Primer informe de la Suprema Corte: la calidad el impacto de sus decisiones

Carlos Enrique Odriozola Mariscal

La Suprema Corte de Justicia de la Nación presentó su primer informe desde la elección del 1 de junio de 2025. Más allá del simbolismo político y de los debates sobre su legitimidad democrática, este informe marca el cierre de los primeros 100 días de una etapa inédita en el Poder Judicial mexicano. Una etapa en la que las formas, el lenguaje institucional y la relación con la opinión pública han cambiado de manera visible. La pregunta, sin embargo, sigue siendo la misma de siempre: ¿qué tanto importan las formas frente al fondo?

Una primera observación es que la nueva integración tiene un estilo menos rígido que la anterior. Las sesiones públicas, las intervenciones de los ministros y la manera en que se comunican con la ciudadanía muestran una Corte más espontánea, más natural y menos encorsetada en protocolos que históricamente se asociaron con solemnidad judicial. Para algunos, esto representa un avance hacia una justicia más cercana, humanizada y accesible. Para otros, esta relajación en el estilo genera dudas sobre la seriedad y el rigor que una institución como la SCJN debe proyectar.

Pero aquí conviene detenerse en un punto que pocas veces se discute con matices: ni la integración anterior ni la actual han sido absolutas en nada. Ambas han tenido claroscuros. La Corte anterior, con su imagen sobria y su narrativa de rigor técnico, defendió criterios relevantes y mantuvo posición en momentos complejos, pero también protagonizó controversias que dejaron huella: acusaciones mediáticas, conflictos internos, filtraciones y decisiones que polarizaron al país. La nueva Corte, por su parte, ha mostrado más frescura, apertura y un lenguaje más directo, pero al mismo tiempo enfrenta cuestionamientos sobre experiencia, independencia y los efectos reales que pueda tener una elección popular en la imparcialidad judicial.

Esto nos conduce a una reflexión más profunda: ¿el acartonamiento institucional garantiza probidad? La historia judicial, en México y en el mundo, demuestra que no. La solemnidad puede transmitir disciplina, pero no necesariamente traducirse en mejores decisiones. La toga, el tono grave o la rigidez procesal pueden reforzar la percepción de autoridad, pero por sí mismos no aseguran independencia, imparcialidad ni técnica. A veces, incluso operan como una especie de escudo simbólico detrás del cual las verdaderas motivaciones permanecen ocultas.

Tampoco es cierto que un estilo más relajado de los ministros y ministras sea sinónimo de modernidad o transparencia. La cercanía puede ser positiva si se acompaña de solidez argumentativa, pero riesgosa si se transforma en ligereza o superficialidad. Y aquí entra la segunda gran pregunta: ¿una Corte más espontánea puede mantener, o incluso mejorar, el rigor jurídico que la Constitución exige? Esa respuesta será imposible de evaluar sin observar los criterios, las votaciones, las posiciones individuales y la coherencia doctrinal que esta nueva etapa vaya construyendo con el tiempo.

Por eso el informe es más relevante de lo que parece. No se trata únicamente de conocer cifras, avances administrativos o mensajes institucionales. Se trata de entender cómo está interpretando la Corte su papel en un México políticamente polarizado, con tensiones crecientes entre poderes y con una ciudadanía que exige claridad, transparencia y resultados tangibles en materia de justicia constitucional.

El país está frente a un tribunal renovado que carga con dos expectativas simultáneas: por un lado, superar los vicios, polémicas y desgastes acumulados en los últimos años; por el otro, demostrar que un cambio de estilo no significa un cambio negativo o positivo en la calidad jurídica. En un entorno donde la confianza pública en las instituciones fluctúa, el desafío para esta nueva Corte no es menor: mostrar que puede ser moderna sin perder rigor, cercana sin perder formalidad y espontánea sin perder seriedad.

También conviene abrir la discusión hacia otro ángulo: quizá la comparación entre la Corte anterior y la actual es una trampa narrativa. Tal vez la verdadera pregunta no es cuál estilo “es mejor”, sino qué características institucionales permiten que una Corte, cualquiera que esta sea, funcione con legitimidad, eficacia y responsabilidad democrática. ¿Es el método de designación? ¿Es la calidad de los perfiles? ¿Es la cultura interna? ¿O es la capacidad de sostener criterios coherentes y constitucionalmente sólidos, sin importar quién ocupe las sillas?

Al final, el primer informe de la Corte no resolverá todos esos debates, pero sí los encuadra. La Corte anterior tuvo momentos de luz y sombra. La actual también los tendrá. Su estilo podrá gustar o incomodar, pero lo que realmente importará es lo que aún está por verse: la calidad de sus decisiones y el impacto real que éstas tengan en la vida pública mexicana.

La discusión sigue, pero como siempre, la ciudadanía tendrá la última palabra.

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