El boom, Cuba, los intelectuales y la política
Carlos Ramírez
En 1972, al abrir en la revista Plural el primer debate serio sobre los escritores y la política, el poeta y ensayista Octavio Paz estableció que los casos de conflictos conocidos en esa interrelación conocidos en Occidente revelaban que el trato de los intelectuales con el poder era una “pasión desdicha”.
En ese año acababa de transcurrir, con lamentable poca repercusión en México, el debate entonces más europeo entre Fidel Castro con los intelectuales entonces en boga por el ambiente del llamado boom literario latinoamericano –un conjunto de obras publicadas entre 1967 y 1971– alrededor del arresto, la tortura psicológica y la autoconfesión fabricada del poeta Heberto Padilla. El famoso caso implicó la ruptura de las grandes firmas de la izquierda cultural con la revolución cubana.
Dos hechos han revivido hoy el tema de los intelectuales y la política: la circulación del video casi íntegro de la autoconfesión de Padilla en una sesión de la Unión Escritores y Artistas de Cuba para autoincriminarse y delatar a presuntos cómplices y la aparición de libro Las cartas del Boom, con textos de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, acompañado de otras breves cartas sobre los encarcelamientos anteriores de Padilla, el del escritor mexicano José Revueltas y el de la escritora puertorriqueña Vilita Vientós Gastón (Alfaguara, junio de 2023, 562 páginas).
El caso Padilla rompió la relación de apoyo solidario a Cuba de intelectuales de escritores de izquierda en todo el mundo, sobre todo por la respuesta autoritaria del comandante Fidel Castro respecto a su decisión policiaca de arrestar a Padilla por sus opiniones políticas “y contrarrevolucionarias” en 1971, aunque con el antecedente de una ruptura previa en 1968 por el premio local concedido y acotado a su poemario Fuera del juego. El conflicto del 1968 fue superado porque no implicó el arresto de Padilla, aunque sí actitudes hostiles de la burocracia cultural castrista. Y el reciente libro de las cartas reproduce un dato poco conocido: el 9 de noviembre de 1968, los escritores Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Jorge Semprún y Gabriel García Márquez le enviaron un telegrama a Fidel Castro a través de Haydée Santamaría, directora de Casa de las Américas y jefa de la cultura castrista, y en el mensaje protestaban contra el clima hostil contra Padilla. Y los editores del libro revelan que los firmantes del telegrama enviaron por aparte una carta privada a Fidel Castro que nunca se ha dado a conocer.
El caso Padilla y los intelectuales y la revolución cubana marcaron la ruptura política más del lado de los escritores que hasta la fecha no se ha profundizado en su explicación. Del lado cubano, y aceptando todas las caracterizaciones de dictadura represiva de Fidel Castro, tampoco se ha hecho mucho énfasis en el contexto político en que se encontraba Cuba: en 1961 habría ocurrido el intento de invasión mercenaria por el lado de Playa Girón, Castro contestó decretando la ideología marxista-leninista de su gobierno, de manera inmediata buscó la protección el régimen comunista de Moscú y en octubre del 1962 EU descubrió la instalación de misiles balísticos en La Habana apuntando a territorio americano.
Y previo a los dos conflictos de Padilla en 1968 y 1971, Castro enfrentó una de sus peores crisis ideológicas internacionales: la invasión de tanques soviéticos a Checoslovaquia en 1968 para aplastar el intento de socialismo democrático de Alexandr Dubcek, metiendo a todo el movimiento comunista internacional en una definición de lealtades. Castro, como era obvio, apoyó a los soviéticos con un discurso de los más deplorables de toda su historia, pero con los indicios de que Cuba se hundiría sin el apoyo soviético. En consecuencia, tenía que reprimir disidencias intelectuales internas –a las que detestaba– y marcar el territorio autoritario de la revolución cubana.
Del lado de los intelectuales son conocidas también reacciones interesantes. En términos estrictos, los escritores le enviaron a Fidel Castro tres cartas públicas por Padilla, la primera de 1968 y las otras dos en 1971 estuvieron firmadas por Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, pero el colombiano reveló que su firma en la carta tres no había sido autorizada, porque datos después conocidos señalaban que había aumentado su relación personal con Fidel Castro, autojustificada por el autor de Cien años de soledad con el argumento de que estaba ayudando más a los disidentes sin firmar cartas críticas de protesta.
El caso más deplorable fue el Cortázar: firmó la primera y la segunda, pero luego de regaños de Roberto Fernández Retamar, comisario cultural de Fidel Castro, retiró su nombre de la tercera y públicó –obviamente en la revista Casa de las Américas, órgano oficial de la cultura castrista cubana– un infame poema titulado Policrítica a la hora de los chacales, en el cual prácticamente le pide perdón a Fidel Castro y se postra a los pies de la dictadura cubana. Aun así, Cortázar fue desdeñado por Cuba, hasta que en 1983 la revista Casa le dedicó un número de homenaje.
Fuentes firmó las tres cartas, pero decidió por iniciativa propia nunca más hablar de Cuba, luego de que allá por 1961 en un tren rumbo a Santiago de Chile había deslizado la frase de que dejaría de escribir literatura para asumir el ensayo de defensa de la política educativa de Cuba y de promover la diplomacia revolucionaria, según contó José Donoso en Historia personal del boom. Mario Vargas Llosa, que en su registro de textos periodísticos tiene muchos a favor de Cuba hasta 1971, rompió con La Habana a partir del caso Padilla de 1971 y se convirtió en un enemigo del castrismo, aunque con una paulatina inclinación al pensamiento conservador dentro del modelo del neoliberalismo de mercado. Por esos años, Vargas Llosa rompió el cordón umbilical con Sartre y se pasó al terreno de Albert Camus.
Y el Sartre que había visitado Cuba en 1960 y fumando habanos con el Che Guevara, además de escribir artículos elogiosos, con toda tranquilidad abandonó ese pasado y, muy al estilo Sartre, le dio vuelta a la hoja apoyando a Padilla en 1971.
El libro Las cartas del Boom presenta otra oportunidad para ir completando el rompecabezas de la crisis cultural intelectuales-revolución cubana que marcó un hito histórico en el periodo 1961-1971 y que todavía tiene muchos secretos que contar.
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