El salario mínimo no crea, ni destruye riqueza; la redistribuye

Ricardo Becerra
Conocimos los resultados de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares (ENIGH-2024) y con ella sobrevino una abundante y saludable catarata de cifras que nos ofrecen una visión de conjunto -el paisaje socioeconómico de México- y por añadidura, los elementos para evaluar el sexenio -ahora si completo- de López Obrador.
El dato más pedagógico por rotundo, es que el salario es el instrumento más importante para sacar de la pobreza a los mexicanos. ¿Por qué? Porque el 66 por ciento de la población obtiene sus ingresos principales de su chamba diaria. Puede recibir transferencias, becas, apoyos, pero lo determinante es el sueldo devengado. Se confirma la tesis de aquel grupo que armaron Mancera y Chertorivski en 2014: no se sabe si en Turquía o en Cuba o en Zimbawe, pero la principal política social en México, es la política salarial precisamente porque aquí sí existe una estructura productiva, de bienes y servicios, formal o informal, que ocupa a la gente y que hace funcionar la economía.
No me propongo recetar las cifras del INEGI que ya han danzado en la opinión pública, más bien quiero ofrecer explicaciones de lo que ha ocurrido en estos años.
¿Por qué es tan decisivo el salario mínimo para la economía en México? Porque el 69 por ciento de los trabajadores lo devengan (entre uno y dos salarios mínimos). O sea: la enorma mayoría de los mexicanos se ganan la vida rondando ese nivel. Por eso su alza impacta directa y fuertemente en tantos millones de trabajadores, como lo refleja la ENIGH.
¿Resultado? Las primeras estimaciones calculan que entre 9 y 10 millones abandonaron la pobreza laboral en estos años, gracias al crecimiento de sus salarios. La encuesta dice: los más pobres tuvieron un incremento en su ingreso real de casi 36 por ciento en los últimos seis años. ¿Ganabas 300? Hoy ganas más de 400 pesos. Se nota y se siente.
¿Porqué el aumento de ingreso vía sueldos está en el conjunto del mercado laboral, formal e informal? Porque contrario a lo que la ortodoxia económica ha sostenido, el salario mínimo incide en ambos mundos. Como ha demostrado Santiago Levy (tan poco sospechoso de socialdemócrata), los vasos y la comunicación entre la formalidad y la informalidad es intensa y es permanente (Nexos, agosto de 2023). Y es que el salario mínimo es un precio crítico, de referencia, un precio “faro” para el conjunto de decisiones económicas de los individuos, del mismo modo que la tasa de interés, el valor del dólar o el barril de petróleo. El salario mínimo es un valor que estructura a todos los mercados de trabajo. En parte, allí reside su radical importancia.
Ahora bien, durante estos siete años de obradorismo, el salario mínimo nacional creció 171.5 por ciento. Si descontamos la inflación, el incremento real es de más de 100 por ciento. Pero está política acertada de aumentos significativos, graduales y constantes no estuvo acompañada de una política macroeconómica de la misma calidad, más bien al contrario: con la renuncia explícita a una reforma fiscal, la reducción de la inversión pública en infraestructura, lo que tuvimos es un sexenio de estancamiento neto. O sea: no creció el pastel, pero se repartió mejor.
Pudimos y debimos hacer ambas cosas juntas (redistribuir y crecer) pero la obsecación de AMLO nos hundió en una de las peores gestiones económicas que el mundo recuerde durante la pandemia: fuimos una de las economías que cayó más profundamente en 2020 (-8.7), de las que más tardó en recuperarse (31 meses) y la que permitió la destrucción más grande del empleo (2.4 millones de puestos de trabajo).
En cambio, si México hubiera implementado un fuerte programa contracíclico, procurando mantener el nivel de empleo y la economía se hubiese dinamizado más rápidamente, al aumento de los salarios tendrían un escenario todavía mejor y una posibilidad de expansión mayor.
Pero fijénse: a pesar de la muy mala política económica obradorista, la propia realidad demostró que incluso en el estancamiento, era viable el aumento de los salarios, lo que es más: que la economía necesitaba de ese aumento para crecer, o en su caso, para no descender más.
Los datos de la ENIGH son elocuentes: resulta que el 59 por ciento de los trabajadores en México ganan entre uno y dos salarios mínimos y por eso es tan grande el impacto de la política: abraza a la mayoría. Agreguése que también empuja hacia arriba a los trabajadores que ganan hasta tres e incluso cuatro, y por eso la mejora sustantiva del ingreso se aprecia a lo largo de toda la distribución. Para decirlo de otro modo, incluso los que ganan 13 mil pesos o poco más se benefician del aumento en los mínimos (que andan en 8.5 mil pesos mensuales), sea por la retabulación al interior de sus empresas o sea porque en el establecimiento de sus contratos el porcentaje de incremento de los mínimos se vuelve el piso de negociación.
Una última observación. Hay una obsesión de los economistas profesionales por buscar “umbrales”, “límites” a la recuperación de los salarios. Mi respuesta: todo depende, no está plasmado en ninguna ley, la política y las condiciones concretas (organización empresarial, expectativas de crecimiento, espacio distributivo) determinarán su viabilidad.
Y algo más: los salarios no están fuera de la macroeconomía como cree la economía convencional, sino que forman parte de su ecuación. Si ellos crecen, el PIB también crece y de hecho, empujan más fuertemente a la economía que las ganancias, pues estas no se convierten automáticamente en inversión y en demanda: los salarios si. Todo depende.
En resumen. Ante la muy buena noticia de disminución de la pobreza laboral impulsada por la política de salario mínimo, hay que comprender las cosas como son, sin vaticinios empecinadamente lúgubres ni absurdamente jaculatorios. Oigamos al premio nobel David Card: el salario mínimo no destruye la riqueza, tampoco la crea: simplemente, la redistribuye.
Pues eso: aún sin crecimiento económico ha cambiado notablemente la distribución del ingreso en México. Despues de 40 años, ya lo necesitábamos.