Braceros y migrantes mexicanos, indispensables para EU

José Gil Olmos
Desde la Segunda Guerra Mundial los trabajadores mexicanos se convirtieron en una pieza clave para la economía de Estados Unidos. En ese entonces el gobierno norteamericano realizó un programa emergente de empleo debido a que millones de sus ciudadanos fueron enviados al frente de batalla, dejando vacíos los trabajos que realizaban. Entonces contrataron a trabajadores mexicanos llamados “braceros” porque ofrecieron sus brazos de trabajo para efectuar las labores que habían dejado los ciudadanos hechos soldados en el fragor de la guerra.
Aunque desde finales del siglo XIX y principios del XX ya había por lo menos dos olas de trabajadores migrantes mexicanos en Estados Unidos –la primera de 10 mil y la segunda de 60 mil–, como lo señala el antropólogo Jorge Durand, el acuerdo firmado en 1942 por los presidentes Franklin D. Roosevelt y Manuel Ávila Camacho, significó una ola de 5 millones de mexicanos que llegó a Estados Unidos a realizar labores en el campo y ciudades, así como en fábricas o mantenimiento de vías férreas. Mi padre José fue uno de ellos.
Este programa de empleo oficial, es decir, amparado por el gobierno de Estados Unidos, duró hasta 1964, esto es, cuando la economía de ese país comenzó a recuperarse de los gastos de la guerra. Desde entonces la mano de obra de los mexicanos, los braceros en principio hoy migrantes, han sido piezas fundamentales en la economía estadunidense, generando riqueza y ocupando las arduas y agotadoras labores que los ciudadanos de ese país no quieren realizar.
El trabajo de los migrantes mexicanos ha sido un ganar ganar, tanto para México como para Estados Unidos.
Para nuestro país, en un estimado calculado con base en datos del Banco de México, ha significado el ingreso de más de 350 mil millones de dólares, siendo el principal ingreso de capital del extranjero al país, ingreso que se va a las familias más necesitadas y con lo cual le quitan un peso de encima al gobierno en turno.
Pero también las finanzas norteamericanas se ven beneficiadas por los trabajadores mexicanos legales e ilegales que radican en aquel país.
“Con cifras se puede mostrar que los mexicanos no somos delincuentes”, pues las trabajadoras y trabajadores, sin importar su estatus migratorio, aportan “324,000 millones de dólares al año a la economía de Estados Unidos”, dijo en marzo del año pasado Alicia Bárcena Ibarra, extitular de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).
De acuerdo con la funcionaria, dicha cifra es mayor al Producto Interno Bruto (PIB) de Colombia. Además para dimensionar la importancia laboral de las personas migrantes indicó que “de cada 10 trabajadores agrícolas, siete son mexicanos”.
Golpear a los trabajadores migrantes mexicanos es golpear las economías mexicana y estadunidense. De ahí que nadie gana con la idea de deportar a miles de connacionales que viven y trabajan en territorio estadunidense.
Actualmente la población mexicana constituye la mayor proporción de inmigrantes en Estados Unidos. Son más de 37.3 millones, de las cuales 26.7 son de primera, segunda y tercera generación, más de 10.6 millones nacieron en México, y de esa cantidad, 5.3 millones tienen un estatus migratorio irregular, según datos de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Por cierto… los reclamos de empresarios de la agricultura, ganadería, minería, comercios, hotelería y restauranteros estadunidenses ya surtieron efecto. Las redadas ya afectaron a estas áreas de la economía de ese país. Más de dos millones de mexicanos se ocupan de estos sectores básicos del campo y la ciudad, otros dos tantos en la construcción y minería, mientras que en las manufacturas emplean a más de 800. Muchos de esos quienes detuvieron ocupan esos espacios y otros, por miedo, ya no van a trabajar.