Imelda Castro y la politización de la violencia

Álvaro Aragón Ayala

Cuando la violencia y el crimen provocan dolor social, el pueblo fragmentado busca válvulas de escape. Hay quienes, sí, aprovechan ese quiebre y “administran” o capitalizan políticamente el sufrimiento que provoca la ola delincuencial. En medio de la angustia es cuando surgen falsos redentores y redentoras, chamanes, que presumen tener las cartas credenciales y los mecanismos para regresar la paz terrenal. Estratégicamente alimentan el dolor y lo articulan con el miedo construyendo una narrativa para recrear un aparente control político y alcanzar niveles aceptables de popularidad.

En Sinaloa el dolor social es instrumentalizado. Se convierte en un arma política, sin embargo, quienes se alimentan políticamente de la violencia, quienes nutren su discurso de salvación sumando muertos y desaparecidos, le apuestan a que la escalada asesina no cese. No les conviene. Se apagarían sus planes. Les interesa que la pérdida, la ira, la rabia, pero sobre todo el miedo, mantenga a la sociedad arrinconada, pegada a sus celulares o computadoras, para llamarla a la “lucha” volátil, digital, en pro de la instauración de un nuevo gobierno con capacidades diferentes. 

Si la Senadora de la República, Imelda Castro Castro, poseyera la clave o el programa para acabar o erradicar la violencia en Sinaloa, sin duda alguna fuera la invitada especial o colaboradora de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo en materia de seguridad y, lógico, ya la hubiera incorporado al Gabinete de Seguridad y nombrada asesora de cabecera de Omar García Harfuch y quizá hasta le hubiera otorgado un cargo militar para que apoyara al General Ricardo Trevilla.

Pero como los hubiera no existen y en materia de seguridad pública, seguridad nacional y seguridad interior no necesitan de las “redes” de Imelda Castro, Claudia Sheinbaum ni la fuma ni la pela; por el contrario, hay molestia en Palacio Nacional y en las instituciones de seguridad del país por la faramalla que armó la legisladora para participar en la “pacificación” de Sinaloa con un esperpento electorero que bautizo como “Vocerías Digitales por la Paz” ya que manda la lectura de que en materia de seguridad el gobierno de la 4T marcha de reversa a paso redoblado.

Efectivamente, las “Vocerías”, que funcionan como algo así como el chismerío colectivo enclavado en las redes digitales, no encajan en ningún esquema de combate a la delincuencia y tampoco forma parte de una estrategia federal de comunicación para impedir la difusión de mentiras o la mitificación de la violencia.

La Senadora capitaliza la violencia y el miedo, regentea la ola criminal, la inseguridad y el sufrimiento humano para obtener “poder político”, para influir en la opinión pública y tratar de colocarse encima de quienes aspiran como ella a convertirse en candidatos de Morena al gobierno de Sinaloa, pero incurre en un error: para justificar su operación/presencia digital, manda la lectura a Claudia Sheinbaum de que la lucha contra la delincuencia es débil. Fallida.

Aprovechar políticamente el dolor social y combinarlo con el miedo para medrar de la construcción demagógica de un “nuevo” proyecto gubernamental, parte de la estrategia que tiene como principio explotar al máximo la insatisfacción que genera la dinámica criminal; no se origina del análisis de las instituciones ni el deseo de fortalecerlas ni de cooperar con las acciones en curso contra la violencia, sino del aprovechamiento de sus grietas. El propósito no es aportar a la solución, sino capitalizar el estatus quo fallido.

En conclusión: la mecánica del proyecto político-electoral de Imelda Castro Castro asume el origen y las consecuencias de la violencia desenfrenada como fuente de una nueva forma de politización que no pretende cerrar la herida, sino mantenerla abierta como un vínculo vivo entre lo existencial y lo político del que se pueda extraer potencia para crear cuadros políticos territoriales adoctrinados para ordeñar políticamente el sufrimiento.

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