reyes Heroles aplicó la dialéctica para interpretar la realidad: “llevar al régimen a la derecha depende, más que de la eficiencia de ésta para tal propósito, de la ineficacia de la izquierda en impedirlo y de la incapacidad del propio gobierno para evitarlo”.
Si se ajusta este razonamiento a la severa acusación de la oposición conservadora de que el régimen mexicano está siendo llevado al populismo autoritario y dictatorial, entonces podría encontrarse una explicación, acomodando palabras e ideologías: “llevar al régimen al populismo depende, más que de la eficiencia de éste para tal propósito, de la ineficacia de la derecha para impedirlo y de la capacidad del Gobierno para profundizarlo”.
Toda la oposición antilopezobradorista ha echado mano del largo diccionario de sinónimos para responsabilizar el resultado electoral más al gobierno que a la propia oposición, pero con ello sólo se quiere ocultar las razones del fracaso de la derecha opositora: sostenerse sólo con el desprestigio del PRI, del PAN y del PRD y de sus aún más desacreditados dirigentes, hacer una mezcla entre todas las derechas que nunca han configurado una verdadera propuesta ideológica y descansar el combate a la figura política y mediática de López Obrador en Xóchitl Gálvez Ruiz, una funcionaria política mediocre, superficial, vulgar, sin talento político, sin pensamiento estratégico y sin haber revisado con precisión su currículum de irregularidades.
El arma secreta de la coalición opositora no fue en realidad tan secreta: los principales miembros de la élite intelectual que vivió pegada a la ubre gubernamental y cuyo enlace ideológico lo resumió el escritor, historiador y ensayista Héctor Aguilar Camín en una frase que debe pasar a la historia de los despropósitos ideológicos: extrañamos “los apapachos” del poder.
La coalición opositora se construyó a partir de lo que debe ser considerado como una mentira histórica que cambió el rumbo de la nación: creerse sus propias argumentaciones de que López Obrador estaba derrotado, apanicado y dispuesto a un golpe de Estado para mantener a su grupo en el poder. Varias manifestaciones de cientos de miles de ciudadanos crearon la ilusión de que la victoria vendría por la calle, un poco recordando aquella frase de Manuel Camacho Solís en su preocupación por las protestas callejeras de 1988, y con la memoria fresca de las rebeliones ciudadanas en el Este comunista de Europa: “si dos millones de mexicanos marchan hacia el Zócalo para protestar por las elecciones, tendremos que entregar las llaves de Palacio Nacional”.
La oposición todavía no alcanza a razonar ni racionalizar el contrapunto obvio: millones de personas salieron a defender al INE, a la Corte y a pedir el voto por el PRIANREDE de Xóchitl, pero la votación por Morena fue contundente: 60% contra 27%. Y no sólo eso: como respuesta a los gritos desaforados de que había que evitar la mayoría calificada para Morena y aliados en el Congreso, la sociedad otorgó a la coalición oficial los votos finales para superar las tres cuartas partes de la Cámara de Diputados y quedar a un par de votos para obtener la misma ventaja en el Senado.
El voto social masivo a favor del proyecto político del presidente López Obrador en la figura de la candidata oficial Claudia Sheinbaum Pardo debe analizarse en función de los mensajes que habría enviado la sociedad electoral para continuar por el camino, inclusive, tratando de ser más tolerantes y racionales a la hora de querer desdeñar el voto sólo por los programas sociales en curso. El problema de la oposición estuvo en la inexistencia real de una propuesta alternativa, inclusive al grado de que el presidente panista Marko Cortés se cansó de reñir a la candidata Gálvez Ruiz por colgarse de los programas sociales para tratar de conseguir votos. La política de programas sociales que presentó la coalición y Xóchitl se basó en la maldición de Vicente Fox Quesada: quitar esas prestaciones para que “trabajen los güevones”.
El problema final está a la vista: en su lucha contra el procedimiento legal poselectoral que consolidaría la mayoría de Morena, la oposición está reproduciendo su mismo discurso de campaña que fue aplastado por el voto social. Y la oposición tendrá que asumir la maldición Reyes Heroles: la consolidación del populismo es responsabilidad de la oposición que no estuvo a la altura del desafío electoral.