Libros de texto gratuitos: intimidades de una guerra por la educación

Bertha Hernández

Hubo de todo, dentro del rango de los enfrentamientos honorables. De manera muy coloquial podría decirse que se dieron hasta con la cubeta, mirando por dónde se ganaba un centímetro más en el debate público que supuso la creación en México del libro de texto gratuito. Algunas pistas las encontramos en la prensa de la época; otros, en los escritos y documentos que un personaje muy consciente de la importancia histórica del debate, Martín Luis Guzmán, conservó en su archivo. Ahí están los documentos; actas de reuniones, instrucciones, modelos de desplegados. Todo se complementa con las publicaciones, con las planas impresas, con las mañas, con las decisiones de emergencia: todo eso y más es la historia inicial de los libros que, sesenta y cuatro años después, siguen teniendo esa importancia nacional.

Los concursos

Mientras al despacho del presidente fundador de la Conaliteg, Martín Luis Guzmán, llegaban docenas de cartas y telegramas, las más de felicitaciones, unas pocas de preocupación por el que sería el contenido de los libros y algunas de franco rechazo al nombramiento de un señor anticlerical y con fama -infundada- de “rojo” como el que debería producir los nuevos materiales, Guzmán se afanaba en el reto de generar los contenidos.

El primer paso para ello consistía en producir lo que se llamó Guiones Técnico-Pedagógicos, es decir, el conjunto de elementos que deberían contener los libros. Con esa guía, quienes estuvieran interesados en participar en los concursos que planeaba convocar la Comisión Nacional de Los Libros de Texto Gratuitos, podrían producir un libro que cumpliera con las necesidades pedagógicas que requería el Estado mexicano.

Aquellos guiones fueron elaborados por un equipo de especialistas en educación, muchos de ellos con una larga trayectoria en el sistema educativo del país: estaban las profesoras Dionisia Zamora, Soledad Anaya, Luz Vera y Rita López de Llergo; los profesores Celerino Cano y Arquímedes Caballero. Los vocales de la Comisión, que hoy equivaldrían a una Junta de Gobierno, estaban presentes. Todos, especialistas en su campo: Arturo Arnáiz y Freg -hombre de total confianza de Torres Bodet-, historiador; un poeta, José Gorostiza; dos escritores, Agustín Yáñez y Gregorio López y Fuentes, el físico-matemático Alberto Barajas y el periodista Agustín Arroyo. Torres Bodet y Guzmán presidían las sesiones de trabajo, de cinco horas seguidas, de las 5 de la tarde a las 8 de la noche, en el enorme Salón Hispanoamericano de la SEP, que originalmente era la biblioteca que mandó montar José Vasconcelos.

Aquel grupo trabajó del 25 de febrero al 2 de abril de 1959 para generar los documentos esenciales. Cuando se terminaron, y solo entonces, el equipo de colaboradores pedagógicos recibió el pago por su labor.

Listos los guiones, se abrieron los concursos. La mayor parte de ellos se declararon desiertos, porque los autores de libros de texto decidieron que entrar en el proceso gubernamental era ir contra sus propios intereses. De manera cortés, pero contundente, le dijeron al Presidente de la Conaliteg que no contara con ellos. Esa fue la causa principal. En segundo término, los más de aquellos pocos que si entraron al concurso, no reunieron los requisitos de calidad que se autoimpuso la SEP. El gobierno mexicano quería para los niños del país los mejores textos posibles.

En esas circunstancias, Martín Luis Guzmán solicitó una ampliación de sus atribuciones, tanto al titular de la SEP como a la junta de Vocales. El asunto era relevante, porque la Conaliteg había nacido con amplísimas facultades, y con operación prácticamente independiente respecto de la autoridad educativa, para encargarse de la producción de libros, desde su conceptualización hasta su distribución. Y no obstante, se había pensado que el modelo de concursos sería más que suficiente para atraer a los autores. Pero el cálculo había fallado, corrían los días y no tenían amarrada la contratación de los libros.

Guzmán pidió permiso para buscar a los autores de libros que a los asesores y a los vocales les habían parecido de mejor calidad, y negociar con ellos, directamente, la elaboración de libros. Poco a poco, logró contratar los libros para los primeros cuatro años de primaria. Los materiales para quinto y sexto año tendrían que esperar.

LA PRIMERA ENTREGA

Una anécdota asegura que, en ese frío enero de 1960, cuando se produjeron los primeros libros de texto y se le mostraron a Adolfo López Mateos, la fuerte discusión no amainaba. El ambiente hizo dudar al secretario Torres Bodet de la forma en que habría de hacerse esa primera entrega de materiales: ¿rodeado de prensa, en alguna escuela importante de la ciudad de México? ¿En una escuela rural? Sin duda, en una escuela pública.

Optó por dejarlo un poco al azar. Cuando a mediados de enero, tuvo el compromiso de ir a San Luis Potosí a inaugurar una secundaria, tenía un par de días que había estado en los talleres de Novaro, para atestiguar cómo Martín Luis Guzmán entregaba el primer ejemplar del libro de primer año al presidente. Pensó Torres Bodet que, si las condiciones lo permitían, podría ir a alguna escuela de San Luis y entregar los libros. De manera que se llevó varias cajas de libros.

Torres Bodet fue recibido por un gobernador que había sido periodista: Francisco Martínez de la Vega. Se cumplió con el programa planeado, y luego, aguantándose una gripa horrorosa que se le nota en las fotografías que le tomaron ahí, fue don Jaime a la escuela primaria “Cuauhtémoc”, una escuelita rural en un poblado llamado El Saucito, que en 1960 estaba cerca de la capital potosina. Hoy día, El Saucito es ya zona conurbada de la ciudad de San Luis Potosí, y la escuela “Cuauhtémoc”, ampliada y mejorada, sigue ahí.

Lo que, seguramente supo después Torres Bodet fue que en San Luis estaba el presidente de la Unión Nacional de Padres de Familia, el abogado Ramón Sánchez Medal. Probablemente, alguien le dio la pista de lo que llevaba consigo el secretario, o el líder de la UNPF decidió que había que hacerle marcaje personal a don Jaime. El caso es que se marchó a San Luis, decidido a que, si Torres Bodet improvisaba una entrega, él estaría ahí para hacerse escuchar y manifestar su descontento.

Pero el plan de Sánchez Medal se frustró. Del mismo modo que alguien le había dado la pista potosina, alguien enteró al gobernador Martínez de la Vega de la presencia del abogado en la ciudad. En lo que hoy se ve como un rasgo del modo autoritario y vertical de ejercer el poder político, como se estilaba en 1960, y en aquel entonces fue, sin duda una solución pragmática, el líder de la UNPF fue agarrado por un par de gendarmes y encerrado en la cárcel de San Luis Potosí, por espacio de tres días. Nada pudo hacer con aquella primera entrega de libros. Pero en aquella intensa batalla, que duró tres años, solamente era un round perdido.

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